Inmaculada Concepción de María

Escrito el 08/07/2025
Julia María Haces

Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María

(Comentarios sobre las Lecturas propias de la Santa Misa para meditar y preparar la homilía)

  • DEL MISAL MENSUAL
  • BIBLIA DE NAVARRA (www.bibliadenavarra.blogspot.com)
  • SAN ANDRÉS DE CRETA (www.iveargentina.org)
  • FRANCISCO – Ángelus 2017 a 2021
  • BENEDICTO XVI – Homilías en las principales fiestas del año litúrgico
  • DIRECTORIO HOMILÉTICO – Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
  • RANIERO CANTALAMESSA (www.cantalamessa.org)
  • PREGONES – La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes
  • FLUVIUM (www.fluvium.org)
  • PALABRA Y VIDA (www.palabrayvida.com.ar)
  • BIBLIOTECA ALMUDÍ (www.almudi.org)
  • Homilías con textos de homilías pronunciadas por San Juan Pablo II
  • Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
  • Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
  • HABLAR CON DIOS (www.hablarcondios.org)
  • P. Dom Josep ALEGRE Abad emérito de Santa Mª de Poblet (Tarragona, España) (www.evangeli.net)
  • EXAMEN DE CONCIENCIA PARA SACERDOTES – Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

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DEL MISAL MENSUAL

“¡ALÉGRATE, LLENA DE GRACIA!”

Gén 3, 9-15. 20; Sa1 97; Ef 1, 36.11-12; Lc 1, 26-38

El texto del Génesis nos muestra a la serpiente y a la mujer unidas en torno al árbol de la ciencia del bien y del mal. En varios lugares del Antiguo Testamento encontramos una expresión parecida “ciencia del bien y del mal” aplicada no a la sexualidad, como se interpreta a veces el capítulo 3 del Génesis, sino a la actitud de ser dueño de la decisión última (2 Sam 14, 17; l Re 3, 9; Ecl 12, 14). Esto nos lleva a entender que el pecado principal de un ser humano es ponerse a sí mismo como medida única de todas las cosas, prescindiendo de Dios. Es precisamente este pecado del cual la Virgen María fue preservada hecha “llena de gracia” (Lc 1, 28) desde el primer momento de su existencia. Ella nos revela para qué hemos sido creados.

ANTÍFONA DE ENTRADA Is 61, 10

Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo en mi Dios, porque me revistió con vestiduras de salvación y me cubrió con un manto de justicia, como la novia se adorna con sus joyas.

ORACIÓN COLECTA

Dios nuestro, que por la Inmaculada Concepción de la Virgen María preparaste una digna morada para tu Hijo y, en previsión de la muerte redentora de Cristo, la preservaste de toda mancha de pecado, concédenos que, por su intercesión, nosotros también, purificados de todas nuestras culpas, lleguemos hacia ti. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya.

Del libro del Génesis: 3, 9-15. 20

Después de que el hombre y la mujer comieron del fruto del árbol prohibido, el Señor Dios llamó al hombre y le preguntó: “¿Dónde estás?”. Este le respondió: “Oí tus pasos en el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo, y me escondí”. Entonces le dijo Dios: “¿Y quién te ha dicho que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?”.

Respondió Adán: “La mujer que me diste por compañera me ofreció del fruto del árbol y comí”. El Señor Dios dijo a la mujer: “¿Por qué has hecho esto?”. Repuso la mujer: “La serpiente me engañó y comí”.

Entonces dijo el Señor Dios a la serpiente: “Porque has hecho esto, serás maldita entre todos los animales y entre todas las bestias salvajes. Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; y su descendencia te aplastará la cabeza, mientras tú tratarás de morder su talón”.

El hombre le puso a su mujer el nombre de “Eva”, porque ella fue la madre de todos los vivientes.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 97, 1. 23 ab. 3cd 4.

R/. Cantemos al Señor un canto nuevo, pues ha hecho maravillas.

Cantemos al Señor un canto nuevo, pues ha hecho maravillas. Su diestra y su santo brazo le han dado la victoria. R/.

El Señor ha dado a conocer su victoria y ha revelado a las naciones su justicia. Una vez más ha demostrado Dios su amor y su lealtad hacia Israel. R/.

La tierra entera ha contemplado la victoria de nuestro Dios. Que todos los pueblos y naciones aclamen con júbilo al Señor. R/.

SEGUNDA LECTURA

Dios nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo.

De la carta del apóstol san Pablo a los efesios: 1, 36.11-12

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en él con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, por el amor, y determinó. porque así lo

quiso, que, por medio de Jesucristo, fuéramos sus hijos, para que alabemos y glorifiquemos la gracia con que nos ha favorecido, por medio de su Hijo amado.

Con Cristo somos herederos también nosotros. Para esto estábamos destinados, por decisión del que lo hace todo según su voluntad: para que fuéramos una alabanza continua de su gloria, nosotros, los que ya antes esperábamos en Cristo.

Palabra de Dios.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Cfr. Lc 1, 28

R/. Aleluya, aleluya.

Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres. R/.

EVANGELIO

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.

Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: ‘‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras’ ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.

El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.

María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes

a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”. María contestó: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Y el ángel se retiró de su presencia.

Palabra del Señor.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Recibe favorablemente, Señor, la ofrenda que te presentamos en la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen María, y concédenos que, así como profesamos que tu gracia la preservo de toda mancha de pecado, así también nosotros, por su intercesión, quedemos libres de toda culpa. Por Jesucristo, nuestro Señor.

PREFACIO: El misterio de María y la Iglesia.

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

Porque preservarte a la santísima Virgen María de toda mancha de pecado original, para preparar en ella, enriquecida con la plenitud de tu gracia, una digna madre para tu hijo y significar el nacimiento de su Esposa, la Iglesia, toda hermosa y sin mancha ni arruga.

Pues purísima debía ser la Virgen que diera a luz a tu Hijo, el Cordero inocente que quita el pecado del mundo, y así a ella misma, para bien de todos, la preparabas como abogada para tu pueblo, modelo de gracia y de santidad.

Por eso, unidos a los coros angélicos, te alabamos, proclamando con alegría.

Santo, Santo, Santo ...

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN

Grandes cosas cantan a ti, María porque de ti ha nacido el sol de justicia, Cristo nuestro Dios.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Que el sacramento que acabamos de recibir, Señor Dios nuestro, repare en nosotros las consecuencias de aquella culpa de la cual preservaste singularmente a la Virgen María en su Inmaculada Concepción. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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BIBLIA DE NAVARRA (www.bibliadenavarra.blogspot.com)

Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer (Gn 3,9-15.20)

1ª lectura

El texto que escuchamos en la primera lectura de la Santa Misa se enmarca en el relato del primer pecado. «El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre. La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 390).

La Biblia nos enseña aquí el origen del mal, de todos los males que padece la humanidad, y especialmente de la muerte. El mal no viene de Dios, que creó al hombre para que viviese feliz y en amistad con Él, sino del pecado, es decir, del hecho de que el hombre quebrantó el mandamiento divino, destruyendo así la felicidad para la que fue creado y la armonía con Dios, consigo mismo, y con la creación. «El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su Creador (cfr Gn 3,1-11), y, abusando de su libertad desobedeció el mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cfr Rm 5,19). En adelante todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad» (ibidem, n. 397).

En la descripción de ese pecado de origen y de sus consecuencias el autor sagrado se sirve del lenguaje simbólico —así el jardín, el árbol, la serpiente— para expresar una gran verdad de orden histórico y religioso: que el hombre al comienzo de su andadura en la tierra desobedeció a Dios, y que ésa es la causa de que exista el mal. Se descubre, al mismo tiempo, el proceso y las consecuencias de todo pecado, en el que «los ojos del alma se embotan; la razón se cree autosuficiente para entender todo, prescindiendo de Dios. Es una tentación sutil, que se ampara en la dignidad de la inteligencia, que nuestro Padre Dios ha dado al hombre para que lo conozca y lo ame libremente. Arrastrada por esa tentación, la inteligencia humana se considera el centro del universo, se entusiasma de nuevo con el “seréis como dioses” (Gn 3,15) y, al llenarse de amor por sí misma, vuelve la espalda al amor de Dios» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 6).

A partir del versículo 7 se van viendo los efectos del pecado de origen. El hombre y la mujer han conocido el mal y lo proyectan, antes que nada, a lo que les es más propio e inmediato: sus propios cuerpos. Se ha roto la armonía interior descrita en Gn 2,25, y surge la concupiscencia. Se rompe al mismo tiempo la amistad con Dios, y el hombre rehúye su presencia para no ser visto en su desnuda realidad. ¡Como si su Creador no le conociese! Se rompe también la armonía entre el hombre y la mujer: él echa la culpa a ella, y ella a la serpiente. Pero los tres han tenido su parte de responsabilidad, por lo que a los tres se les va a anunciar el castigo.

«La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra (cfr Gn 3,7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (cfr Gn 3,11-13); sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (cfr Gn 3,16). La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil (cfr Gn 3,17.19). A causa del hombre la creación es sometida a la “servidumbre de la corrupción” (Rm 8,21). Por fin la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia (cfr Gn 2,17), se realizará: el hombre “volverá al polvo del que fue tomado” (Gn 3,19). La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (cfr Rm 5,12)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 400).

El castigo que Dios impone a la serpiente (vv. 14-15) incluye el enfrentamiento permanente entre la mujer y el diablo, entre la humanidad y el mal, con la promesa de la victoria por parte del hombre. Por eso se ha llamado a este pasaje el «Protoevangelio»: porque es el primer anuncio que recibe la humanidad de la buena noticia del Mesías redentor. Es obvio que herir en la cabeza es producir una herida mortal, mientras que la herida en el talón es curable.

Como enseña el Concilio Vaticano II, «Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo (cfr Jn 1,3), da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas (cfr Rm 1,19-20), y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó además personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio. Después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación (cfr Gn 3,15) con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos cuantos buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras (cfr Rm 2,6-7)» (Dei Verbum, n. 3).

La victoria contra el diablo la llevará a cabo un descendiente de la mujer, el Mesías.La Iglesia siempre ha entendido estos versículos en sentido mesiánico, referidos a Jesucristo; y ha visto en la mujer, madre del Salvador prometido, a la Virgen Maríacomo nueva Eva. «Estos primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos a la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor; ella misma, bajo esta luz, es insinuada proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros Padres, caídos en pecado (cfr Gn 3,15). (...) Por eso no pocos padres antiguos, en su predicación, gustosamente afirman: “El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe” (S. Ireneo, Adversus haereses 3,22,4); y, comparándola con Eva, llaman a María “Madre de los vivientes” (S. Epifanio, Adversus haereses Panarium 78,18), y afirman con mayor frecuencia: “la muerte vino por Eva, por María la vida” (S. Jerónimo, Epistula 22,21; etc.)» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, nn. 55-56).

