24 de junio: Natividad de San Juan Bautista
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DEL MISAL MENSUAL
INFANCIA ES DESTINO
Is 49, 1-6. Hech 13, 22-26; Lc 1, 57-66. 80
El relato del anuncio de nacimiento de Juan Bautista nos permite adentramos a la intimidad de una familia promedio en tiempos de Jesús. El nacimiento y la circuncisión de un niño eran eventos significativos que ofrecían una ocasión para que la familia, los vecinos y parientes, compartieran dicha alegría en un clima de cercanía. Zacarías e Isabel no vivían su vida en el aislamiento sino en la interacción con su familia ampliada. Todo mundo hablaba y daba su parecer, formulando interrogantes y comentarios sobre el futuro de aquel niño que había venido a alterar la rutina de un par de ancianos. Si Dios se había compadecido de aquella pareja sin descendencia, era lógico pensar que dicho niño marcaría una diferencia en Israel. Desde su origen, el pequeño Juan era una señal. La compasión de Dios no solamente iba atada a su nombre sino también a sumisión.
Misa Vespertina de la Vigilia
Esta Misa se utiliza en la tarde del día 23 de junio, antes o después de las primeras vísperas de la solemnidad.
ANTÍFONA DE ENTRADA Lc 1, 15. 14
Será grande a los ojos del Señor, y estará lleno del Espíritu Santo, ya desde el seno de su madre, y muchos se alegrarán de su nacimiento.
ORACIÓN COLECTA
Te rogamos, Dios todopoderoso, que a tu familia santa le concedas avanzar segura por el camino de la salvación y que siguiendo las exhortaciones de san Juan, el Precursor, legue segura al encuentro de quien él mismo anunció, Jesucristo, nuestro Señor. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
LITURGIA DE LA PALABRA
PRIMERA LECTURA
Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco.
Del libro del profeta Jeremías: 1, 4-10
En tiempo de Josías, el Señor me dirigió estas palabras: “Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te consagré profeta para las naciones”.
Yo le contesté: “Pero, Señor mío, yo no sé expresarme, porque apenas soy un muchacho”.
El Señor me dijo: “No digas que eres un muchacho, pues irás a donde yo te envíe y dirás lo que yo te mande. No tengas miedo, porque yo estoy contigo para protegerte”, palabra del Señor. El Señor extendió entonces su brazo, con su mano me tocó ‘aboca y me dijo: “Desde hoy pongo mis palabras en tu boca y te doy autoridad sobre pueblos y reyes, para que arranques y derribes, para que destruyas y deshagas, para que edifiques y plantes”.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 70
R/. Desde el seno de mi madre tú eres mi apoyo.
Señor, tú eres mi esperanza, que no quede yo jamás defraudado. Tú, que eres justo, ayúdame y defiéndeme; escucha mi oración y ponme a salvo. R/.
Sé para mí un refugio, ciudad fortificada en que me salves. Y pues eres mi auxilio y mi defensa, líbrame, Señor, de los malvados. R/.
Señor, tú eres mi esperanza; desde mi juventud en ti confío. Desde que estaba en el seno de mi madre, yo me apoyaba en ti y tú me sostenías. R/.
Yo proclamaré siempre tu justicia y a todas horas, tu misericordia. Me enseñaste a alabarte desde niño y seguir alabándote es mi orgullo.
SEGUNDA LECTURA
Los profetas investigaron profundamente la gracia destinada a ustedes.
De la primera carta del apóstol san Pedro: 1, 8-12
Hermanos: Ustedes no han visto a Cristo Jesús y, sin embargo, lo aman; al creer en elabora, sin verlo, se llenan de una alegría radiante e indescriptible, seguros de alcanzar la salvación de sus almas, que es la meta de la fe.
Los profetas, cuando predijeron la gracia destinada a ustedes, investigaron también profundamente acerca de la salvación de ustedes. Ellos trataron de descubrir en qué tiempo y en qué circunstancias se habrían de verificar las indicaciones que el Espíritu de Cristo, que moraba en ellos, les había revelado sobre los sufrimientos de Cristo y el triunfo glorioso que los seguiría. Pero se les dio a conocer que ellos no verían lo que profetizaban, sino que estaba reservado para nosotros. Todo esto les ha sido anunciado ahora a ustedes, por medio de aquellos que les han predicado el Evangelio con la fuerza del Espíritu Santo, enviado del cielo, y ciertamente es algo que los ángeles anhelan contemplar.
Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Cfr. Jn 1, 7; Lc 1, 17
R/. Aleluya, aleluya.
Él vino para dar testimonio de la luz y prepararle al Señor un pueblo dispuesto a recibirlo. R/.
EVANGELIO
Tu mujer te dará un hijo, a quien le pondrás el nombre de Juan.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 5-17
Hubo un tiempo de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una descendiente de Aarón, llamada Isabel. Ambos eran justos a los ojos de Dios, pues vivían irreprochablemente, cumpliendo los mandamientos y disposiciones del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril y los dos, de avanzada edad.
Un día en que le correspondía a su grupo desempeñar ante Dios los oficios sacerdotales, le tocó a Zacarías, según la costumbre de los sacerdotes, entrar al santuario del Señor para ofrecer el incienso, mientras todo el pueblo estaba afuera, en oración, a la hora de la incensación.
Se le apareció entonces un ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y un gran temor se apoderó de él. Pero el ángel le dijo: “No temas, Zacarías, porque tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu mujer, te dará un hijo, a quien le pondrás el nombre de Juan. Tú te llenarás de alegría y regocijo, y otros muchos se alegrarán también de su nacimiento, pues él será grande a los ojos del Señor; no beberá vino ni licor, y estará lleno del Espíritu Santo, ya desde el seno de su madre. Convertirá a muchos israelitas al Señor; irá delante del Señor con el espíritu y el poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia sus hijos, dar a los rebeldes la cordura de los justos y prepararle así al Señor un pueblo dispuesto a recibirlo”.
Palabra del Señor.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Mira con bondad, Señor, la ofrenda que tu pueblo te presenta en la solemnidad de san Juan Bautista, y concédenos hacer realidad, mediante una vida entregada a tu servicio, lo que en este misterio celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio propio, como en la Misa del día, MR, p. 735 (757).
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Lc 1, 68
Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo.
ORACION DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Alimentados con el pan del cielo, Señor, concédenos que nos acompañe la poderosa intercesión de san Juan Bautista, y que el mismo que anunció al Cordero que habría de borrar nuestros pecados, ruegue a tu Hijo que nos acoja, complacido. El, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Misa del día
ANTÍFONA DE ENTRADA Jn 1, 6-7; Lc 1, 17
Vino un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. El vino para dar testimonio de la luz y prepararle al Señor un pueblo dispuesto a recibirlo.
ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, que suscitaste a san Juan Bautista para prepararle a Cristo, el Señor, un pueblo dispuesto a recibirlo, concede ahora a tu Iglesia el don de la alegría espiritual, y guía a tus fieles por el camino de la salvación y de la paz. Por nuestro Señor Jesucristo...
LITURGIA DE LA PALABRA
PRIMERA LECTURA
Te convertiré en luz de las naciones.
Del libro del profeta Isaías: 49,16
Escúchenme, islas; pueblos lejanos, atiéndanme. El Señor me llamó desde el vientre de mi madre; cuando aún estaba yo en el seno materno, él pronunció mi nombre.
Hizo de mi boca una espada filosa, me escondió en la sombra de su mano, me hizo flecha puntiaguda, me guardó en su aljaba y me dijo: “Tú eres mi siervo, Israel; en ti manifestaré mi gloria”. Entonces yo pensé: “En vano me he cansado, inútilmente he gastado mis fuerzas; en realidad mi causa estaba en manos del Señor, mi recompensa la tenía mi Dios”.
Ahora habla el Señor, el que me formó desde el seno materno, para que fuera su servidor, para hacer que Jacob volviera a él y congregar a Israel en torno suyo —tanto así me honró el Señor y mi Dios fue mi fuerza—Ahora, pues, dice el Señor: “Es poco que seas mi siervo sólo para restablecer a las tribus de Jacob y reunir a los sobrevivientes de Israel; te voy a convertir en luz de las naciones, para que mi salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra”.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 138
R/. Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente.