En efecto, la mujer va a tener un papel importantísimo en esa victoria sobre el diablo, hasta el punto de que ya San Jerónimo, en su traducción de la Biblia al latín,la Vulgata, interpreta: «ella (la mujer) te pisará la cabeza». Esa mujer es la Santísima Virgen, nueva Eva y madre del Redentor, que participa de forma anticipada y preeminente en la victoria de su Hijo. En ella nunca hizo mella el pecado y la Iglesiala proclama como la Inmaculada Concepción.

Si Dios no impidió que el primer hombre pecara fue, según explica Santo Tomás, porque «Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De ahí las palabras de San Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Y el canto del Exultet: “¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!”» (Summa theologiae 3,1,3 ad 3; cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 412).

Para que seamos santos y sin mancha (Ef 1,3-6.11-12)

2ª lectura

Son palabras de un himno de alabanza (vv. 3-10) donde se enumeran los beneficios, o bendiciones, que contiene el designio salvífico de Dios, llamado «el misterio» en esta y otras car­tas del corpus paulinum. Abarca desde la elección eterna de cada criatura humana por parte de Dios hasta la recapitulación de todas las cosas en Jesucristo, pasando por la obra de la Redención. A continuación se expone cómo ese plan divino de salvación se ha realizado sobre los judíos (vv. 11-12) y sobre los gentiles (vv. 13-14).

«Nos eligió» (v.4). El término griego es el mismo que aparece en la versión de los Setenta para designar la elección de Israel. «En él», en Cristo, la elección para formar parte del pueblo de Dios se hace universal: todos somos llamados a la santidad (cfr notas a Mt 5,17-48 y Lc 12,22-34). Y del mismo modo que en el Antiguo Testamento la víctima que se ofrecía a Dios debía ser perfecta, sin tara alguna (cfr Ex 12,5; Lv 9,3), la santidad a la que Dios nos ha destinado, ha de ser inmaculada, plena. San Jerónimo, distinguiendo entre «santos» y «sin mancha», comenta: «No siempre “santo” equivale a “inmaculado”. Los párvulos, por ejemplo, son inmaculados porque no hicieron pecado alguno con ninguna parte de su cuerpo, y sin embargo, no son santos, porque la santidad se adquiere con la voluntad y el esfuerzo. Y también puede decirse “inmaculado” el que no cometió pecado; “santo”, en cambio, es el que está lleno de virtudes» (Commentarii in Ephesios 1,1,4).

«Por el amor» se refiere al amor de Dios por nosotros, pero también a nuestro amor por Él, razón última de nuestro esfuerzo por llevar una vida sin mancha, porque «la virtud no hubiera salvado a ninguno, si no hay amor» (S. Juan Crisóstomo, In Ephesios 1,1,5,14).

La santidad para la que hemos sido elegidos se hace posible a través de Cristo (cfr 1,5): «Piensa en lo que dice el Espíritu Santo, y llénate de pasmo y de agradecimiento: elegit nos ante mundi constitutionem —nos ha elegido, antes de crear el mundo, ut essemus sancti in conspectu eius! —para que seamos santos en su presencia. —Ser santo no es fácil, pero tampoco es difícil. Ser santo es ser buen cristiano: parecerse a Cristo. —El que más se parece a Cristo, ése es más cristiano, más de Cristo, más santo» (S. Josemaría Escrivá, Forja, n. 10).

El pueblo de Israel es tratado por Dios con afecto paterno, como un hijo: «Cuando Israel era niño, Yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo» (Os 11,1). En Jesucristo, todos los hombres han sido elegidos para incorporarse al Pueblo de Dios y «ser sus hijos adoptivos», ya no en sentido metafórico sino real: el Hijo único consustancial del Padre, ha asumido la naturaleza humana para hacer a los hombres hijos de Dios por adopción (cfr Rm 8,15.29; 9,4; Ga 4,5). La gloria de Dios se ha manifestado a través de su amor misericordioso, por el que nos ha hecho sus hijos, según el proyecto eterno de su voluntad. Tal proyecto «dimana del “amor fontal” o caridad de Dios Padre (...), que creándonos libremente por un acto de su abundante y misericordiosa benignidad, y llamándonos, gratuitamente, a participar con Él en la vida y en la gloria, difundió con liberalidad, y no cesa de difundir, la bondad divina, de suerte que el que es Creador de todas las cosas, ha venido a hacerse todo en todas las cosas (1 Co 15,28), procurando a su vez su gloria y nuestra felicidad» (Conc. Vaticano II, Ad gentes, n. 2).

Alégrate, llena de gracia (Lc 1,26-38)

Evangelio

El misterio de la Encarnación comporta diversas realidades: que María es virgen, que concibe sin intervención de varón, y que el Niño, verdadero hombre por ser hijo de María, es al mismo tiempo Hijo de Dios en el sentido más fuerte de esta expresión. Estas verdades se expresan no de manera especulativa, sino al hilo de los acontecimientos ocurridos. La narración, por tanto, es de una densidad extraordinaria. Prácticamente cada palabra lleva aneja una profundidad de significado sorprendente. Los Padres y la Tradición de la Iglesia no han dejado de notarlo, y los cristianos revivimos cada día este misterio a la hora del Ángelus.

En primer lugar, deben considerarse las circunstancias. El pasaje anterior se desarrollaba en la majestad del Templo de Jerusalén; éste, en Nazaret, una aldea de Galilea que ni siquiera es mencionada en el Antiguo Testamento. Antes contemplábamos a dos personas justas que querían tener hijos pero no podían y Dios remediaba esa necesidad (1,13); ahora estamos ante una virgen que no pide ningún hijo, es más, que pregunta cómo podrá llevarse a cabo lo que el ángel le dice (v. 34). Por eso, las palabras del ángel Gabriel expresan una acción singular, soberana y omnipotente de Dios (cfr v. 35) que evoca la de la creación (cfr Gn 1,2), cuando el Espíritu descendió sobre las aguas para dar vida; y la del desierto, cuando creó al pueblo de Israel y hacía notar su presencia con una nube que cubría el Arca de la Alianza (cfr Ex 40,34-36).

La descripción de Nuestra Señora que brota del relato es muy elocuente. Para los hombres, María es «una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David» (v. 27); en cambio, para Dios, es la «llena de gracia» (v. 28), la criatura más singular que hasta ahora ha venido al mundo; y, sin embargo, Ella se tiene a sí misma como la «esclava del Señor» (v. 38). Y esto es así, porque Dios «desde toda la eternidad, la eligió y la señaló como Madre para que su Unigénito Hijo tomase carne y naciese de ella en la plenitud dichosa de los tiempos; y en tal grado la amó por encima de todas las criaturas, que sólo en Ella se complació con señaladísima complacencia» (Pio IX, Ineffabilis Deus).

Dentro de lo asombrosa que resulta la acción de Dios entre los hombres, que quiere confiar la salvación a nuestra libre respuesta, entendemos que para ello elija a una persona tan singular. Al meditar la escena, cada uno podría hacer suya la oración de San Bernardo: «Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta. (...) También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; enseguida seremos librados si consientes, (...) porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje. (...) Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Creador» (S. Bernardo, Laudes Mariae, Sermo 4,8-9).

El pasaje contiene asimismo una revelación sobre Jesús. En las primeras palabras (vv. 30-33), el ángel afirma que el Niño será el cumplimiento de las promesas. Las fórmulas son muy arcaicas. Frases como «el trono de David, su padre» (v. 32; cfr Is 9,6), «reinará sobre la casa de Jacob» (v. 33; cfr Nm 24,17) y «su Reino no tendrá fin» (v. 33, cfr 2 S 7,16; Dn 7,14; Mi 4,7), representan expresiones inmersas en el mundo de ideas y de vocabulario del Antiguo Testamento, conectadas con la promesa divina a Israel-Jacob, con los oráculos acerca del Me­sías descendiente de David y con los anuncios proféticos del Reinado de Dios. Para una persona instruida en la religión y la piedad israelita, el significado era inequívoco. Sin embargo, la descripción del Niño, como Santo e Hijo de Dios (v. 35), traspasa todo lo imaginable. Las consecuencias del asentimiento de María (v. 38) han de verse en el conjunto de la ­historia de la humanidad. «Por eso no pocos Padres antiguos afirman gustosamente (...) que “el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; que lo atado por la virgen Eva con su incredulidad fue desatado por la Virgen María mediante su fe”; y comparándola con Eva, llaman a María “Madre de los vivientes”, afirmando aún con mayor frecuencia que “la muerte vino por Eva, la vida por María”» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 56).

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SAN ANDRÉS DE CRETA (www.iveargentina.org)

Madre Inmaculada

Exulte hoy toda la creación y se estremezca de gozo la naturaleza. Alégrese el cielo en las alturas y las nubes esparzan la justicia. Destilen los montes dulzura de miel y júbilo las colinas, porque el Señor ha tenido misericordia de su pueblo y nos ha suscitado un poderoso Salvador en la casa de David su siervo, es decir, en esta inmaculadísima y purísima Virgen, por quien llega la salud y la expectación de los pueblos.

Que las almas buenas y agradecidas entonen un cántico de alegría; que la naturaleza convoque a todas las criaturas para anunciarles la buena nueva de su renovación y el inicio de su reforma. Salten de alegría las madres, pues la que carecía de descendencia [Santa Ana] ha engendrado una Madre virgen e inmaculada. Alégrense las vírgenes, pues una tierra no sembrada por el hombre traerá como fruto a Aquél que procede del Padre sin separación, según un modo más admirable de cuanto puede decirse. Aplaudan las mujeres, pues si en otros tiempos una mujer fue ocasión imprudente del pecado, también ahora una mujer nos trae las primicias de la salvación; y la que antes fue rea, se manifiesta ahora aprobada por el juicio divino: Madre que no conoce varón, elegida por su Creador, restauradora del género humano.

Que todas las cosas creadas canten y dancen de alegría, y contribuyan adecuadamente a este día gozoso. Que hoy sea una y común la celebración del cielo y de la tierra, y que cuanto hay en este mundo y en el otro hagan fiesta de común acuerdo. Porque hoy ha sido creado y erigido el santuario purísimo del Creador de todas las cosas, y la criatura ha preparado a su Autor un hospedaje nuevo y apropiado.

Hoy la naturaleza, antiguamente desterrada del paraíso, recibe la divinidad y corre con paso alegre hacia la cima suprema de la gloria. Hoy Adán ofrece María a Dios en nuestro nombre, como las primicias de nuestra naturaleza; y estas primicias, que no han sido puestas con el resto de la masa, son transformadas en pan para la reparación del género humano.

Hoy la humanidad, en todo el resplandor de su nobleza inmaculada, recibe el don de su primera formación por las manos divinas y reencuentra su antigua belleza. Las vergüenzas del pecado habían oscurecido el esplendor y los encantos de la naturaleza humana; pero nace la Madre del Hermoso por excelencia, y esta naturaleza recobra en Ella sus antiguos privilegios y es modelada siguiendo un modelo perfecto y verdaderamente digno de Dios. Y esta formación es una perfecta restauración; y esta restauración una divinización; y ésta, una asimilación al estado primitivo.