Tú me conoces, Señor, profundamente: tú conoces cuándo me siento y me levanto, desde lejos sabes mis pensamientos, tú observas mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares. R/.
Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el seno materno te doy gracias por tan grandes maravillas; soy un prodigio y tus obras son prodigiosas. R/.
Conocías plenamente mi alma; no se te escondía mi organismo, cuando en lo oculto me iba formando y entretejiendo en lo profundo de la tierra. R/.
SEGUNDA LECTURA
Antes de que Jesús llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de penitencia.
Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 13, 22-26
En aquellos días, Pablo les dijo a los judíos: “Hermanos: Dios les dio a nuestros padres como rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé, hombre según mi corazón, quien realizará todos mis designios.
Del linaje de David, conforme a la promesa, Dios hizo nacer para Israel un salvador: Jesús. Juan preparó su venida, predicando a todo el pueblo de Israel un bautismo de penitencia, y hacia el final de su vida, Juan decía: `Yo no soy el que ustedes piensan. Después de mí viene uno a quien no merezco desatarle las sandalias’.
Hermanos míos, descendientes de Abraham, y cuantos temen a Dios: Este mensaje de salvación les ha sido enviado a ustedes”.
Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Lc 1, 76
R/. Aleluya, aleluya.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos.
R/. Aleluya, aleluya.
EVANGELIO
Juan es su nombre.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 57-66.80
Por aquellos días, le llegó a Isabel la hora de dar a luz y tuvo un hijo. Cuando sus vecinos y parientes se enteraron de que el Señor le había manifestado tan grande misericordia, se regocijaron con ella.
A los ocho días fueron a circuncidar al niño y le querían poner Zacarías, como su padre; pero la madre se opuso, diciéndoles: “No. Su nombre será Juan”. Ellos le decían: “Pero si ninguno de tus parientes se llama así”.
Entonces le preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamara el niño. El pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Todos se quedaron extrañados. En ese momento a Zacarías se le soltó la lengua, recobró el habla y empezó a bendecir a Dios.
Un sentimiento de temor se apoderó de los vecinos y en toda la región montañosa de Judea se comentaba este suceso. Cuantos se enteraban de ello se preguntaban impresionados: “¿Qué va a ser de este niño?”. Esto lo decían, porque realmente la mano de Dios estaba con él.
El niño se iba desarrollando físicamente y su espíritu se iba fortaleciendo, y vivió en el desierto hasta el día en que se dio a conocer al pueblo de Israel.
Palabra del Señor.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Presentamos, Señor, en tu altar estos dones, al celebrar con el debido honor el nacimiento de aquel que no sólo anunció al Salvador que habría de venir, sino, además, lo mostró ya presente. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
PREFACIO
La misión del Precursor
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque en la persona de su Precursor, Juan el Bautista, alabamos tu magnificencia, ya que lo consagraste con el más grande honor entre todos los nacidos de mujer. Al que fuera, en su nacimiento, ocasión de gran júbilo, y aun antes de nacer saltara de gozo ante la llegada de la salvación humana, le fue dado, sólo a él entre todos los profetas, presentar al Cordero que quita el pecado del mundo. Yen favor de quienes habrían de ser santificados, lavó en agua viva al mismo autor del bautismo, y mereció ofrecerle el supremo testimonio de su sangre. Por eso, unidos a los ángeles, te alabamos continuamente en la tierra, proclamando tu grandeza sin cesar: Santo, Santo, Santo...
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Lc 1, 78
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos ha visitado el sol que nace de lo alto.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Renovados por el banquete celestial del Cordero, te rogamos, Señor, que tu Iglesia, llena de alegría por el nacimiento de Juan el Bautista, reconozca en aquel que Juan anunció que habría de venir al autor de la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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BIBLIA DE NAVARRA (www.bibliadenavarra.blogspot.com)
Luz de las naciones (Is 49,1-6))
1ª lectura
En el primer canto del Siervo del Señor (42,1-9) se presentaba al «siervo» y se hablaba de su tarea en la liberación del pueblo exiliado. En este segundo, el siervo comienza por tomar directamente la palabra. Se dirige a las «islas, los pueblos lejanos» y se sabe destinado por Dios desde el seno materno para efectuar, también en ellos, los designios divinos de salvación (cfr vv. 1-3). Acerca de su misión se señalan ahora dos aspectos, que se irán desarrollando en los oráculos posteriores. En primer lugar, su protagonismo en la restauración de las tribus y en el regreso de los deportados a Sión (v. 5); después, la dimensión universal de su tarea para hacer que la salvación de Dios llegue hasta los confines de la tierra (v. 6).
En este poema cabe distinguir lo que el siervo dice de sí mismo (vv. 1-4) y lo que el Señor dice del siervo (vv. 5-6). El siervo se sabe elegido por Dios desde el seno materno, como Jeremías (Jr 1,5), encargado de interpelar a los pueblos paganos («las islas») o, al menos, a sus compatriotas diseminados en pueblos lejanos (v. 1; cfr Jr 1,10; 25,13-38); está dotado de cualidades para hablar con crudeza, con palabras como flechas, aunque cause divisiones (v. 2; cfr Jr 1,10); y también, a pesar de tanta protección divina, siente el más profundo desencanto, como le ocurrió al profeta de Anatot (vv. 3-4; cfr Jr 1,7; 8,18-20). El fundamento de la actividad del siervo está en las palabras recibidas del Señor: «Tú eres mi siervo, Israel» (v. 3). Algunos comentaristas han supuesto que el término «Israel» es una interpolación tardía para corroborar la interpretación colectivista del siervo, que se impuso muy pronto entre los judíos; pero esta interpretación no tiene argumentos sólidos porque la palabra Israel sólo falta en un manuscrito de escasa importancia. De todos modos, la mención de Israel no se opone a la interpretación individual del siervo, porque en poesía cabe dirigirse a alguien por su nombre personal o por su patronímico. De hecho tanto en el Israel bíblico como en nuestra cultura muchos personajes han tomado como sobrenombre el de su lugar de origen.
Lo que el Señor transmite es la misión del siervo (vv. 5-6): la restauración de las tribus tiene que ser tan eficaz que, también los no israelitas, puedan quedar iluminados y alcanzar la salvación. Aunque la misión universal del siervo no está aquí claramente definida, puesto que su labor ha de limitarse a las tribus de Jacob, no obstante la consecución de este objetivo, la reunión de Israel, será como una luz para que los pueblos paganos vean y reconozcan a Dios. La expresión «luz de las naciones» (v. 6) ha aparecido ya en el primer poema (42,6); allí podía entenderse en sentido social: obtener la liberación de los deportados y cautivos; aquí el sentido religioso es claro: extender la salvación a todas las naciones.
En resumen, el siervo del Señor ha sido elegido y amado con predilección por Dios, goza de las cualidades proféticas más relevantes y ha de mover a sus compatriotas con el fin de iluminar y salvar a los de fuera.
La interpretación mesiánica del siervo, a partir de este segundo canto, era común entre los judíos alejandrinos que lo tradujeron al griego en la versión de los Setenta, entre los miembros de la comunidad de Qumrán y entre algunos autores de la literatura intertestamentaria, como el Libro de Henoc. Todos ellos entendían que el siervo era, en sentido colectivo, el pueblo entero de Israel.