Hoy ha aparecido el brillo de la púrpura divina, y la miserable naturaleza humana se ha revestido de la dignidad real. Hoy, según la profecía, ha florecido el cetro de David, la rama siempre verde de Aarón, que para nosotros ha producido Cristo, rama de la fuerza. Hoy, de Judá y de David ha salido una joven virgen, llevando la marca del reino y del sacerdocio de Aquél que, según el orden de Melquisedec, recibió el sacerdocio de Aarón. Hoy la gracia, purificando el efod místico del divino sacerdocio, ha tejido —a manera de símbolo— el vestido de la simiente levítica, y Dios ha teñido con púrpura real la sangre de David.

Por decirlo todo en una palabra: hoy comienza la reforma de nuestra naturaleza, y el mundo envejecido, sometido ahora a una transformación totalmente divina, recibe las primicias de la segunda creación

(Homilía 1 en la Natividad de la Santísima Madre de Dios).

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FRANCISCO – Ángelus 2017 a 2021

2017

Queridos hermanos y hermanas: ¡buenos días y feliz fiesta!

Hoy contemplamos la belleza de María Inmaculada. El Evangelio, que narra el episodio de la Anunciación, nos ayuda a comprender lo que celebramos, sobre todo a través del saludo del ángel. Él se dirige a María con una palabra que no es fácil de traducir, que significa «colmada de gracia», «creada por la gracia», «llena de gracia» (Lucas 1, 28). Antes de llamarla María, la llama llena de gracia y así revela el nombre nuevo que Dios le ha dado y que le conviene más que el que le dieron sus padres. También nosotros la llamamos así, en cada Ave María.

¿Qué quiere decir llena de gracia? Que María está llena de la presencia de Dios. Y si está completamente habitada por Dios, no hay lugar en Ella para el pecado. Es una cosa extraordinaria, porque todo en el mundo, desgraciadamente, está contaminado por el mal. Cada uno de nosotros, mirando dentro de sí, ve algunos lados oscuros. También los santos más grandes eran pecadores y todas las realidades, incluso las más bellas, están tocadas por el mal: todas, menos María. Ella es el único «oasis siempre verde» de la humanidad, la única incontaminada, creada inmaculada para acoger plenamente, con su «sí» a Dios que venía al mundo y comenzar así una historia nueva. Cada vez que la reconocemos llena de gracia, le hacemos el cumplido más grande, el mismo que le hizo Dios. Un hermoso cumplido para una señora es decirle con amabilidad, que parece joven. Cuando le decimos a María llena de gracia, en cierto sentido también le decimos eso, a nivel más alto. En efecto, la reconocemos siempre joven, nunca envejecida por el pecado. Sólo hay algo que hace envejecer, envejecer interiormente: no es la edad, sino el pecado. El pecado envejece porque esclerotiza el corazón. Lo cierra, lo vuelve inerte, hace que se marchite. Pero la llena de gracia está vacía de pecado. Entonces es siempre joven «más joven que el pecado» es «la más joven del género humano» (G. Bernanos, Diario de un cura rural, II, 1988, p 175). Hoy la Iglesia felicita a María llamándola toda bella, tota pulchra. Así como su juventud no está en su edad, tampoco su belleza consiste en lo exterior. María, como muestra el Evangelio de hoy, no sobresale en apariencia: de familia sencilla, vivía humildemente en Nazaret, una aldea casi desconocida. Y no era famosa: incluso cuando el ángel la visitó nadie lo supo, ese día no había allí ningún reportero. La Virgen no tuvo tampoco una vida acomodada, sino preocupaciones y temores: «se turbó» (v. 29), dice el Evangelio, y, cuando el ángel «dejándola se fue» (v. 38), los problemas aumentaron.

Sin embargo, la llena de gracia vivió una vida hermosa. ¿Cuál era su secreto? Nos damos cuenta si miramos otra vez la escena de la Anunciación. En muchos cuadros, María está representada sentada ante el ángel con un librito en sus manos. Este libro es la Escritura. María solía escuchar a Dios y transcurrir su tiempo con Él. La Palabra de Dios era su secreto: cercana a su corazón, se hizo carne luego en su seno. Permaneciendo con Dios, dialogando con Él en toda circunstancia, María hizo bella su vida. No la apariencia, no lo que pasa, sino el corazón tendido hacia Dios hace bella la vida. Miremos hoy con alegría a la llena de gracia. Pidámosle que nos ayude a permanecer jóvenes, diciendo «no» al pecado, y a vivir una vida bella, diciendo «sí» a Dios.

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2018

Queridos hermanas y hermanas, ¡buenos días y feliz fiesta!

La Palabra de Dios nos presenta hoy una alternativa. En la primera lectura está el hombre que en los orígenes dice no a Dios y en el Evangelio está María que en la Anunciación dice a Dios. En ambas lecturas es Dios quien busca al hombre. Pero en el primer caso se dirige a Adán, después del pecado, y le pregunta: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9), y él responde: «Me he escondido» (v. 10). En el segundo caso, en cambio, se dirige a María, sin pecado, que le responde: «He aquí la esclava del Señor» (Lc 1,38)». Heme aquí es lo opuesto de me he escondido. El heme aquí abre a Dios, mientras el pecado cierra, aísla, hace permanecer solos con uno mismo.

Heme aquí, es la palabra clave de la vida. Marca el pasaje de una vida horizontal, centrada en uno mismo y en las propias necesidades, a una vida vertical, elevada hacia Dios. Heme aquí, es estar disponible para el Señor, es la cura para el egoísmo, el antídoto de una vida insatisfecha, a la que siempre le falta algo. Heme aquí es el remedio contra el envejecimiento del pecado, es la terapia para permanecer jóvenes dentro. Heme aquí, es creer que Dios cuenta más que mi yo. Es elegir apostar por el Señor, dócil a sus sorpresas. Por eso decirle heme aquí es la mayor alabanza que podemos ofrecerle. ¿Por qué no empezar los días así? Sería bueno decir todas las mañanas: ‘Heme aquí, Señor, hágase hoy en mí tu voluntad. Lo diremos en la oración del Ángelus, pero podemos repetirlo ya ahora, juntos: ¡Heme aquí, Señor, hágase hoy en mí tu voluntad!

María añade: «Hágase en mí según tu palabra». No dice “Hágase según yo”, dice “Hágase según Tú”. No pone límites a Dios. No piensa: “me dedico un poco a Él, me doy prisa y luego hago lo que quiero”. No, María no ama al Señor cuando le apetece, a ratos. Vive fiándose de Dios en todo y para todo. Ese es el secreto de la vida. Todo lo puede quien se fía de Dios. El Señor, sin embargo, queridos hermanos y hermanas, sufre cuando le respondemos como Adán: “tengo miedo y me he escondido”. Dios es Padre, el más tierno de los padres, y desea la confianza de sus hijos. ¡Cuántas veces sospechamos de Él!, ¡sospechamos de Dios! Pensamos que puede enviarnos alguna prueba, privarnos de la libertad, abandonarnos. Pero esto es un gran engaño, es la tentación de los orígenes, la tentación del diablo: insinuar la desconfianza en Dios. María vence esta primera tentación con su heme aquí. Y hoy miramos la belleza de la Virgen, nacida y vivida sin pecado, siempre dócil y transparente a Dios.

Eso no significa que la vida fuera fácil para ella, no. Estar con Dios no resuelve mágicamente los problemas. Lo recuerda la conclusión del Evangelio de hoy: «Y el ángel se alejó de ella» (v. 38). Se alejó: es un verbo fuerte. El ángel deja sola a la Virgen en una situación difícil. Ella sabía en qué modo particular se convertiría en la Madre de Dios —se lo había dicho el ángel—, pero el ángel no se lo había explicado a los demás, sólo a ella. Y los problemas comenzaron inmediatamente: pensemos en la situación irregular según la ley, en el tormento de San José, en los planes de vida desbaratados, en lo que la gente habría dicho… Pero María pone su confianza en Dios ante los problemas. El ángel la deja, pero ella cree que con ella, en ella, ha permanecido Dios. Y se fía. Se fía de Dios. Está segura de que con el Señor, aunque de modo inesperado, todo irá bien. He aquí la actitud sabia: no vivir dependiendo de los problemas —terminado uno, se presentará otro–, sino fiándose de Dios y confiándose cada día a Él: ¡heme aquí! ¡”Heme aquí” es la palabra. “Heme aquí” es la oración. Pidamos a la Inmaculada la gracia de vivir así.

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2019

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos la solemnidad de María Inmaculada, que se sitúa en el contexto del Adviento, un tiempo de espera: Dios cumplirá lo que nos ha prometido. Pero en la fiesta de hoy se nos anuncia algo que ya ha sucedido, en la persona y en la vida de la Virgen María. El día de hoy lo consideramos el comienzo de este cumplimiento, que es incluso antes del nacimiento de la Madre del Señor. De hecho, su inmaculada concepción nos lleva a ese preciso momento en el que la vida de María comenzó a palpitar en el seno de su madre: ya existía el amor santificante de Dios, preservándola del contagio del mal, que es herencia común de la familia humana.

En el Evangelio de hoy resuena el saludo del Ángel a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28). Dios siempre ha pensado en ella y la ha querido, para su plan inescrutable, como una criatura llena de gracia, es decir, llena de su amor. Pero para llenarse es necesario hacer espacio, vaciarse, hacerse a un lado. Como María, que supo escuchar la Palabra de Dios y confiar totalmente en su voluntad, aceptándola sin reservas en su propia vida. Tanto es así que el Verbo se hizo carne en ella. Esto fue posible gracias a su “sí”. Al ángel que le pide que se prepare para ser madre de Jesús, María le responde: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (v. 38).

María no se pierde en tantos razonamientos, no pone obstáculos al camino del Señor, sino que confía y deja espacio para la acción del Espíritu Santo. Pone inmediatamente a disposición de Dios todo su ser y su historia personal, para que la Palabra y la voluntad de Dios los modelen y los lleven a cabo. Así, en perfecta sintonía con el designio de Dios sobre ella, María se convierte en la “más bella”, en la “más santa”, pero sin la más mínima sombra de complacencia. Es humilde. Ella es una obra maestra, pero sigue siendo humilde, pequeña, pobre. En ella se refleja la belleza de Dios que es todo amor, gracia, un don de sí mismo.

Me gustaría destacar también la palabra con la que María se define a sí misma en su entrega a Dios: se profesa «esclava del Señor». El “sí” de María a Dios asume desde el principio la actitud de servicio, de atención a las necesidades de los demás. Así lo atestigua concretamente el hecho de la visita a Isabel, que siguió inmediatamente a la Anunciación. La disponibilidad a Dios se encuentra en la voluntad de asumir las necesidades del prójimo. Todo esto sin clamor y sin ostentación, sin buscar un puesto de honor, sin publicidad, porque la caridad y las obras de misericordia no necesitan ser exhibidas como un trofeo. Las obras de misericordia se hacen en silencio, en secreto, sin jactarse de hacerlas. También en nuestras comunidades estamos llamados a seguir el ejemplo de María, practicando el estilo de discreción y ocultación.

Que la fiesta de nuestra Madre nos ayude a hacer de toda nuestra vida un “sí” a Dios, un “sí” lleno de adoración hacia Él y de gestos cotidianos de amor y de servicio.

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2020

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La fiesta litúrgica de hoy celebra una de las maravillas de la historia de la salvación: la Inmaculada Concepción de la Virgen María. También ella fue salvada por Cristo, pero de una forma extraordinaria, porque Dios quiso que desde el instante de la concepción la madre de su Hijo no fuera tocada por la miseria del pecado. Y por tanto María, durante toda su vida terrena, estuvo libre de cualquier mancha de pecado, ha sido la «llena de gracia» (Lc 1,28), como la llamó el ángel, y disfrutó de una singular acción del Espíritu Santo, para poder mantenerse siempre en su relación perfecta con su hijo Jesús; es más, era la discípula de Jesús: la Madre y la discípula. Pero el pecado no estaba en Ella.

En el magnífico himno que abre la Carta a los Efesios (cfr. 1,3-6.11-12), San Pablo nos hace comprender que cada ser humano es creado por Dios para esa plenitud de santidad, para esa belleza de la que la Virgen fue revestida desde el principio. La meta a la cual estamos llamados es también para nosotros don de Dios, el cual —dice el apóstol— nos ha «elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados» (v. 4); eligiéndonos de antemano (cfr. v. 5), en Cristo, para estar un día totalmente libres del pecado. Y esta es la gracia, es gratis, es un don de Dios.

Y lo que para María fue al inicio, para nosotros será al final, después de haber atravesado el “baño” purificador de la gracia de Dios. Lo que nos abre la puerta del paraíso es la gracia de Dios, recibida por nosotros con fidelidad. Todos los santos y las santas han recorrido este camino. También los más inocentes estaban marcados por el pecado original y lucharon con todas las fuerzas contra sus consecuencias. Ellos han pasado a través de la «puerta estrecha» que conduce a la vida (cfr. Lc 13,24). ¿Y vosotros sabéis quién es el primero de quien tenemos la certeza de que haya entrado en el paraíso, lo sabéis? Un “poco bueno”: uno de los dos que fueron crucificados con Jesús. Se dirigió a Él diciendo: «Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu Reino». Y Él respondió: «hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,42-43). Hermanos y hermanas, la gracia de Dios es ofrecida a todos; y muchos que sobre esta tierra son últimos, en el cielo serán los primeros (cfr. Mc 10,31).

Pero atención. No vale hacerse los astutos: posponer continuamente un serio examen de la propia vida, aprovechando la paciencia del Señor —Él es paciente, Él nos espera, Él está siempre para darnos la gracia—. Nosotros podemos engañar a los hombres, pero a Dios no, Él conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos. ¡Aprovechemos el momento presente! Este sí es el sentido cristiano de aprovechar el día: no disfrutar la vida en el momento fugaz, no, este es el sentido mundano. Sino acoger el hoy para decir “no” al mal y “sí” a Dios; abrirse a su Gracia, dejar finalmente de plegarse sobre uno mismo arrastrándose en la hipocresía. Mirar a la cara la propia realidad, así como somos; reconocer que no hemos amado a Dios y no hemos amado al prójimo como deberíamos, y confesarlo. Esto es empezar un camino de conversión pidiendo en primer lugar perdón a Dios en el Sacramento de la Reconciliación, y después reparar el mal hecho a los otros. Pero siempre abiertos a la gracia. El Señor llama a nuestra puerta, llama a nuestro corazón para entrar con nosotros en amistad, en comunión, para darnos la salvación.

Y este es para nosotros el camino para convertirnos en “santos e inmaculados”. La belleza incontaminada de nuestra Madre es inimitable, pero al mismo tiempo nos atrae. Encomendémonos a ella, y digamos una vez para siempre “no” al pecado y “sí” a la Gracia.

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2021

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, nos hace entrar en su casa de Nazaret, donde recibe el anuncio del ángel (cf. Lc 1,26-38). Una persona se revela mejor en su hogar que en otras partes. Y precisamente en esa intimidad doméstica el Evangelio nos da un detalle que revela la belleza del corazón de María.

El ángel la llama «llena de gracia». Si está llena de gracia, significa que la Virgen está vacía de maldad, es sin pecado, Inmaculada. Ahora, ante este saludo María —dice el texto— «se conturbó» (Lc 1,29). No solo está sorprendida, sino también turbada. Recibir grandes elogios, honores y cumplidos a veces tiene el riesgo de despertar el orgullo y la presunción. Recordemos que Jesús no es tierno con los que van en busca del saludo en las plazas, de la adulación, de la visibilidad (cf. Lc 20, 46). María, en cambio, no se enaltece, sino que se turba; en lugar de sentirse halagada, siente asombro. El saludo del ángel le parece más grande que ella. ¿Por qué? Porque se siente pequeña por dentro, y esta pequeñez, esta humildad atrae la mirada de Dios.

Así, entre las paredes de la casa de Nazaret vemos un rasgo maravilloso. ¿Cómo es el corazón de María? Tras recibir el más alto de los cumplidos, se turba porque siente dirigido a ella lo que no se atribuía a sí misma. De hecho, María no se atribuye prerrogativas, no reclama nada, no atribuye nada a su mérito. No siente autocomplacencia, no se exalta. Porque en su humildad sabe que todo lo recibe de Dios. Por tanto, está libre de sí misma, completamente orientada a Dios y a los demás. María Inmaculada no tiene ojos para sí misma. Aquí está la verdadera humildad: no tener ojos para uno mismo, sino para Dios y para los demás.

Recordemos que esta perfección de María, la llena de gracia, la declara el ángel dentro de las paredes de su casa: no en la plaza principal de Nazaret, sino allí, en el ocultamiento, en la mayor humildad. En esa casita de Nazaret palpitaba el corazón más grande que una criatura haya tenido jamás. Queridos hermanos y hermanas, ¡esta es una noticia extraordinaria para nosotros! Porque nos dice que el Señor, para hacer maravillas, no necesita grandes medios ni nuestras sublimes habilidades, sino nuestra humildad, nuestra mirada abierta a Él y abierta también a los demás. Con ese anuncio, dentro de las pobre paredes de una pequeña casa, Dios cambió la historia. También hoy quiere hacer grandes cosas con nosotros en la vida de todos los días, es decir, en la familia, en el trabajo, en los ambientes cotidianos. Ahí, más que en los grandes acontecimientos de la historia, ama obrar la gracia de Dios. Pero, me pregunto, ¿lo creemos? ¿O pensamos que la santidad es una utopía, algo para los profesionales, una ilusión piadosa incompatible con la vida ordinaria?

Pidámosle a la Virgen una gracia: que nos libre de la idea engañosa de que una cosa es el Evangelio y otra la vida; que nos encienda de entusiasmo por el ideal de santidad, que no es una cuestión de estampitas, sino de vivir cada día lo que nos sucede con humildad y alegría, como la Virgen, libres de nosotros mismos, con la mirada puesta en Dios y en el prójimo que encontramos. Por favor, no nos desanimemos: ¡el Señor nos ha dado a todos un buen paño para tejer la santidad en la vida diaria! Y cuando nos asalte la duda de no lograrlo o la tristeza de ser inadecuados, dejémonos mirar por los “ojos misericordiosos” de la Virgen, ¡porque nadie que haya pedido su ayuda ha sido abandonado jamás!

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BENEDICTO XVI – Homilías en las principales fiestas del año litúrgico

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DIRECTORIO HOMILÉTICO – Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

La preparación de Dios, la Inmaculada Concepción

411. La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del “nuevo Adán” (cf. 1 Co 15,21-22.45) que, por su “obediencia hasta la muerte en la Cruz” (Flp 2,8) repara con sobreabundancia la descendencia de Adán (cf. Rm 5,19-20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el “protoevangelio” la madre de Cristo, María, como “nueva Eva”. Ella ha sido la que, la primera y de una manera única, se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original (cf. Pío IX: DS 2803) y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf. Cc. de Trento: DS 1573).

489. A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada por la misión de algunas santas mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su desobediencia, recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del Maligno (cf. Gn 3, 15) y la de ser la Madre de todos los vivientes (cf. Gn 3, 20). En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad avanzada (cf. Gn 18, 10-14; 21,1-2). Contra toda expectativa humana, Dios escoge lo que era tenido por impotente y débil (cf. 1 Co 1, 27) para mostrar la fidelidad a su promesa: Ana, la madre de Samuel (cf. 1 S 1), Débora, Rut, Judit, y Ester, y muchas otras mujeres. María “sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen. Finalmente, con ella, excelsa Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación” (LG 55).

490. Para ser la Madre del Salvador, María fue “dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante” (LG 56). El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como “llena de gracia” (Lc 1, 28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios

491. A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María “llena de gracia” por Dios (Lc 1, 28) había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX:

    ... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano (DS 2803).

492. Esta “resplandeciente santidad del todo singular” de la que ella fue “enriquecida desde el primer instante de su concepción” (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es “redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo” (LG 53). El Padre la ha “bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo” (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. Él la ha elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (cf. Ef 1, 4).

493. Los Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios “la Toda Santa” (“Panagia”), la celebran como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura” (LG 56). Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.

722. El Espíritu Santo preparó a María con su gracia. Convenía que fuese “llena de gracia” la madre de Aquél en quien “reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente” (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda como la “Hija de Sión”: “Alégrate” (cf. So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, es la acción de gracias de todo el Pueblo de Dios, y por tanto de la Iglesia, esa acción de gracias que ella eleva en su cántico al Padre en el Espíritu Santo (cf. Lc 1, 46-55).

2001. La preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia. Esta es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación mediante la fe y a la santificación mediante la caridad. Dios acaba en nosotros lo que él mismo comenzó, “porque él, por su operación, comienza haciendo que nosotros queramos; acaba cooperando con nuestra voluntad ya convertida” (S. Agustín, grat. 17):

    Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que trabaja. Porque su misericordia se nos adelantó para que fuésemos curados; nos sigue todavía para que, una vez curados, seamos vivificados; se nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue para que seamos glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la piedad, nos sigue para que vivamos por siempre con Dios, pues sin él no podemos hacer nada (S. Agustín, nat. et grat. 31).

2853. La victoria sobre el “príncipe de este mundo” (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo está “echado abajo” (Jn 12, 31; Ap 12, 11). “El se lanza en persecución de la Mujer” (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, “llena de gracia” del Espíritu Santo es preservada del pecado y de la corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima Madre de Dios, María, siempre virgen). “Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos” (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22, 17. 20) ya que su Venida nos librará del Maligno.

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RANIERO CANTALAMESSA (www.cantalamessa.org)

¡Cuán hermosa eres, María!

Una frase del Evangelio nos da la clave para comprender el sen­tido de esta fiesta; el ángel entrando donde María, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

Diciendo que María es la Inmaculada nosotros decimos dos co­sas de ella, una negativa y una positiva. Negativamente, que ha sido concebida sin la «mancha» del pecado original; positivamen­te, que ha venido al mundo ya llena de toda gracia y de don. Nues­tros hermanos ortodoxos, cuando llaman a María la Panaghia, la Toda Santa, ponen el acento sobre este aspecto positivo y también la tradición latina, cuando la llama Tota pulcra, la «Toda Bella». Lo mismo queremos, asimismo, hacer nosotros, hablando de Ma­ría «llena de gracia».