Sin embargo, el verdadero sentido del texto se hace patente con la venida de Cristo. En efecto, fueron los cristianos quienes desde el principio aplicaron a Jesús los cantos del Siervo y los vieron cumplidos en su vida. Así, aunque la imagen de la «espada afilada» (cfr v. 2) alude a la eficacia de la palabra divina, aparece en Hb 4,12-13 referida al conjunto de la Revelación que se manifiesta de modo pleno y perfecto en Jesucristo (véase también Ap 1,16 y 2,12). A su vez, la expresión «luz de las naciones», o «de las gentes», (v. 6) es puesta en boca del anciano Simeón aplicado a Jesús (Lc 2,32). Incluso, en los Hechos de los Apóstoles se aplica a quienes, en continuidad con la predicación de Jesucristo y para colaborar en su obra salvífica, van a predicar a los gentiles, como lo atestiguan las palabras de Pablo y Bernabé en la sinagoga de Antioquía de Pisidia: «Era necesario anunciaros en primer lugar a vosotros la palabra de Dios, pero ya que la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, nos volvemos a los gentiles. Pues así nos lo mandó el Señor: Te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta los confines de la tierra» (Hch 13,46-47). Por eso la Iglesia entiende su misión como un dar a conocer la verdad sobre Jesucristo, luz que ilumina a todo hombre: «La luz del rostro de Dios resplandece con toda su belleza en el rostro de Jesucristo, “imagen de Dios invisible” (Col 1,15), “resplandor de su gloria” (Hb 1,3), “lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14): Él es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6). (...) Jesucristo, “luz de los pueblos”, ilumina el rostro de su Iglesia, la cual es enviada por Él para anunciar el Evangelio a toda criatura (cfr Mc 16,15). Así la Iglesia, pueblo de Dios en medio de las naciones, mientras mira atentamente a los nuevos desafíos de la historia y a los esfuerzos que los hombres realizan en la búsqueda del sentido de la vida, ofrece a todos la respuesta que brota de la verdad de Jesucristo y de su Evangelio» (Juan Pablo II, Veritatis splendor, n. 2).
Antes de que llegara Cristo, Juan predicó (Hch 13,22-26)
2ª lectura
El discurso de Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia nos informa admirablemente sobre su manera de presentar el Evangelio a una congregación de judíos y prosélitos. Describe un cuadro general de la historia de la salvación, donde finalmente sitúa a Jesús como el Mesías esperado, en el que convergen los caminos de esta historia y las promesas de Dios. Las diversas etapas que conducen a Jesucristo, incluida la del Bautista, adquieren en la exposición un carácter transitorio. Lo antiguo y provisional debe hacerse a un lado para dejar paso en Cristo a lo nuevo y definitivo: «Cristo es el fin de la Ley: Él nos hace pasar de la esclavitud de esta Ley a la libertad del espíritu. La Ley tendía hacia Él como a su complemento; y Él, como supremo legislador, da cumplimiento a su misión, transformando en espíritu la letra de la Ley. (...) La sombra se retira ante la llegada de la luz, y la gracia sustituye a la letra de la Ley por la libertad del Espíritu» (S. Andrés de Creta, Sermones 1).
El discurso recoge los temas principales de la predicación apostólica: iniciativa divina salvadora en la historia de Israel (vv. 17-22), referencia al Precursor (vv. 24-25), anuncio del Evangelio o kérygma propiamente dicho (vv. 26b-31a), mención de Jerusalén (v. 31b), argumentos de Sagrada Escritura (vv. 33-37), complemento de doctrina y tradición apostólica (vv. 38-39) y exhortación final de carácter escatológico —anuncio del futuro— (vv. 40-41).
Nacimiento de Juan (Lc 1,57-66.80)
Evangelio
El evangelio relata en dos pasajes seguidos (1,57-2,21) el nacimiento y la circuncisión de Juan Bautista y de Jesús. Resulta conveniente leerlos en contraste: mientras Juan nace en su casa, en un clima de alegría y admiración (vv. 58.63.64.66), Jesús nacerá fuera de su casa, con un pesebre por cuna y reconocido sólo por sus padres y por unos pastores (2,1-20).
En el caso de Juan Bautista, el evangelio se centra más en la circuncisión, ya que ahí se manifiesta la intervención de Dios. Cuando Zacarías (v. 63) cumple lo que le había mandado el ángel (1,13) comienza a hablar: «Con razón su lengua se desató, porque, atada por la incredulidad, fue desatada por la fe» (S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, ad loc.).
La intervención de Dios en los acontecimientos suscita la pregunta de las gentes acerca de la misión que Dios ha destinado a Juan. Zacarías, conocedor de la misión de su hijo como precursor del Mesías de Dios (1,14-17), entona un canto de alabanza a Dios —el Benedictus—, en el que reconoce la acción salvadora de Dios con Israel (vv. 68-75), que culmina en la venida del mismo Señor (vv. 76-79). Estas dos atribuciones de Dios —Señor (v. 76) y Salvador (cfr vv. 69.71.77)— son las mismas que el ángel asignará a Jesús en su anuncio a los pastores (2,11). El pasaje habla, pues, de Juan, y habla de Jesucristo: «Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo. (...) Es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea. (...) Finalmente, nace, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de su padre. (...) Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro» (S. Agustín, Sermones 293,2-3).
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SAN AGUSTÍN
El nacimiento de Juan y el de Cristo.
1. El relato ha sido largo, pero la fatiga del oyente queda compensada por la dulzura de la verdad. Cuando se leyó el santo evangelio, escuchamos el glorioso nacimiento del bienaventurado Juan, heraldo y precursor de Cristo. Puede deducir de aquí vuestra caridad cuán grande es el hombre que ha nacido. La Iglesia no celebró nunca el nacimiento carnal de ningún patriarca, profeta o apóstol; sólo celebra dos nacimientos: el de Juan y el de Cristo. Las mismas fechas en que ambos nacieron encierran un gran misterio. Juan era un gran hombre, pero hombre al fin. Era hombre tan grande que para superarlo sólo se podía ser Dios. Quien viene detrás de mí es mayor que yo. Son palabras de Juan: Él es mayor que yo. Si es mayor que tú, ¿qué significa lo que hemos escuchado de boca de quien es mayor que tú: Entre los nacidos de mujer, nadie ha habido mayor que Juan bautista? Si ningún hombre es mayor que tú, ¿qué es quien es mayor que tú? ¿Quieres oír quién es? En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
2. Y la Palabra de Dios, Dios ella misma, por quien fueron hechas todas las cosas, nacida sin comienzo temporal, autora de los tiempos, ¿cómo halló en el tiempo un día para nacer? ¿Cómo, repito, encontró en el tiempo un día para nacer la Palabra por la que fueron hechos los tiempos? ¿Buscas el cómo? Escucha el evangelio: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. El nacimiento de Cristo se refiere al nacimiento de su carne, no de la Palabra; y por eso mismo se habla del nacimiento de la Palabra, puesto que la Palabra se hizo carne. Nació la Palabra, pero no en sí misma, sino en la carne. En sí misma procede ciertamente del Padre, pero carece de nacimiento temporal.
3. Nació Juan, nació Cristo. Tanto el nacimiento de Juan como el de Cristo lo anunció un ángel. En ambos casos, el milagro es grandioso. Una mujer estéril da a luz, de un anciano varón, al siervo precursor, mientras que al Dueño y Señor lo alumbra una virgen sin obra de varón. Gran hombre es Juan, pero Cristo es más que hombre, puesto que es hombre y es Dios. Gran hombre, pero que como hombre había de ser humillado para ser exaltado como Dios. Finalmente, puesto que era hombre que iba a ser humillado, escucha al mismo hombre: No soy digno de desatar la correa de su calzado. Si se hubiese declarado digno, ¡qué humildad sería la suya! Pero ni de esto se consideró digno. Se prosternó completamente y se ocultó bajo la piedra. Era una lámpara, y temía que la apagase el viento de la soberbia.
4. Además, que todo hombre debía humillarse ante Cristo, y, en consecuencia, también Juan, y que el hombre Cristo debía ser exaltado como Dios, lo demuestra tanto el día de sus respectivos nacimientos como el género de muerte de uno y otro. Juan nació en el día de hoy, fecha en que comienzan a disminuir los días; Cristo nació el 25 de diciembre, fecha a partir de la cual comienzan a crecer. En su pasión, Juan fue decapitado, Cristo levantado sobre un madero. ¡Cuán justa, cuan verídica y santamente fue anunciado a la virgen María! ¿Cómo será eso, si no conozco varón? Lo creía, pero preguntaba el cómo. ¿Qué se le dijo? El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo, el mismo Espíritu Santo, o sea, el poder del Altísimo, te cubrirá con su sombra. En consecuencia, lo que nacerá de ti será santo y llamado Hijo de Dios. El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Concebirás, pero sin la libido de la concupiscencia. No habrá ardor alguno donde esté presente la sombra del Espíritu Santo. Mas como nuestros cuerpos están sufriendo el excesivo calor, baste lo dicho a vuestra caridad. Bien rumiado será mucho.
(Sermones (5º) (t. XXV), Sobre los mártires, Sermón 287, 1-4, BAC Madrid 1984, 127-29)
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FRANCISCO – Homilía en Santa Marta (2013 y 2014)
2013
Siguiendo el ejemplo de san Juan, voz de la Palabra
Una Iglesia inspirada en la figura de Juan el Bautista: que «existe para proclamar, para ser voz de una palabra, de su esposo que es la palabra» y «para proclamar esta palabra hasta el martirio» a manos «de los más soberbios de la tierra». Es la línea que trazó el Santo Padre en la misa del 24, fiesta litúrgica del nacimiento del santo a quien la Iglesia venera como «el hombre más grande nacido de mujer».
La reflexión del Papa se centró en el citado paralelismo, porque «la Iglesia tiene algo de Juan», si bien —alertó enseguida— es difícil delinear su figura. «Jesús dice que es el hombre más grande que haya nacido». He aquí entonces la invitación a preguntarse quién es verdaderamente Juan, dejando la palabra al protagonista mismo. Él, en efecto, cuando «los escribas, los fariseos, van a pedirle que explique mejor quién era», responde claramente: «Yo no soy el Mesías. Yo soy una voz, una voz en el desierto». En consecuencia, lo primero que se comprende es que «el desierto» son sus interlocutores; gente con «un corazón sin nada». Mientras que él es «la voz, una voz sin palabra, porque la palabra no es él, es otro. Él es quien habla, pero no dice; es quien predica acerca de otro que vendrá después». En todo esto —explicó el Papa— está «el misterio de Juan» que «nunca se adueña de la palabra; la palabra es otro. Y Juan es quien indica, quien enseña», utilizando los términos «detrás de mí... yo no soy quien vosotros pensáis; viene uno después de mí a quien yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias». Por lo tanto, «la palabra no está», está en cambio «una voz que indica a otro». Todo el sentido de su vida «está en indicar a otro».
Prosiguiendo su homilía, el Papa Francisco puso de relieve que la Iglesia elige para la fiesta de san Juan «los días más largos del año; los días que tienen más luz, porque en las tinieblas de aquel tiempo Juan era el hombre de la luz: no de una luz propia, sino de una luz reflejada. Como una luna. Y cuando Jesús comenzó a predicar», la luz de Juan empezó a disiparse, «a disminuir, a desvanecerse». Él mismo lo dice con claridad al hablar de su propia misión: «Es necesario que Él crezca y yo mengüe».
«Voz, no palabra; luz, pero no propia, Juan parece ser nadie», sintetizó el Pontífice. He aquí desvelada «la vocación» del Bautista —afirmó—: «Rebajarse. Cuando contemplamos la vida de este hombre tan grande, tan poderoso —todos creían que era el Mesías—, cuando contemplamos cómo esta vida se rebaja hasta la oscuridad de una cárcel, contemplamos un misterio» enorme. En efecto —prosiguió— «nosotros no sabemos cómo fueron» sus últimos días. Se sabe sólo que fue asesinado y que su cabeza acabó «sobre una bandeja como gran regalo de una bailarina a una adúltera. Creo que no se puede descender más, rebajarse». Sin embargo, sabemos lo que sucedió antes, durante el tiempo que pasó en la cárcel: conocemos «las dudas, la angustia que tenía»; hasta el punto de llamar a sus discípulos y mandarles «a que hicieran la pregunta a la palabra: ¿eres tú o debemos esperar a otro?». Porque no se le ahorró ni siquiera «la oscuridad, el dolor en su vida»: ¿mi vida tiene un sentido o me he equivocado?
En definitiva —dijo el Papa—, el Bautista podía presumir, sentirse importante, pero no lo hizo: él «sólo indicaba, se sentía voz y no palabra». Este es, según el Papa Francisco, «el secreto de Juan». Él «no quiso ser un ideólogo». Fue un «hombre que se negó a sí mismo, para que la palabra» creciera. He aquí entonces la actualidad de su enseñanza, subrayó el Santo Padre: «Nosotros como Iglesia podemos pedir hoy la gracia de no llegar a ser una Iglesia ideologizada», para ser en cambio «sólo la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans», dijo citando el íncipit de la constitución conciliar sobre la divina revelación. Una «Iglesia que escucha religiosamente la palabra de Jesús y la proclama con valentía»; una «Iglesia sin ideologías, sin vida propia»; una «Iglesia que es mysterium lunae, que tiene luz procedente de su esposo» y que debe disminuir la propia luz para que resplandezca la luz de Cristo. «El modelo que nos ofrece hoy Juan» —insistió el Papa Francisco— es el de «una Iglesia siempre al servicio de la Palabra»; «una Iglesia-voz que indica la palabra, hasta el martirio».
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2014
Cristianos que saben abajarse
Preparar, discernir, disminuir. En estos tres verbos se encierra la experiencia espiritual de san Juan Bautista, aquel que precedió la venida del Mesías «predicando el bautismo de conversión» al pueblo de Israel. Y el Papa Francisco, durante la misa celebrada en la Casa Santa Marta el martes 24 de junio, solemnidad de la Natividad del Precursor, propuso este trinomio como paradigma de la vocación de todo cristiano, encerrándolo en tres expresiones referidas a la actitud del Bautista con respecto a Jesús: «después de mí, delante de mí, lejos de mí».
Juan trabajó sobre todo para «preparar, sin coger nada para sí». Él, recordó el Pontífice, «era un hombre importante: la gente lo buscaba, lo seguía», porque sus palabras «eran fuertes» como «espadas afiladas», según la expresión de Isaías (49, 2). El Bautista «llega al corazón de la gente». Y si quizá tuvo la tentación de creer que era importante, no cayó en ella», como demuestra la respuesta dada a los doctores que le preguntaban si era el Mesías: «Soy voz, sólo voz —dijo— de uno que grita en el desierto. Yo soy solamente voz, pero he venido para preparar el camino al Señor». Su primera tarea, por lo tanto, es «preparar el corazón del pueblo para el encuentro con el Señor».
Pero ¿quién es el Señor? En la respuesta a esta pregunta se encuentra «la segunda vocación de Juan: discernir, entre tanta gente buena, quién era el Señor». Y «el Espíritu —observó el Papa— le reveló esto». De modo que «él tuvo el valor de decir: “Es éste. Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”». Mientras «en la preparación Juan decía: “Tras de mí viene uno...”, en el discernimiento, que sabe discernir y señalar al Señor, dice: “Delante de mí... ese es”».
Aquí se inserta «la tercera vocación de Juan: disminuir». Porque precisamente «desde ese momento —recordó el obispo de Roma— su vida comenzó a decrecer, a disminuir para que creciera el Señor, hasta anularse a sí mismo». Esta fue —hizo notar el Papa Francisco— «la etapa más difícil de Juan, porque el Señor tenía un estilo que él no había imaginado, a tal punto que en la cárcel», donde había sido recluido por Herodes Antipa, «sufrió no sólo la oscuridad de la celda, sino la oscuridad de su corazón». Las dudas le asaltaron: «Pero ¿será éste? ¿No me habré equivocado?». A tal grado, recordó el Pontífice, que pide a los discípulos que vayan a Jesús para preguntarle: «Pero, ¿eres tú verdaderamente, o tenemos que esperar a otro?».
«La humillación de Juan —subrayó el obispo de Roma— es doble: la humillación de su muerte, como precio de un capricho», y también la humillación de no poder vislumbrar «la historia de salvación: la humillación de la oscuridad del alma». Este hombre que «había anunciado al Señor detrás de él», que «lo había visto delante de él», que «supo esperarle, que supo discernir», ahora «ve a Jesús lejano. Esa promesa se alejó. Y acaba solo, en la oscuridad, en la humillación». No porque amase el sufrimiento, sino «porque se anonadó tanto para que el Señor creciera». Acabó «humillado, pero con el corazón en paz».