La palabra gracia, lo hemos recordado en la fiesta de la Anun­ciación, tiene dos significados. Puede significar: favor, perdón, amnistía, como cuando decimos de un condenado a muerte que ha obtenido la gracia. Pero, puede también significar: belleza, fasci­nación, amabilidad. De la misma palabra griega, de la que procede gracia, charis, proviene también carne, poema y en francés char­me: todos los términos rememoran la belleza, la atracción. No es necesario insistir. El mundo de hoy conoce bien este segundo sen­tido de gracia; es, más bien, el único que conoce.

En la Biblia, gracia tiene, también, estos dos significados. Indi­ca, ante todo y primariamente, el favor divino, gratuito e inmereci­do, que, en presencia del pecado, se traduce por perdón y miseri­cordia; pero, después, indica también la belleza, que proviene de este favor divino, al que llamamos el estado de gracia.

En María encontramos estos dos significados de gracia. Ella es, ante todo, la «llena de gracia», porque ha sido objeto de un favor y de una elección únicos; ha sido, también, la «agraciada» , esto es, la salvada gratuitamente por la gracia de Cristo (¡ella ha sido preser­vada del pecado original «en previsión de los méritos de Cristo!»). Pero, es «llena de gracia», igualmente, en el sentido de que la elec­ción de Dios la ha hecho resplandeciente, sin mancha, «toda her­mosa», tota pulcra, como canta la Iglesia en esta fiesta. María es agraciada y graciosa, graciosa porque fue agraciada.

Y hemos llegado al punto del que surge el mensaje de esta fiesta para nosotros. Si la Inmaculada Concepción es la fiesta de la gracia y de la belleza, tiene algo importantísimo que decimos hoy. La be­lleza nos afecta a todos, es uno de los resortes más penetrantes del actuar humano. El amor por ella nos iguala a todos. Podemos di­sentir sobre qué sea bello; pero, todos estamos atraídos por la belle­za. «El mundo será salvado por la belleza», ha dicho Dostoevskji. Pero, de inmediato, debemos añadir que el mundo puede también estar perdido por la belleza.

¿Por qué, nos preguntamos, la belleza, que al igual que la verdad y la bondad es un atributo de Dios y del ser, se transforma tan fre­cuentemente en una trampa mortal y en una causa de delitos y de lá­grimas amargas? ¿Por qué tantas personificaciones de la belleza, a partir de la Helena de Homero, han sido causa de duros lutos y trage­dias y tantos mitos modernos de belleza han terminado en el suicidio?

El filósofo Pascal nos ayuda a dar una respuesta a estas pregun­tas. Él dice que existen tres órdenes o niveles de grandeza o catego­rías de valores en el mundo: el orden de los cuerpos y de las cosas materiales; el orden de la inteligencia y el ingenio; y el orden de la bondad o santidad. Pertenecen al primer orden, la fuerza y las ri­quezas materiales; pertenecen al segundo orden, el talento o inge­nio, la ciencia, el arte; pertenecen al tercer nivel, la bondad, la san­tidad, la gracia.

Tras cada uno de estos niveles y el sucesivo hay un salto de cua­lidad casi hasta infinito. Al ingenio o talento no le añade y no le quita nada el hecho de ser rico o pobre, bello o feo; su grandeza se coloca en un plano distinto y superior; y, en efecto, los más grandes genios han debido luchar frecuentemente con la miseria más negra o eran disfraces sin más... Del mismo modo, al santo ni le añade ni le quita nada el hecho de ser fuerte o débil, rico o pobre, ser un in­genio o un ignorante: su grandeza se ubica en un plano distinto e infinitamente superior. El músico Gounod decía que una gota de santidad vale más que un océano de talento o ingenio.

Todo lo que Pascal dice sobre la grandeza en general se aplica también a la belleza. Existen tres clases de belleza: la belleza física o de los cuerpos, la belleza intelectual o estética, y la belleza moral o espiritual. También, aquí, entre un plano y el sucesivo hay un abismo.

La belleza física, estando vinculada a la materia, es arriesgada: puede existir o no existir, existir durante un tiempo y, después, de golpe, por una enfermedad o por vejez, ceder el paso a lo contrario. Por eso, la belleza ha sido siempre declarada «mentirosa» por poe­tas y filósofos; «engañosa es la gracia y fugaz la belleza», dice de ella la Biblia (Proverbios 31,30). Es engañosa porque crea la ilu­sión de ser eterna, inalterable, suficiente para sí misma, mientras que lo contrario es verdadero. Para describir este hecho, los anti­guos habían creado el mito de las sirenas: muchachas bellísimas, que hechizaban con su canto a los marineros y les atraían detrás de sí llevándoles hasta chocar contra los escollos.

La belleza de María Inmaculada se sitúa en el tercer plano, el de la santidad y de la gracia; y constituye, por el contrario, el vértice después de Cristo. Es belleza interior, hecha de luz, de armonía, de correspondencia perfecta entre la realidad y la imagen, la que tenía Dios al crear a la mujer. Es Eva en todo su esplendor y perfección, la «nueva Eva».

Pero, después de haber contemplado en María la belleza en gra­do sumo, intentemos por un momento bajar nuestra mirada sobre la tierra y ver qué uso hace el hombre de este don de Dios, que es la belleza. Este tema le era particularmente querido a Pablo VI, el cual, como cardenal en Milán, vuelve sobre este argumento en to­dos sus discursos hechos durante la fiesta de la Inmaculada. En uno de ellos, decía: «A quien quisiera ver reflejados estos rayos di vinos y humanos de la Virgen en las almas nuestras y de nuestros herma­nos, se le contrae el corazón al ver, por el contrario, toda la otra es­cena: tantas almas de adolescentes y hasta de niñas, que serían be­llas, candidatas a tantas sublimes virtudes, a tanta poesía del espíritu, a tanto vigor de acción, y que, de inmediato, son estropea­das, manchadas, rodeadas por un anegarse de tentaciones, que ya no consiguen más reprimir. Nuestros muchachos, nuestras mu­chachas, ¿qué leen?, ¿qué ven?, ¿qué piensan?, ¿qué desean?... ¡Cuántas almas profanadas! ¡Cuántas familias rotas! ¡Cuántas per­sonas, que tienen una doble vida! ¡Cuántos amores, que han llega­do a ser traiciones! ¡Qué disipación de energía humana, precisa­mente en este nexo de indisciplina de costumbres y de vicios ahora tolerados, de esta exhibición de la pasión y del vicio!»

¿Posiblemente es porque nosotros los cristianos despreciamos y tenemos miedo a la belleza en el sentido ordinario del término? Nada de eso. El Cantar de los Cantares celebra esta belleza en la esposa y en el esposo con un entusiasmo insuperado y sin comple­jos. De igual forma, es creación de Dios; es más, la ternura misma de la creación material. Sin embargo, digamos que ella debe ser siempre una belleza «humana»; y, por ello, reflejo de un alma y de un espíritu. No puede ser rebajada al rango de belleza puramente animal, reducida a puro reclamo para los sentidos, a un instrumen­to de seducción, a un sex appeal. Sería deshumanizarla.

A este respecto, por ahí hay mucha incoherencia. Muchos de cuantos crean la opinión pública se comportan como quien arroja el pedrusco y, después, ante los vidrios rotos, retira la mano. Empujan para romper todos los frenos; celebran como una victoria de la civi­lización todo golpe nuevo inferido al pudor; gritan a la inquisición, a las cruzadas, apenas alguno se arriesga a denunciar algún exceso manifiesto, pasando después, al día siguiente, a lavarse las manos como Pilatos o a rasgarse las vestiduras como Caifás frente al enési­mo crimen inusitado, que ha envuelto a adolescentes y muchachos.

Pero, no queremos terminar con la impresión negativa de esta realidad. A mi tal situación me fuerza a aclarar más bien qué quiere Dios de nosotros los cristianos y de todo hombre de buena volun­tad. Dios nos llama a hacer resplandecer de nuevo, ante los ojos de los hombres, el ideal de una belleza, que, sí, es satisfacción, pero también respeto y sentido de responsabilidad frente al cuerpo, al sexo, a la mujer ya todas las criaturas de Dios.

Todos podemos hacer algo para entregar a las generaciones ve­nideras un mundo un poco más bello y hermoso, no con otra cosa que escogiendo bien aquello que dejamos penetrar en nuestra casa y en nuestro corazón a través de las ventanas de los ojos. Que la Virgen Inmaculada, la toda hermosa, nos dé, al menos, la valentía de intentarlo.

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PREGONES – La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes

Con el corazón limpio

«María es la llena de gracia, la Inmaculada, sin pecado concebida, la morada preparada desde antes de nacer, para ser cuna y trono del Rey, el Arca perfecta para contener el tesoro más grande y más preciado de Dios: su propio Hijo, el Mesías, el Redentor.

Ella es la mujer que Dios creó inmaculada y pura, sin mancha ni arruga, preservada intacta, tal cual Él la pensó, para engendrar la pureza absoluta, que es el Cordero de Dios.

Ella es, por tanto, la esclava del Señor, que en su bondad infinita Él hizo Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, Reina de cielos y tierra, y Madre de todos los hijos de Dios, medianera de todas las gracias necesarias para que los hombres conozcan al Hijo de Dios, y reciban los medios para llegar, a través del Hijo, al Padre.

María es la mujer anunciada en las Escrituras, la que pisa la cabeza de la serpiente mientras ella intenta morder su talón. La que da vida al que es la Vida del mundo, portadora de paz y de esperanza.

Acepta tú el llamado de Dios a ser lleno de gracia, para vivir en su presencia con un corazón puro, intachable, inmaculado como el de María, dispuesto a recibirlo con la humildad, con la fe, con el amor, con el agradecimiento de un esclavo que Él ha mirado y lo ha hecho verdadero hijo amado.

Entrégale tu corazón sucio, manchado de pecado, herido y triturado, indigno, mortal, enfermo, endurecido como piedra, que nada merece, pero que en Él tiene puesta toda su esperanza, y su confianza en su misericordia; y Él se lo dará a María, para cuidarlo, protegerlo y conducirlo con la gracia al encuentro de Jesús, fruto bendito de su vientre, para que sea limpiado, purificado, transformado en un corazón de carne, inmaculado y lleno de gracia, como el suyo, para que seas un hombre según su Corazón. Y lo hará, porque no hay nada imposible para Dios».

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FLUVIUM (www.fluvium.org)

Purificarnos para Dios

Celebramos hoy la gran Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios. No seremos capaces de disponernos en este día tan singular como se merece Santa María: somos niños toscos para valorar los tesoros sobrenaturales. Procuremos, en todo caso, considerar de modo especial en este día, que Dios –Sabiduría Eterna– quiso a su Madre totalmente limpia de pecado desde su primer instante, para que fuera una digna morada del Verbo. María, Madre de Dios y Madre nuestra, puesto que iba a concebir virginalmente al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, fue librada desde siempre y por siempre de toda relación con satanás. Nunca hubo en Ella pecado, ni esa consecuencia del pecado que es la tendencia al mal, consecuencia del desorden originado en nosotros por el pecado original.