«Es bello —concluyó el Papa Francisco— pensar así la vocación del cristiano». En efecto, «un cristiano no se anuncia a sí mismo, anuncia a otro, prepara el camino a otro: al Señor». Es más «debe saber discernir, debe conocer cómo discernir la verdad de aquello que parece verdad y no es: hombre de discernimiento». Y finalmente «debe ser un hombre que sepa abajarse para que el Señor crezca, en el corazón y en el alma de los demás».
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BENEDICTO XVI – Ángelus 2007
Juan dio testimonio de la verdad sin componendas
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, 24 de junio, la liturgia nos invita a celebrar la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, cuya vida estuvo totalmente orientada a Cristo, como la de su madre, María. San Juan Bautista fue el precursor, la “voz” enviada a anunciar al Verbo encarnado. Por eso, conmemorar su nacimiento significa en realidad celebrar a Cristo, cumplimiento de las promesas de todos los profetas, entre los cuales el mayor fue el Bautista, llamado a “preparar el camino” delante del Mesías (cf. Mt 11, 9-10).
Todos los Evangelios comienzan la narración de la vida pública de Jesús con el relato de su bautismo en el río Jordán por obra de san Juan. San Lucas encuadra la entrada en escena del Bautista en un marco histórico solemne. También mi libro Jesús de Nazaret empieza con el bautismo de Jesús en el Jordán, acontecimiento que tuvo enorme resonancia en su tiempo.
De Jerusalén y de todas las partes de Judea la gente acudía para escuchar a Juan Bautista y para hacerse bautizar por él en el río, confesando sus pecados (cf. Mc 1, 5). La fama del profeta que bautizaba creció hasta el punto de que muchos se preguntaban si él era el Mesías. Pero él —subraya el evangelista— lo negó decididamente: “Yo no soy el Cristo” (Jn 1, 20). En cualquier caso, es el primer “testigo” de Jesús, habiendo recibido del cielo la indicación: “Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo” (Jn 1, 33). Esto aconteció precisamente cuando Jesús, después de recibir el bautismo, salió del agua: Juan vio bajar sobre él al Espíritu como una paloma. Fue entonces cuando “conoció” la plena realidad de Jesús de Nazaret, y comenzó a “manifestarlo a Israel” (Jn 1, 31), señalándolo como Hijo de Dios y redentor del hombre: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29).
Como auténtico profeta, Juan dio testimonio de la verdad sin componendas. Denunció las transgresiones de los mandamientos de Dios, incluso cuando los protagonistas eran los poderosos. Así, cuando acusó de adulterio a Herodes y Herodías, pagó con su vida, coronando con el martirio su servicio a Cristo, que es la verdad en persona.
Invoquemos su intercesión, junto con la de María santísima, para que también en nuestros días la Iglesia se mantenga siempre fiel a Cristo y testimonie con valentía su verdad y su amor a todos.
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CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Juan, Precursor, Profeta y Bautista
523. San Juan Bautista es el precursor (cf. Hch 13, 24) inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino (cf. Mt 3, 3). “Profeta del Altísimo” (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas (cf. Lc 7, 26), de los que es el último (cf.Mt 11, 13), e inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22;Lc 16,16); desde el seno de su madre ( cf. Lc 1,41) saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser “el amigo del esposo” (Jn 3, 29) a quien señala como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús “con el espíritu y el poder de Elías” (Lc 1, 17), da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio (cf. Mc 6, 17-29).
524. Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17). Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de éste: “Es preciso que El crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30).
608. Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el “Cordero de Dios que quita los pecados del mundo” (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la Redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14; cf. Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: “Servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45).
717. “Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue “lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre” (Lc 1, 15. 41) por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La “visitación” de María a Isabel se convirtió así en “visita de Dios a su pueblo” (Lc 1, 68).
718. Juan es “Elías que debe venir” (Mt 17, 10-13): El fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como “precursor”] del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc 1, 17).
719. Juan es “más que un profeta” (Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo consuma el “hablar por los profetas”. Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías (cf. Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la “voz” del Consolador que llega (Jn 1, 23; cf. Is 40, 1-3). Como lo hará el Espíritu de Verdad, “vino como testigo para dar testimonio de la luz” (Jn 1, 7;cf. Jn 15, 26; 5, 33). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las “indagaciones de los profetas” y la ansiedad de los ángeles (1 P 1, 10-12): “Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo ... Y yo lo he visto y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios ... He ahí el Cordero de Dios” (Jn 1, 33-36).
720. En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la “semejanza” divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 5).
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RANIERO CANTALAMESSA (www.cantalamessa.org)
Se llamará Juan
Acostumbra la Iglesia festejar el día de la muerte de los santos, esto es, su nacimiento en el cielo, no el origen en la tierra. Hace excepción, además de Cristo, para san Juan Bautista ya que éste fue santificado en el vientre materno por la presencia de Cristo, en el momento de la Visitación de María a Isabel.
Se trata de una fiesta antiquísima, que alcanza al siglo IV y quizás también antes.
¿Por qué la fecha del 24 de junio? Hay una razón. Al anunciar el ángel el nacimiento de Cristo a María le dice que Isabel su pariente está en el sexto mes. Por lo tanto, Juan Bautista debía nacer seis meses antes que Cristo; y, de este modo, es respetada la cronología (el 24, más que el 25 de junio, se debe al modo de calcular de los antiguos por Calendas, Idus y Nones).
El culto se difundió rápidamente y Juan Bautista llegó a ser uno de los santos al que se han dedicado más iglesias en el mundo. Veintitrés papas tomaron su nombre. Al último de estos, Juan XXIII, le ha sido dedicado la frase que el cuarto Evangelio dice sobre el Bautista: «Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan» (Juan 1,6).
Pocos saben que los nombres de las siete notas musicales –do, re, mi, fa, sol, la, si– tienen algo que ver con Juan Bautista. Cuando Guido d’ Arezzo, en el siglo XI, quiso dar un nombre a cada una de las notas de la escala musical escogió la primera sílaba de los siete versículos de la primera estrofa del himno, compuesto por el monje Pablo Diacono en honor del Bautista (sólo cambió la primera, Ut, por Do) (Ut queant laxis - Resonare fibris - Mira gestorum Famuli tuorum, - Solve polluti - Labii reatum, - Sancte Iohannes), esto es, para que tus admirables gestas puedan ser cantadas por las débiles fuerzas de este siervo, destruye, oh san Juan, la culpa que mancha mis labios).
Las lecturas de hoy, más que sobre la vida y las actividades del Bautista, se centran sobre el momento de su nacimiento, siendo éste el objeto de la fiesta. La primera lectura, del libro de Isaías, dice:
«Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba».
El salmo responsorial vuelve de nuevo sobre este concepto de que Dios nos conoce desde el seno materno:
«Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno, porque son admirables tus obras. Conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando y entretejiendo en lo profundo de la tierra» (Salmo 139, 13-15).
El fragmento evangélico insiste en la imposición del nombre.
La madre dice que se debe llamar Juan; le recuerdan que en su parentela no hay nadie con aquel nombre y que esto es contrario a la costumbre (también hoy en muchas regiones es costumbre darle al primer hijo el nombre del abuelo o de la abuela si es una niña). Ella insiste; se le pide al padre, estando todavía mudo; escribe sobre la tablilla: «Juan es su nombre». Es el nombre escogido por Dios mismo y significa «don de Dios» (Jehohanan). Por el suceso de la Visitación sabemos que ante el saludo de María el niño «saltó de gozo» (Lucas 1,41) en el vientre de su madre. Una experiencia que toda madre tiene en algún momento del propio embarazo y que la llena de alegría.
Todo esto nos empuja a examinar un tema actual y delicado: ¡el respeto a la vida no nacida y el aborto! El feto en el vientre de la madre no es un objeto del que se pueda disponer: es una persona: «Es un hombre incluso el que está llegando a ser» («Homo est et qui futurus est»), decía Tertuliano.
Nosotros tenemos una extraña idea muy reductora y jurídica de la persona. Parece que un niño adquiera la dignidad de persona sólo desde el momento en que ésta le viene reconocida por la autoridad humana. Para la Biblia era más fácil que para nosotros reconocer la dignidad del niño en el vientre de la madre, porque esa persona es aquel que es conocido por Dios, a quien Dios llama por su nombre. Y Dios, hemos oído, nos conoce desde el seno materno y sus ojos nos ven ya cuando éramos «aún informes» en el seno de la madre.