En María reina en todo momento una perfecta armonía. Corresponde a su Creador y Señor comprendiendo que siempre es voluntad divina su bien. Esta comprensión positiva de su realidad personal frente a Dios, es una manifestación más de su inocencia original. En María se cumple en todo momento, como Dios espera, la vida humana. Es la criatura que responde exactamente a esa ‘imagen y semejanza’ que quiso el Creador plasmar de Sí en el hombre. En Ella, como asiente a Dios en todo, se manifiesta toda la bondad y la perfección que el Creador quiso para su Madre.

Por nuestros pecados, en cambio, tendemos a contemplar torcidamente la realidad. Incurrimos en ignorancia, pues tenemos la inteligencia herida por el pecado original y los demás pecados que, desde entonces, apartan al hombre de Dios y de la perfección con que Dios nos quiso. Debemos, por esto, suplicar con perseverancia en la oración rectitud en nuestros juicios y apreciaciones, y una comprensión recta de nosotros mismos y de la realidad, que nos permita decidirnos por lo verdadero y bueno. No deseamos vivir entre engaños, ni de nuestra condición personal ni de las circunstancias que nos rodean, y suplicamos a Dios, de quien procede toda verdad y todo bien, que no deje que nos engañemos por lo más fácil, por lo más grato, por lo que nos hace más atractivos o eficaces, pero solamente en este mundo.

Asimismo, queremos vigilar para no escatimar el esfuerzo que honradamente podemos y debemos poner con tal de cumplir la divina voluntad. No queremos concluir hasta cierto punto, en cierta medida sólo, lo que Nuestro Señor espera de nosotros, sino acabadamente: dedicando a nuestras tareas el esfuerzo y el cansancio necesarios, hasta hacer rendir del todo las cualidades que de El hemos recibido. Únicamente así podremos afirmar con verdad que lo hemos intentado sinceramente, y descansaremos entonces tranquilos. Posiblemente todavía tendremos que reconocer que es posible –con más capacidad, con más tiempo disponible, con más talentos en suma– concluir aquella tarea con más perfección. Personalmente, en todo caso, ya habremos cumplido por el momento, a la espera, tal vez, de otras circunstancias más favorables.

La figura de Nuestra Madre Inmaculada, nos ofrece, entre otros, un ejemplo de rectitud para captar la verdad de las circunstancias en las que Dios nos espera. Contemplando su vida santísima, entendemos si son reales las dificultades nuestras y proporcionados los medios que ponemos para cumplir la voluntad de nuestro Dios. Como Ella se declaró esclava del Señor, también nosotros queremos entregarnos sin condiciones y servirle por amor lo mejor que podamos en cada circunstancia. Pidamos a Santa María ser también humildes para –en nuestro caso– reconocer las personales limitaciones, para acogernos al poder providente de Nuestro Padre Dios, que cuenta con cada uno siendo como somos, y proveerá en favor nuestro para que se cumpla su voluntad.

Santa María, Regina apostolorum –le decimos con san Josemaría–, reina de todos los que suspiran por dar a conocer el amor de tu Hijo: tú que tanto entiendes de nuestras miserias, pide perdón por nuestra vida: por lo que en nosotros podría haber sido fuego y ha sido cenizas; por la luz que dejó de iluminar, por la sal que se volvió insípida. Madre de Dios, omnipotencia suplicante: tráenos, con el perdón, la fuerza para vivir verdaderamente de esperanza y de amor, para poder llevar a los demás la fe de Cristo.

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PALABRA Y VIDA (www.palabrayvida.com.ar)

Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María

María está siempre espiritualmente presente en nuestras asambleas eucarísticas. Sin embargo, hoy su presencia es distinta porque ella es la ocasión y, en cierto sentido, la finalidad misma de nuestra celebración litúrgica. La Eucaristía de hoy es “acción de gracias” a Dios por las cosas grandes que hizo en María y es acción de gracias a María por las cosas grandes y maternales que hizo y hace por cada uno de nosotros. Hemos contemplado, Señor, las maravillas de tu amor, hemos cantado en el salmo responsorial. ¡Y María es una maravilla del amor de Dios!

A fin de que esta fiesta no quede fuera de nosotros, que no sea una mera celebración de los “privilegios” de María, sino que nos llegue y nos conmueva profundamente, debemos comprenderla a la luz de aquellas palabras de Pablo en la segunda lectura: Bendito sea Dios... que nos ha bendecido en Cristo... y nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor.

Por lo tanto, todos estamos llamados a ser santos e inmaculados; es nuestro destino más verdadero; es el proyecto de Dios para nosotros. Un poco más adelante, en la misma carta a los efesios, Pablo contempla este plan de Dios vinculándolo ya no con los hombres tenidos en cuenta en forma individual, sino con la Iglesia universal, esposa de Cristo: Cristo amó a la Iglesia, se entregó por ella, para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua, la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada.

Una humanidad de santos e inmaculados: he aquí el gran proyecto de Dios al crear la Iglesia. Una humanidad que finalmente pueda presentarse ante él, que ya no deba huir de su presencia con la cara llena de vergüenza, como Adán y Eva después del pecado. Todavía más: una humanidad que él pueda amar y estrechar con él en comunión por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo.

¿Qué representa en este proyecto universal de Dios la Inmaculada Concepción de María que hoy celebramos?

La liturgia responde a esta pregunta en el prefacio de la Misa de hoy cuando, dirigiéndose a Dios, canta: “En ella has señalado el inicio de la Iglesia, esposa de Cristo sin mancha y sin arruga... Por encima de toda otra criatura la predestinabas para tu pueblo, abogada de gracia y modelo de santidad”.

He aquí, entonces, lo que celebramos hoy en María: el principio de la Iglesia, la primera realización del proyecto de Dios, en el cual está como la promesa y la garantía de que el plan será cumplido: “¡Nada le es imposible a Dios!”, ni siquiera hacer de nosotros, miserables criaturas, seres santos e inmaculados. María es prueba de eso, aun cuando ella, a diferencia de nosotros, nunca fue ni miserable ni impura. En ella ya brilla todo el esplendor futuro de la Iglesia, como en una gota de rocío, en una mañana serena, se refleja el entero arco del cielo. También y sobre todo por esto, María es llamada “madre de la iglesia”.

Sin embargo, María no se nos aparece sólo como aquella que está detrás de nosotros, en el inicio de la Iglesia, sino también como aquella que está delante de nosotros “como modelo de santidad para el pueblo de Dios”. Nosotros no nacimos inmaculados como, por singular privilegia de Dios, nació ella; al contrario, el mal anida en nosotros en todas las fibras y en todas las formas. Estamos llenos de arrugas: arruga es nuestra pereza, arruga la soberbia, arruga la sensualidad desordenada que vuelve al espíritu tan refractario a la vista de Dios. Suavizar estas arrugas y purificarnos es el trabajo de toda la existencia: trabajo difícil y extenuante, pero indispensable, ya que nada contaminado puede comparecer ante Dios.

Es en este trabajo de purificación y de recuperación de la imagen de Dios que María está delante de nosotros como un llamado poderoso. La liturgia –hemos escuchado– habla de ella como de un “modelo de santidad”. La imagen es justa, a condición de que superemos las analogías humanas. La Señora no es un modelo que está frente a nosotros, por decirlo así, en actitud de posar, como quien se deja retratar por el pintor. Ella es un modelo que trabaja con nosotros y dentro de nosotros, que nos guía la mano al retratar los rasgos del modelo por excelencia, suyo y nuestro, que es Jesucristo, al hacernos Dios reproducir la imagen de su Hijo (Rom. 8, 29). En efecto, es “abogada de gracia”, incluso antes que modelo de santidad.

¡Cómo se equivoca quien cree que la devoción a María, cuando es iluminada y eclesial, nos puede alejar del único Mediador! Quien alguna vez tuvo la experiencia verdadera, auténtica, de la presencia de María en la propia vida, sabe que se resuelve completamente en una experiencia de Evangelio y en un volver a descubrir a Cristo. Y todo eso con una prontitud y una simplicidad que sabe a gracia y a misterio. ¡Cuántos regresaron a Dios y a Jesucristo al pasar ante la Inmaculada en Lourdes!

Por eso, ¡cómo debemos estrechamos con humildad y afecto, alrededor de la Señora, en esta fiesta intercalada en el corazón del Adviento! Ella es la Inmaculada “para nosotros”, para la Iglesia. Con ella, esperamos la venida del Salvador, como los primeros discípulos, dispuestos a su alrededor en el Cenáculo, esperaron la venida del Espíritu Santo. No lo esperamos sólo porque dentro de poco sea Navidad, sino también porque él está por venir ahora a nosotros en la Eucaristía, con el cuerpo que ha recibido de María.

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BIBLIOTECA ALMUDÍ (www.almudi.org)

La Inmaculada Concepción de Santa María Virgen

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en la Basílica Santa María la Mayor (8-XII-1980)

– La primera esperanza

El Concilio Vaticano II enseña en la Constitución “Lumen gentium”: “Único es nuestro Mediador según la palabra del Apóstol: ‘Porque uno es Dios y uno el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo como precio de rescate por todos’ (1 Tim, 2,5-6). Pero la misión maternal de María hacia los hombres, de ninguna manera obscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del Divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo”.

Lo demuestra de modo particular esta solemnidad de la Inmaculada Concepción.

Este es el día en que confesamos que María –elegida de modo particular y eternamente por Dios en su amoroso designio de salvación– ha experimentado también de modo especial la salvación: fue redimida de modo excepcional por obra de Aquél, a quien Ella, como Virgen Madre, debía transmitir la vida humana.

De ello habla también las lecturas de la liturgia de hoy. San Pablo en la Carta a los Efesios escribe: “Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido, en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la Persona de Cristo –antes de crear el mundo– para que fuésemos santos e irreprochables en Él por el amor” (Ef 1,3-4).

Estas palabras se refieren de modo particular y excepcional a María. Efectivamente, Ella, más que todos los hombres –y más que los ángeles– “fue elegida en Cristo antes de la creación del mundo”, porque de modo único e irrepetible fue elegida para Cristo, fue destinada a Él para ser Madre.

Luego, el Apóstol, desarrollando la misma idea de su Carta a los Efesios, escribe: “...Nos ha destinado (Dios) en la Persona de Cristo –por pura iniciativa suya– a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya” (Ef 1,5).

Y también estas palabras –en cuanto se refieren a todos los cristianos– se refieren a María de modo excepcional. Ella –precisamente Ella como Madre– ha adquirido en el grado más alto la “adopción divina”: elegida para ser hija adoptiva en el eterno Hijo de Dios, precisamente porque Él debía llegar a ser, en la economía divina de la salvación, su verdadero Hijo, nacido de Ella, y por esto Hijo del Hombre: Ella, como frecuentemente cantamos, ¡Hija amada de Dios Padre!