La ciencia nos dice que en el embrión, en el llegar a ser, está ya todo el hombre futuro, proyectado en cada mínimo detalle; la fe añade que no se trata sólo de un proyecto inconsciente de la naturaleza, sino de un proyecto de amor del Creador. La misión de san Juan Bautista está toda trazada antes de que nazca: «y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo porque irás delante del Señor a prepararle sus caminos...»
Una vez recibí una carta de una madre. Saber a quién iba dirigida se descubrirá escuchándola: «Querido Marco, finalmente tu madre puede llamarte por tu nombre y darte un rostro. El cuatro de abril hará once años que yo dije no a tu venida a este mundo. Han sido años tristes y vacíos, siempre acompañados por el sollozo de no haber sabido ser más fuerte y defenderte, acogiéndote con tanto amor y alegría como debiera haber para todos los niños, que se asoman a la vida. En estos años yo te he hecho nacer, correr, llorar, jugar con la fantasía millones de veces. Te colocaba en cada niño que tiene tu edad; pero, Jesús, en su misericordia, me esperaba el once de febrero para hacerme un regalo inmenso. En la pequeña capilla de una iglesia, después de haber hablado con un sacerdote y después de haber decidido llamarte Marco, yo me he recogido en oración y en aquel momento inolvidable te he visto en mis brazos: tenías los ojos azules y me has sonreído. Gracias, ángel mío. Esto ha sido el verdadero perdón. De ahora en adelante te tendré siempre cerca y sé que tú cantas gloria en el cielo y oras por mí y por todos los niños del mundo. Tu madre».
A la firma seguía un post data: «No obstante que hayan transcurrido tantos años, el dolor ha dejado heridas abiertas y cuento siempre tus años. ¡Quisiera tanto que mi voz llegase como mensaje a todas las mujeres que quieran abortar! No matéis sino amad a los hijos, que Dios os envía».
Algunos creyentes continúan preguntándose qué será de los niños rotos antes de nacer y muertos sin bautismo. No es de su destino eterno del que nos debamos preocupar; aquel que ha santificado a Juan Bautista en el seno de su madre puede santificar del mismo modo a los niños, que no tienen otro medio para ser incorporados a Cristo. Por el contrario, nos debe preocupar la suerte de quienes, por motivos a veces insignificantes, les obstruyen a ellos el camino a la vida y, más aún, de quienes defienden o animan sin rodeos al aborto con argumentos filosóficos y científicos, de los que no puedo dejar de ver en ellos su misma inconsistencia.
Pero, no quiero insistir más sobre esta herida abierta en nuestra sociedad; y tanto menos amenazar con los castigos de Dios. Es el pensamiento del amor y de la misericordia de Dios, el hecho de que Dios conoce y llama ya por su nombre a lo que cada mujer lleva en su vientre, más que el miedo, lo que debiera ayudar a los padres creyentes a encontrar soluciones alternativas al aborto. Un motivo que ya no debiera empujar más a una mujer a abortar: lo de salvar el propio honor. Las mujeres, que deciden hoy llevar adelante una maternidad en situaciones «irregulares», merecen más bien un especial honor, son verdaderas «Madre Coraje»; porque se sabe las presiones de todo tipo a las que han debido resistir.
Al anunciar a Zacarías el nacimiento del hijo el ángel le dijo: «N o temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría y muchos se gozarán en su nacimiento» (Lucas 1, 13-14). Muchos, en verdad, se han alegrado de su nacimiento, si bien a una distancia de veinte siglos aún estamos hablando de aquel niño. Quisiera también hacer de aquellas palabras un augurio para todos los padres y madres, que viven el momento de la espera o del nacimiento de un niño: ¡Que podáis también vosotros tener alegría y gozo en el niño o en la niña, que Dios os ha confiado, y alegraos de su nacimiento durante toda vuestra vida!
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FLUVIUM (www.fluvium.org)
Gracia divina y correspondencia humana
Juan el Bautista, cuyo nacimiento hoy celebramos, es un ejemplo, entre tantos, de correspondencia a las gracias de Dios, fiel a su vocación: a lo que, incluso antes de nacer, esperaba de él la Trinidad Beatísima. Recordemos, como afirma san Pablo, que Dios nos ha escogido, antes de la constitución del mundo, para que seamos santos y sin mancha en su presencia, por el amor.
El designio divino de la Redención del hombre preveía un precursor que anunciase la llegada del Hijo de Dios encarnado. El evangelista San Marcos recoge la profecía: conforme está escrito en Isaías el profeta: “Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino”.
“Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”.
La aparición de Juan, el “Precursor”, era señal inequívoca de la inminente llegada del Mesías. Tenían, en efecto, razón en sus presentimientos –por inconcretos que fueran– los paisanos de Zacarías e Isabel, padres de Juan:
—¿Qué va a ser, entonces, este niño?, decían.
Porque la mano del Señor estaba con él.
Y es que nuestro Dios siempre asiste con Gracia poderosa a sus elegidos, para que puedan cumplir lo que de ellos espera. Su nacimiento había sido anunciado proféticamente desde antiguo, y al propio Zacarías, su padre, un ángel le advirtió de su nacimiento. Y esto, a pesar de su incredulidad, pues no era razonable –pensaba Zacarías– que tuvieran un hijo con edad tan avanzada, será para ti gozo –le insistía el ángel–; y muchos se alegrarán con su nacimiento, porque será grande ante el Señor. No beberá vino ni licor, estará lleno del Espíritu Santo ya desde el vientre de su madre y convertirá a muchos de los hijos de Israel al Señor su Dios; e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la prudencia de los justos, a fin de preparar al Señor un pueblo perfecto.
No le faltarían a Juan la luz ni la energía necesaria para cumplir su misión. Dios mismo se hacía garante de su capacidad: quedaría lleno del Espíritu Santo desde antes de nacer, y así sería poderoso e infalible como Elías, que –bien lo sabían todos los judíos–, unido a Dios, había salido siempre victorioso y de modo espectacular, incluso, frente a los mayores poderes de su tiempo que se oponían al único verdadero Dios.
En su Providencia, Dios había cubierto de gracias muy singulares, a quien habría de cumplir una misión única y decisiva en orden a la Redención humana. El nacimiento de Juan fue acompañado de fenómenos del todo extraordinarios. El Bautista venía así al mundo –lleno del Espíritu Santo– con el importante bagaje sobrenatural que lo capacitaba para una gran misión. Pero consideremos, en todo caso, que, guardando la debida proporción, así actúa siempre Dios con todos los hombres. Lo que espera de cada uno depende de las circunstancias personales –de la capacidad nuestra– que tenemos, como todo lo demás, recibida de Dios. No es injusto, pues, Dios ni arbitrario, y el amor con obras que le debemos no debe ser sino el desarrollo de los talentos que nos ha concedido. Esas parábolas de Jesús del señor, que se marcha y distribuye antes sus bienes entre unos criados, y reclama a su regreso el fruto correspondiente, deben estar de modo habitual presentes en nuestra mente.
No se trata, sin embargo, de vivir como atemorizados, con el pensamiento de que nos pedirán cuentas y de que hay que exigirse, no nos vayan a castigar. Nos pedirán cuentas, por supuesto; pero no es Dios, Nuestro Padre, una autoridad amenazante, como si sólo le importara el resultado fáctico de nuestra conducta. Imaginémonos, más bien, a un padre que, con toda ilusión, concede a su hijo lo necesario para el trabajo que le encomienda y que sólo espera ponerse contento de día en día viendo el progreso del hijo. Viendo que logra las metas que se propone y que se propone lo que es su verdadero bien, es decir, lo que el padre le ha sugerido –porque lo quiere y lo conoce–, de acuerdo con su capacidad: un padre que piensa sólo en el hijo, en lo que le producirá más bien y felicidad.
Contemplando a Juan el Bautista, resalta de inmediato la idea de vocación: la llamada de Dios a cada persona, que cada uno debemos responder. No ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan el Bautista, declaró Jesús. Son las palabras que, aparte de resaltar las cualidades objetivas concedidas al “Precursor”, ponen de manifiesto su libre y fiel correspondencia al designio divino. No parece que Jesús pudiera alabar, y menos de modo tan solemne, a quien únicamente hubiera recibido muchos talentos, sin mérito alguno de su parte. Cristo alaba asimismo la correspondencia de Juan; que hubiera respondido a la gracia recibida con libre generosidad, dando el fruto que Dios esperaba, correspondiendo de modo heroico a su vocación.
Encomendemos nuestros buenos deseos de fidelidad a lo que el Señor nos pide en nuestra vida, y cada mañana y cada tarde, a la Madre de Dios, que es Madre nuestra del Cielo, como quiso Jesucristo. Responder a la vocación es entrega, servicio, docilidad y, como es respuesta a Dios, grandeza, plenitud de vida. Así, María es la esclava del Señor y la Reina del mundo.
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BIBLIOTECA ALMUDÍ (www.almudi.org)
Homilía con textos de homilías pronunciadas por San Juan Pablo II
Meditación dominical (24-VI-1990)
– Juan, testigo excepcional
Con la festividad de San Juan la Iglesia nos presenta la figura de un testigo excepcional de Cristo. En realidad, el deber del testimonio corresponde a la vida de todo cristiano, pero empeña de modo especial al sacerdote.
Juan Bautista fue testigo de la venida del Mesías al mundo y del inicio de su obra salvífica en medio del pueblo de Israel.
– El sacerdote, testigo de Cristo resucitado
El sacerdote está llamado a ser testigo de Cristo resucitado, que invisible pero realmente está presente en su Iglesia, comprometida en llevar el anuncio del Evangelio a todas las gentes. Para que dicho testimonio sea eficaz, el sacerdote debe creer, sin titubear, que Cristo ha vencido la muerte y se ha convertido en el centro de una nueva humanidad.
A veces se presenta la religión cristiana como una religión de pura resignación, de pasiva aceptación, lo que disminuiría al hombre, o también se le suele presentar como una religión exclusivamente centrada en el sufrimiento, lo que oscurecería el horizonte del pensamiento y de la vida humana. Por el contrario, la religión de Cristo resucitado es un anuncio de vida, que desarrolla con la vida nueva de Cristo todas las energías de la persona, y testimonian que el sufrimiento es el paso hacia una gloria superior.
El acontecimiento de la Resurrección es lo que dona a la religión cristiana su auténtico rostro. Ciertamente no suprime la necesidad que tiene el cristiano de revivir la cruz de Cristo y de sufrir incluso un triunfo provisional de las fuerzas del mal. El mismo acontecimiento de Juan Bautista, víctima de la valiente proclamación de la ley de Dios ante los poderosos de la tierra, es iluminar al respecto: eliminado por Herodes en la oscura prisión de Maqueronte, él es honrado hoy en todas las partes del mundo. La humillación de su aparente derrota ha dejado paso a la gloria del triunfo. En verdad –como decía de él Jesús– el Bautista ha sido y es todavía “lucerna ardens et lucens” (Jn 5,35).
– Confianza en la victoria del Salvador
También el sacerdote debe vivir esta certeza, confirmando en el ejercicio de su ministerio la confianza en la victoria del Salvador sobre las fuerzas del mal. Él tendrá, por lo tanto, una mirada optimista sobre el mundo, contando con la acción secreta de la gracia redentora y superando con la fuerza de su esperanza todas las decepciones y las sorpresas desagradables.
El sacerdote todos los días debe abrirse a la alegría que Cristo resucitado quiso fuera definitiva para el destino humano, para que con ella superara toda tristeza y toda prueba. Este testimonio de alegría es lo único que está en sintonía con la Buena Nueva, que solo puede ser anunciada como mensaje de felicidad.
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Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Esta Solemnidad que celebraba ya en los primeros tiempos y que es la única que la Iglesia dedica al nacimiento de un santo significa, como explica S. Agustín, que “Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el nuevo...Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos: porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre”.
Dios elige ya desde la eternidad quienes va a destinar a una misión particular en la Historia de la Salvación. Por ello la Liturgia aplica al Bautista estas palabras de la 1ª Lectura: “Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré.”
S. Pablo dirá que Dios “nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor.” (Ef 1, 4). ¡Sí, también yo estaba en la mente y el corazón de Dios desde siempre! El tres veces santo, el creador de lo que vemos y no vemos, al que millones y millones de ángeles adoran con un inmenso respeto, ha puesto sus ojos en cada uno de nosotros y, por el Bautismo, nos ha unido a Cristo para continuar su obra redentora en el mundo. ¡Somos un asunto divino! ¡Personas de su confianza! ¡Estrechos colaboradores suyos!
Aquí sería muy conveniente demorarse en una contemplación admirativa y agradecida sobre lo que esto significa. Dios se ha comprometido, ha hecho una alianza con cada uno de nosotros a sabiendas de que no todos ni siempre le vamos a ser fieles. Pero Él sí lo es, Dios es fiel, y no faltará a su compromiso, aunque a veces tengamos que atravesar malos momentos –cañadas oscuras, como reza el Salmista–, o deba experimentar la cárcel y la muerte como San Juan Bautista. Entonces será el momento de recordar aquellas palabras del Sermón del Monte: “Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas”; y así acabó sus días en este mundo que pasa el Precursor y del que Jesús aseguró: “En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan Bautista.”
Ser cristiano no es algo cómodo, ya el Señor avisó que “desde los días del Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos se alcanza a viva fuerza, y sólo los fuertes lo conquistan. No nos faltará esa entereza si la pedimos al Señor en esta Santa Misa.
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HABLAR CON DIOS (www.hablarcondios.org)
La natividad de San Juan Bautista.
– La misión del Bautista.
I. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan; éste venía para dar testimonio de la luz y preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto.
Hace notar San Agustín que “la Iglesia celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado, y él es el único cuyo nacimiento festeja; celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo”. Es el último Profeta del Antiguo Testamento y el primero que señala al Mesías. Su nacimiento, cuya Solemnidad celebramos, “fue motivo de gozo para muchos”, para todos aquellos que por su predicación conocieron a Cristo; fue la aurora que anuncia la llegada del día. Por eso, San Lucas resalta la época de su aparición, en un momento histórico bien concreto: El año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea.... Juan viene a ser la línea divisoria entre los dos Testamentos. Su predicación es el comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios, y su martirio habrá de ser como un presagio de la Pasión del Salvador. Con todo, “Juan era una voz pasajera; Cristo, la Palabra eterna desde el principio”.
Los cuatro Evangelistas no dudan en aplicar a Juan el bellísimo oráculo de Isaías: He aquí que yo envío a mi mensajero, para que te preceda y prepare el camino. Voz que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. El Profeta se refiere en primer lugar a la vuelta de los judíos a Palestina, después de la cautividad de Babilonia: ve a Yahvé como rey y redentor de su pueblo, después de tantos años en el destierro, caminando a la cabeza de ellos, por el desierto de Siria, para conducirlos con mano segura a la patria. Le precede un heraldo, según la antigua costumbre de Oriente, para anunciar su próxima llegada y hacer arreglar los caminos, de los que, en aquellos tiempos, nadie solía cuidar, a no ser en circunstancias muy relevantes. Esta profecía, además de haberse realizado en la vuelta del destierro, había de tener un significado más pleno y profundo en un segundo cumplimiento al llegar los tiempos mesiánicos. También el Señor había de tener su heraldo en la persona del Precursor, que iría delante de Él, preparando los corazones a los que había de llegar el Redentor.
Contemplando hoy, en la Solemnidad de su nacimiento, la gran figura del Bautista que tan fielmente llevó a cabo su cometido, podemos pensar nosotros si también allanamos el camino al Señor para que entre en las almas de amigos y parientes que aún están lejos de Él, para que se den más los que ya están próximos. Somos los cristianos como heraldos de Cristo en el mundo de hoy. “El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine... De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna”.
– Nuestro cometido: preparar los corazones para que Cristo pueda entrar en ellos.