Y finalmente escribe el Apóstol: “Con Cristo hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria” (Ef 1,11-12).

Nadie de modo más pleno, más absoluto y más radical “ha esperado” en Cristo como su propia Madre, María.

Y tampoco nadie como Ella “ha sido hecha heredera en Él”, ¡en Cristo!

Nadie en la historia del mundo ha sido más cristo-céntrico y más cristo-foro que Ella. Y nadie ha sido más semejante a Él, no sólo con la semejanza natural de la Madre con el Hijo, sino con la semejanza del Espíritu y de la santidad.

Y porque nadie tanto como Ella existía “conforme al designio de la voluntad de Dios”, nadie en este mundo existía tanto como Ella “para alabanza de su gloria”, porque nadie existía en Cristo y por Cristo tanto como Aquella, gracias a la cual Cristo nació en la tierra.

– La Inmaculada es la gran fiesta del Adviento

He aquí la alabanza de la Inmaculada, que la liturgia de hoy proclama con las palabras de la Carta a los Efesios. Y toda esta riqueza de la teología de Pablo se puede encontrar encerrada también en estas dos palabras de Lucas “Llena de gracia” (“Kecharitoméne”).

La Inmaculada Concepción es un particular misterio de la fe, y es también una solemnidad particular. Es la fiesta de Adviento por excelencia. Esta fiesta –y también este misterio– nos hace pensar en el “comienzo” del hombre sobre la tierra, en la inocencia primigenia y luego, en la gracia perdida y en el pecado original.

Por esto leemos hoy primeramente el pasaje el pasaje del libro del Génesis, que da la imagen de este “comienzo”.

Y cuando, precisamente en este texto, leemos de la mujer, cuya estirpe “aplastará la cabeza de la serpiente” (Gen 3,15), vemos en esta mujer, juntamente con la Tradición, a María, presentada precisamente inmaculada por obra del Hijo de Dios, al cual debía dar la naturaleza humana. Y no nos maravillamos de que al comienzo de la historia del hombre, entendida como historia de la salvación, esté inscrita también María, si –como hemos leído en San Pablo– antes de la creación del mundo todo cristiano fue elegido ya en Cristo y por Cristo: ¡Esto vale mucho más para Ella!

La Inmaculada es, pues, obra particular, excepcional y única de Dios: “Llena de gracia...”.

– Gracias por su Inmaculada Concepción

Cuando en el tiempo establecido por la Santísima Trinidad, fue a Ella, el Ángel y le dijo: “No temas... Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo” (Lc 1, 30-32), solamente Aquella que era “llena de gracia” podía responder tal como entonces respondió María: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

Y María respondió así precisamente.

Hoy, en esta fiesta de Adviento, alabamos por ello al Señor.

Y le damos gracias por esto.

¡Damos gracias porque María es “llena de gracia”!

Damos gracias por su Inmaculada Concepción.

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

No sin intención coloca la Iglesia a María en este tiempo de Adviento. Ella, nacida sin pecado, es la digna morada de Jesús, la puerta por la que el Hijo de Dios se introduce en la Historia. El inefable amor y la limpieza de alma con que esperó a su Hijo, es un modelo de cómo debemos prepararnos para el encuentro del Señor que viene (Marialis C. 3-4).

El pecado no sólo corrompe al hombre y lo aleja de Dios, sino que lo convierte en alguien socialmente peligroso, como recuerda el Vaticano II: “las mutilaciones, las torturas morales o físicas, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes..., estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana” (GS 27). Sin embargo, Dios no abandona al hombre y una Mujer nacerá sin esta mancha y mantendrá una enemistad perpetua con el autor del mal a quien, finalmente, le aplastarán la cabeza. Es lo que celebra hoy la Iglesia.

Purísima debía ser la que diera a luz al Salvador que quita los pecados del mundo (Prefacio). La Tradición exegética ha entendido que las palabras del ángel: “Salve, llena de gracia”, hablan de su concepción inmaculada, la nueva Eva, por la que recuperamos la vida que nos trae Jesucristo.

María está en el inicio y en el corazón del acontecimiento salvífico. Su “sí” a Dios pone en marcha la gran obra de la Redención operada por Cristo. Quien enfrente esta obediencia de María a los designios de Dios y que anuncia la aurora de una nueva era, con la desobediencia de Eva en el Edén, podrá advertir la diferencia que media entre la entrega fiel a los planes de Dios y el enfermizo deseo de “ir a la nuestra”. María nos enseña que decir “sí” a Dios es alinearse con los grandes proyectos que Él tiene sobre la humanidad. “De que tú y yo nos portemos como Dios quiere –no lo olvides– dependen muchas cosas grandes” (Camino, 755)

María es la nueva Eva, recuerdo de lo que era la mujer “al principio” y promesa de lo que será: hija de la Resurrección. En María se ha realizado plenamente el proyecto de Dios sobre la humanidad. Ella fue concebida sin mancha para que Jesucristo tuviera una digna morada. ¡Purifiquémonos con una buena Confesión ahora que se acerca la Navidad¡ ¡Solicitemos su ayuda para cumplir el querer de Dios! ¡Ella puede hacer por nosotros más que nadie!

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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

«Alégrate, llena de gracia»

I. LA PALABRA DE DIOS

Gn 3, 9-15.20: «Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya».

Sal 97, 1.2-4: «Cantad al Señor un cántico nuevo».

Ef 1, 3-6.11-12: «Dios nos eligió en la persona de Cristo».

Lc 1, 26-38: «Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo».

II. LA FE DE LA IGLESIA

«De la descendencia de Eva, Dios eligió a la Virgen María para ser la Madre de su Hijo. Ella, “llena de gracia'', es “el fruto excelente de la Redención''; desde el primer instante de su concepción, fue totalmente preservada de la mancha del pecado original y permaneció pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida» (508).

«Esta resplandeciente santidad del todo singular de la que Ella fue “enriquecida desde el primer instante de su concepción'', le viene toda entera de Cristo. Ella es “redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo''. El Padre la ha “bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en el cielo, en Cristo'' (492).

III. TESTIMONIO CRISTIANO

«Cuando leemos que el Mensajero dice a María “llena de gracia”, el contexto evangélico, en el que confluyen revelaciones y promesas antiguas, nos da a entender que se trata de una bendición singular entre todas las bendiciones espirituales en Cristo. En el misterio de Cristo María está presente ya “antes de la creación del mundo'' como aquella que el Padre “ha elegido”' como Madre de su Hijo en la Encarnación y junto con el Padre la ha elegido el Hijo confiándola eternamente al Espíritu de Santidad». (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, n.8).

IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA

A. Apunte bíblico-litúrgico

El texto del Génesis es el primer anuncio de la salvación. El pecado originó la división y la lucha entre la serpiente y la mujer, entre la descendencia de una y la descendencia de otra. El triunfo será de la mujer y de su descendencia. Se anuncia así la redención y liberación del pecado por la victoria de Jesucristo «nacido de mujer». La tradición eclesial ha visto, además, el anuncio de la victoria de una Mujer. Aquella de la que nació el Salvador: La Virgen María, Inmaculada en su Concepción.

«La llena de gracia» (Evangelio). En el ser de María no ha existido jamás ni vacío ni sombra alguna, desde que «es» Inmaculada.

La Virgen Inmaculada es el espejo que hemos de mirar en el empeño por realizar el designio de Dios sobre nosotros (Segunda lectura).

B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica

La fe:

La Inmaculada Concepción: 490-493; 508.

María, icono escatológico de la Iglesia: 972.

La respuesta:

María tipo de la Iglesia Santa: 829.

Alégrate llena de gracia: 721-726.

C. Otras sugerencias

El Adviento es el tiempo de la Virgen María. En Ella se realizan las tres venidas de Jesucristo (ver Domingo I de Adviento).

Cielos, tierra, cosmos y toda criatura que Dios ha sometido al hombre para su realización, se alegran porque la concepción inmaculada de María es el anuncio de que la salvación ha llegado a la tierra y ha comenzado en ella la «nueva creación» «el cielo nuevo y la tierra nueva».

Dios la amó y la hizo inmaculada: «Con amor eterno te amé: por eso te he mantenido mi favor» (Jr 31, 3-4). En María no hay mancha alguna de pecado, es toda hermosa. Todo su ser es puro, bello y santo. Dios muestra en Ella su esplendor. «La llena de gracia».

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HABLAR CON DIOS (www.hablarcondios.org)

La Virgen en el misterio de Cristo.

Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios; porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus joyas. Son palabras que la Liturgia pone en labios de Nuestra Señora en esta Solemnidad, y expresan el cumplimiento de la antigua profecía de Isaías.

Todo cuanto de hermoso y bello se puede decir de una criatura, se lo cantamos hoy a nuestra Madre del Cielo. “Exulte hoy toda la creación y se estremezca de gozo la naturaleza. Alégrese el cielo en las alturas y las nubes esparzan la justicia. Destilen los montes dulzura de miel y júbilo las colinas, porque el Señor ha tenido misericordia de su pueblo y nos ha suscitado un poderoso salvador en la casa de David su siervo, es decir, en esta inmaculadísima y purísima Virgen, por quien llega la salud y la esperanza a los pueblos”, canta un antiguo Padre de la Iglesia.

La Trinidad Santa, queriendo salvar a la humanidad, determinó la elección de María para Madre del Hijo de Dios hecho Hombre. Más aún: quiso Dios que María fuera unida con un solo vínculo indisoluble, no sólo al nacimiento humano y terrenal del Verbo, sino también a toda la obra de la Redención que Él llevaría a cabo. En el plan salvífico de Dios, María está siempre unida a Jesús, perfecto Dios y hombre perfecto, Mediador único y Redentor del género humano. “Fue predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la Encarnación del Verbo, por disposición de la Divina Providencia”.

Por esta elección admirable y del todo singular, María, desde el primer instante de su ser natural, quedó asociada a su Hijo en la Redención de la humanidad. Ella es la mujer de la que nos habla el Génesis en la Primera lectura de la Misa. Después de cometido el pecado de origen, dijo Dios a la serpiente: Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. María es la nueva Eva, de la que nacerá un nuevo linaje, que es la Iglesia. En razón de esta elección, la Virgen Santísima recibió una plenitud de gracia mayor que la concedida a todos los ángeles y santos juntos, como correspondía a la Madre del Salvador. María está en un lugar singular y único entre Dios y los hombres. Ella es la que en la Iglesia ocupa después de Cristo el lugar más alto y el más cercano a nosotros; es el ejemplar acabado de la Iglesia, modelo de todas las virtudes, a la que hemos de mirar para tratar de ser mejores. Es tan grande su poder salvador y santificador que, por gracia de Cristo, cuanto más se difunde su devoción, más atrae a los creyentes hacia su Hijo y hacia el Padre.

En Ella, purísima, resplandeciente, fijamos nuestros ojos, “como en la Estrella que nos guía por el cielo oscuro de las expectativas e incertidumbres humanas, particularmente en este día, cuando sobre el fondo de la liturgia del Adviento brilla esta solemnidad anual de tu Inmaculada Concepción y te contemplamos en la eterna economía divina como la Puerta abierta, a través de la cual debe venir el Redentor del mundo”.