II. La misión de Juan se caracteriza sobre todo por ser el Precursor, el que anuncia a otro: vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino el que había de dar testimonio de la luz. Así consigna en el inicio de su Evangelio aquel discípulo que conoció a Jesús gracias a la preparación y a la indicación expresa que recibió del Bautista: Al día siguiente estaba allí de nuevo Juan y dos discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Los dos discípulos, al oírle hablar así, siguieron a Jesús. ¡Qué gran recuerdo y qué inmenso agradecimiento tendría San Juan Apóstol cuando, casi al final de su vida, rememora en su Evangelio aquel tiempo junto al Bautista, que fue instrumento del Espíritu Santo para que conociera a Jesús, su tesoro y su vida! La predicación del Precursor estaba en perfecta armonía con su vida austera y mortificada: Haced penitencia –clamaba sin descanso–, porque está cerca el reino de los Cielos. Semejantes palabras, acompañadas de su vida ejemplar, causaron una gran impresión en toda la comarca, y pronto se rodeó de un numeroso grupo de discípulos, dispuestos a oír sus enseñanzas. Un fuerte movimiento religioso conmovió a toda Palestina. Las gentes, como ahora, estaban sedientas de Dios, y era muy viva la esperanza del Mesías. San Mateo y San Marcos refieren que acudían de todos los lugares: de Jerusalén y de todos los demás pueblos de Judea; también llegaban gentes de Galilea, pues Jesús encontró allí sus primeros discípulos, que eran galileos. Ante los enviados del Sanedrín, Juan se da a conocer con las palabras de Isaías: Yo soy la voz que clama. Con su vida y con sus palabras Juan dio testimonio de la verdad; sin cobardías ante los que ostentaban el poder, sin conmoverse por las alabanzas de las multitudes, sin ceder a la continua presión de los fariseos. Dio su vida defendiendo la ley de Dios contra toda conveniencia humana: no te es lícito tener por mujer a la esposa de tu hermano, reprochaba a Herodes.
Poca era la fuerza de Juan para oponerse a los desvaríos del tetrarca, y limitado el alcance de su voz para preparar al Mesías un pueblo bien dispuesto. Pero la palabra de Dios tomaba fuerza en sus labios. En la Segunda lectura de la Misa la liturgia aplica al Bautista las palabras del Profeta: Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano, me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba. Y mientras Isaías piensa: en vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas, el Señor le dice: te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra. El Señor quiere que le manifestemos en nuestra conducta y en nuestras palabras allí donde se desenvuelve diariamente el trabajo, la familia, las amistades..., en el comercio, en la Universidad, en el laboratorio..., aunque parezca que ese apostolado no es de mucho alcance. Es la misma misión de Juan la que el Señor nos encomienda ahora, en nuestros días: preparar los caminos, ser sus heraldos, los que le anuncian a otros corazones. La coherencia entre la doctrina y la conducta es la mejor prueba de la convicción y de la validez de lo que proclamamos; es, en muchas ocasiones, la condición imprescindible para hablar de Dios a las gentes.
– Oportet illum crescere... Conviene que Cristo crezca más y más en nuestra vida y que disminuya la propia estimación de lo que somos y valemos.
III. La misión del heraldo es desaparecer, quedar en segundo plano, cuando llega el que es anunciado. “Tengo para mí –señala San Juan Crisóstomo– que por esto fue permitida cuanto antes la muerte de Juan, para que, desaparecido él, todo el fervor de la multitud se dirigiese hacia Cristo en vez de repartirse entre los dos”. Un error grave de cualquier precursor sería dejar, aunque fuera por poco tiempo, que lo confundieran con aquel que se espera.
Una virtud esencial en quien anuncia a Cristo es la humildad y el desprendimiento. De los doce Apóstoles, cinco, según mención expresa del Evangelio, habían sido discípulos de Juan. Y es muy probable que los otros siete también; al menos, todos ellos lo habían conocido y podían dar testimonio de su predicación. En el apostolado, la única figura que debe ser conocida es Cristo. Ése es el tesoro que anunciamos, a quien hemos de llevar a los demás.
La santidad de Juan, sus virtudes recias y atrayentes, su predicación..., habían contribuido poco a poco a dar cuerpo a que algunos pensaran que quizá Juan fuese el Mesías esperado. Profundamente humilde, Juan sólo desea la gloria de su Señor y su Dios; por eso, protesta abiertamente: Yo os bautizo con agua; pero viene quien es más fuerte que yo, al que no soy digno de desatar la correa de sus sandalias: Él os bautizará en Espíritu Santo y en fuego. Juan, ante Cristo, se considera indigno de prestarle los servicios más humildes, reservados de ordinario a los esclavos de ínfima categoría, tales como llevarle las sandalias y desatarle las correas de las mismas. Ante el sacramento del Bautismo, instituido por el Señor, el suyo no es más que agua, símbolo de la limpieza interior que debían efectuar en sus corazones quienes esperaban al Mesías. El Bautismo de Cristo es el del Espíritu Santo, que purifica como lo hace el fuego.
Miremos de nuevo al Bautista, un hombre de carácter firme, como Jesús recuerda a la muchedumbre que le escucha: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Alguna caña que a cualquier viento se mueve? El Señor sabía, y las gentes también, que la personalidad de Juan trascendía de una manera muy acusada, y se compaginaba mal con la falta de carácter. Algo parecido nos pide a nosotros el Señor: pasar ocultos haciendo el bien, cumpliendo con perfección nuestras obligaciones.
Cuando los judíos fueron a decir a los discípulos de Juan que Jesús reclutaba más discípulos que su maestro, fueron a quejarse al Bautista, quien les respondió: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él... Es necesario que Él crezca y que yo disminuya. Oportet illum crescere, me autem minui: conviene que Él crezca y que yo disminuya. Ésta es la tarea de nuestra vida: que Cristo llene nuestro vivir. Oportet illum crescere... Entonces nuestro gozo no tendrá límites. En la medida en que Cristo, por el conocimiento y el amor, penetre más y más en nuestras pobres vidas, nuestra alegría será incontenible.
Pidámosle al Señor, con el poeta: “Que yo sea como una flauta de caña, simple y hueca, donde sólo suenes tú. Ser, nada más, la voz de otro que clama en el desierto”. Ser tu voz, Señor, en medio del mundo, en el ambiente y en el lugar en el que has querido que transcurra mi existencia.
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Rev. D. Joan MARTÍNEZ Porcel (Barcelona, España) (www.evangeli.net)
El niño crecía y su espíritu se fortalecía
Hoy, celebramos solemnemente el nacimiento del Bautista. San Juan es un hombre de grandes contrastes: vive el silencio del desierto, pero desde allí mueve las masas y las invita con voz convincente a la conversión; es humilde para reconocer que él tan sólo es la voz, no la Palabra, pero no tiene pelos en la lengua y es capaz de acusar y denunciar las injusticias incluso a los mismos reyes; invita a sus discípulos a ir hacia Jesús, pero no rechaza conversar con el rey Herodes mientras está en prisión. Silencioso y humilde, es también valiente y decidido hasta derramar su sangre. ¡Juan Bautista es un gran hombre!, el mayor de los nacidos de mujer, así lo elogiará Jesús; pero solamente es el precursor de Cristo.
Quizás el secreto de su grandeza está en su conciencia de saberse elegido por Dios; así lo expresa el evangelista: «El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel» (Lc 1,80). Toda su niñez y juventud estuvo marcada por la conciencia de su misión: dar testimonio; y lo hace bautizando a Cristo en el Jordán, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto y, al final de su vida, derramando su sangre en favor de la verdad. Con nuestro conocimiento de Juan, podemos responder a la pregunta de sus contemporáneos: «¿Qué será este niño?» (Lc 1,66).
Todos nosotros, por el bautismo, hemos sido elegidos y enviados a dar testimonio del Señor. En un ambiente de indiferencia, san Juan es modelo y ayuda para nosotros; san Agustín nos dice: «Admira a Juan cuanto te sea posible, pues lo que admiras aprovecha a Cristo. Aprovecha a Cristo, repito, no porqué tú le ofrezcas algo a Él, sino para progresar tú en Él». En Juan, sus actitudes de Precursor, manifestadas en su oración atenta al Espíritu, en su fortaleza y su humildad, nos ayudan a abrir horizontes nuevos de santidad para nosotros y para nuestros hermanos.
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