Su plenitud de gracia recibida en el instante de su Concepción Inmaculada.

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre todas las mujeres.

Por una gracia del todo singular, y en atención a los méritos de Cristo, Santa María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original, desde el primer instante de su concepción. Dios “la amó con un amor tan por encima del amor a toda criatura, que vino a complacerse en Ella con síngularísima benevolencia. Por esto, tan maravillosamente la colmó de la abundancia de todos sus dones celestiales, sacados del tesoro de su divinidad, muy por encima de todos los ángeles y santos, que Ella, absolutamente libre siempre de toda mancha de pecado, y toda hermosa y perfecta, manifestó tal plenitud de inocencia y santidad, que no se concibe en modo alguno mayor después de Dios ni nadie puede imaginar fuera de Dios”.

Esta preservación del pecado en Nuestra Señora es, en primer lugar, plenitud de gracia del todo singular y cualificada; la gracia, en María –enseñan los teólogos–, se adelantó a la naturaleza. En Ella todo volvía a tener su sentido primitivo y la perfecta armonía querida por Dios. El don por el que careció de toda mancha le fue concedido a modo de preservación de algo que no se contrae. Fue exenta de todo pecado actual, no tuvo ninguna imperfección –ni moral, ni natural–, no tuvo inclinación alguna desordenada, ni pudo padecer verdaderas tentaciones internas; no tenía pasiones descontroladas; no sufrió los efectos de la concupiscencia. Jamás estuvo sujeta al diablo en cosa alguna.

La Redención alcanzó también a María y actuó en Ella, pues recibió todas las gracias en previsión de los méritos de Cristo. Dios preparó a la que iba a ser la Madre de su Hijo con todo su Amor infinito. “¿Cómo nos habríamos comportado, si hubiésemos podido escoger la madre nuestra? Pienso que hubiésemos elegido a la que tenemos, llenándola de todas las gracias. Eso hizo Cristo: siendo Omnipotente, Sapientísimo y el mismo Amor (Deus caritas est, Dios es amor, 1 Jn 4, 8), su poder realizó todo su querer”.

Desde esta fiesta grande divisamos ya la proximidad de la Navidad. La Iglesia ha querido que ambas fiestas estén cercanas. “Del mismo modo que el primer brote verde señala la llegada de la primavera en un mundo helado y que parece muerto, así en un mundo manchado por el pecado y de gran desesperanza esa Concepción sin mancha anuncia la restauración de la inocencia del hombre. Así como el brote nos da una promesa cierta de la flor que de él saldrá, la Inmaculada Concepción nos da la promesa infalible del nacimiento virginal (...). Aún era invierno en todo el mundo que la rodeaba, excepto en el hogar tranquilo donde Santa Ana dio a luz a una niña. La primavera había comenzado allí”. La nueva Vida se inició en Nuestra Madre en el mismo instante en que fue concebida sin mancha alguna y llena de gracia.

Para imitar a la Virgen es necesario tratarla. Devociones.

Tota pulchra es, Maria, eres toda hermosa, María, y no hay mancha alguna de pecado en Ti.

La Virgen Inmaculada será siempre el ideal que debemos imitar. Ella es modelo de santidad en la vida ordinaria, en lo corriente, sin llamar la atención, sabiendo pasar oculta. Para imitarla es necesario tratarla. Durante estos días de la Novena hemos procurado, con Ella, dar un paso hacia adelante. Ya no la podemos dejar; sobre todo, porque Nuestra Madre no nos deja.

Aquella profecía que un día hiciera la Virgen, Me llamarán bienaventurada todas las generaciones..., la estamos cumpliendo ahora nosotros y se ha cumplido al pie de la letra a través de los siglos: poetas, intelectuales, artesanos, reyes y guerreros, hombres y mujeres de edad madura y niños que apenas han aprendido a hablar; en el campo, en la ciudad, en la cima de un monte, en las fábricas y en los caminos, en situaciones de dolor y de alegría, en momentos trascendentales (¡cuántos millones de cristianos han muerto con el dulce nombre de María en sus labios o en su pensamiento!), se ha invocado y se llama a Nuestra Señora todos los días. En tantas y tan diversas ocasiones, millares de voces, en lenguas diversísimas, han cantado alabanzas a la Madre de Dios o le han pedido calladamente que mire con misericordia a esos hijos suyos necesitados. Es un clamor inmenso el que sale de esta humanidad dolida hacia la Madre de Dios. Un clamor que atrae la misericordia del Señor. Nuestra oración en estos días de preparación para la gran Solemnidad de hoy se ha unido a tantas voces que alaban y piden a Nuestra Señora.

Sin duda ha sido el Espíritu Santo quien ha enseñado, en todas las épocas, que es más fácil llegar al Corazón del Señor a través de María. Por eso, hemos de hacer el propósito de tratar siempre confiadamente a la Virgen, de caminar por ese atajo –la senda por donde se abrevia el camino– para llegar antes a Cristo: “conservad celosamente ese tierno y confiado amor a la Virgen –nos alienta el Romano Pontífice–. No lo dejéis nunca enfriar (...). Sed fieles a los ejercicios de piedad mariana tradicionales en la Iglesia: la oración del Ángelus, el mes de María y, de modo muy especial, el Rosario”.

María, llena de gracia y de esplendor, la que es bendita entre todas las mujeres, es también nuestra Madre. Una manifestación de amor a Nuestra Señora es llevar una imagen suya en la cartera o en el bolso; es multiplicar discretamente sus retratos a nuestro alrededor, en nuestras habitaciones, en el coche, en el despacho o en el lugar de trabajo. Nos parecerá natural invocarla, aunque sea sin palabras.

Si cumplimos nuestro propósito de acudir con más frecuencia a Ella, desde el día de hoy, comprobaremos en nuestras vidas que “Nuestra Señora es descanso para los que trabajan, consuelo de los que lloran, medicina para los enfermos, puerto para los que maltrata la tempestad, perdón para los pecadores, dulce alivio de los tristes, socorro de los que rezan”.

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Rev. D. David COMPTE i Verdaguer (Manlleu, Barcelona, España) (www.evangeli.net)

«Y entrando, le dijo: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo’»

Hoy, el Evangelio toca un acorde compuesto por tres notas. Tres notas no siempre bien afinadas en nuestra sociedad: la del hacer, la de la amistad y la de la coherencia de vida. Hoy día hacemos muchas cosas, pero, ¿tenemos un proyecto? Hoy, que navegamos en la sociedad de la comunicación, ¿tiene cabida en nuestros corazones la soledad? Hoy, en la era de la información, ¿nos permite ésta dar forma a nuestra personalidad?

Un proyecto. María, una mujer «desposada con un hombre llamado José, de la casa de David» (Lc 1,28). María tiene un proyecto. Evidentemente, de proporciones humanas. Sin embargo, Dios irrumpe en su vida para presentarle otro proyecto... de proporciones divinas. También hoy, quiere entrar en nuestra vida y dar proporciones divinas a nuestro quehacer humano.

Una presencia. «No temas, María» (Lc 1,30). ¡No construyamos de cualquier manera! No fuera caso que la adicción al “hacer” escondiera un vacío. El matrimonio, la vida de servicio, la profesión no han de ser una huida hacia adelante. «Llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). Presencia que acompaña y da sentido. Confianza en Dios, que —de rebote— nos lleva a la confianza con los otros. Amistad con Dios que renueva la amistad con los otros.

Formarnos. Hoy día, que recibimos tantos estímulos con frecuencia contrapuestos, es necesario dar forma y unidad a nuestra vida. María, dice san Luis María Grignion, «es el molde vivo de Dios». Hay dos maneras de hacer una escultura, expone Grignion: una, más ardua, a base de golpes de cincel. La otra, sirviéndose de un molde. Ésta segunda es más sencilla. Pero el éxito está en que la materia sea maleable y que el molde dibuje con perfección la imagen. María es el molde perfecto. ¿Acudimos a Ella siendo nosotros materia maleable?

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EXAMEN DE CONCIENCIA PARA SACERDOTES – Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

Pureza engendra pureza

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.

Eso dijo el Ángel del Señor.

Se lo dijo a María, anunciándole que sería la Madre del Salvador.

La pureza engendra pureza.

La pureza no puede ser engendrada si no es por la pureza.

La pureza es Dios, la pureza es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Pureza que fue enviada al mundo para ser encarnada en la pureza.

Pureza hecha creatura en el vientre inmaculado y puro de una creatura pura, creada inmaculada, sin mancha ni pecado desde su concepción, para nacer pura, sin mancha y sin pecado, y crecer para convertirse en una mujer inmaculada y pura, sin mancha ni pecado, para engendrar la pureza, digna de merecer una morada inmaculada y pura, sin pecado, sin mancha ni arruga.

El Padre, que amó tanto al mundo que envió a su único Hijo para salvarlo, prepara desde un principio una morada digna para su Hijo; morada que recibe, engendra, hace crecer, alimenta, permite nacer a la pureza, en medio de la miseria del mundo, y en medio del pecado de los hombres, para salvar a los hombres, para dignificarlos, para devolverles la pureza con la que habían sido creados en un principio.

Tu Señor te ha elegido, sacerdote, para ser purificado, para ser ofrenda, para ser dignificado, para ser divinizado, para ser puro y vivir sin mancha ni pecado.

Pero tú, sacerdote, naciste siendo un hombre pecador, miserable, indigno, que no conoció la gracia de la pureza, porque fuiste concebido con la mancha del pecado original, del que has sido purificado por la gracia, de manos de otro sacerdote, a través del Bautismo, que infunde la gracia que solo da el Espíritu Santo.

Y es así como el hombre conoce la gracia, y se convierte en una creatura pura, inmaculada, sin mancha ni arruga, sin pecado, para vivir en medio de un mundo de pecado.

Pero en donde abundó el pecado sobreabundó la gracia, que acompaña a ese niño que un día escuchó un llamado y se siente indigno y pecador, y Dios lo llama para ser ejemplo de la pureza, de la belleza, de la gracia del Hijo de Dios, y dice sí, pero sigue siendo un pecador.

Tu Señor ha creado tu alma sacerdotal, para ser una morada digna, pura, inmaculada, para recibir y para configurarse con la pureza que es Dios.

Y tú, sacerdote, ¿eres consciente de que sólo la pureza engendra pureza?

¿Estás siempre dispuesto a recibir la gracia que te purifica, que te dignifica y que te diviniza en Cristo?

¿Recibes la gracia para transformar tu corazón?

¿Estás dispuesto a renovar tu alma, para ser una morada digna de tu creador, a imagen y semejanza de la Mujer que te engendró en su corazón?

Acepta, sacerdote, la dignidad que te da tu Señor, y dispón tu corazón para entregarlo en los brazos de la Mujer que en su pureza engendró la pureza, para que naciera en medio de la miseria de los hombres, para atraerlos, por su misericordia, a la pureza que lo engendró: el Espíritu Creador, Espíritu de gracia, Espíritu consolador, Santo Paráclito renovador.

(Espada de Dos Filos VII, n. 53)

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