CREER EN EL HIJO DE DIOS VIVO
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos III, n. 75)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Marcos: 12, 18-27
Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.
«Hijos míos: mantengan los ojos y los oídos abiertos y receptivos a la Palabra de Dios, que está viva y permanece viva, porque Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos.
La Palabra de Dios es eficaz, y más cortante que una espada de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas, y discierne sentimientos y pensamientos del corazón. Por tanto, al que escucha, la Palabra misma le abre el corazón, para que sea consciente de su vida, para que se arrepienta y pida perdón, y consiga la gracia de la conversión, llevando a la práctica la Palabra, fortaleciendo su alma, porque edifica su casa cimentada sobre roca.
La Palabra de Dios desnuda el alma, limpia, purifica, manifestando el poder de Dios, para que crean en su Hijo y se salven.
Cristo está vivo. Es el Rey de los ejércitos. Es Sacerdote, es Víctima y es Altar. Es Palabra viva. Es alimento de vida y es bebida de salvación. Es cabeza de la Iglesia y es fuente de vida. Es salvación. Es Sacramento. Es el Primogénito. Es el primero y el último. Es el Alfa y la Omega. Es el principio y el fin. Es el centro de todo. Es Eucaristía.
Cristo es Rey de reyes y Señor de señores. Es el dueño de los ejércitos, y el que consigue la victoria.
Ustedes pertenecen al pueblo Santo del Rey. Pero tienen necesidad de muchas cosas; muchas son sus miserias y su necesidad de misericordia.
En el mundo todo debe tener un orden, para que funcione según el plan de Dios. Y hasta la vida misma, engendrada por un hombre y una mujer, debe tener un orden, y ser engendrada a través del matrimonio, formando una familia, para ser parte y pertenecer, para ser cuidada, protegida, guiada, custodiada y preparada para formar parte del pueblo santo del Rey.
Un solo cuerpo, en donde todos se ayudan y todos se afectan, y al que se unen a través de los sacramentos, en los que Cristo, que es el Rey, actúa directamente con su gracia, para llevar a todas las almas al cielo, pasando de la muerte de sus cuerpos a la vida eterna en su resurrección, para hacerlos parte de su Paraíso, en el que ya no se casarán y ya no morirán, porque serán todos como los ángeles e hijos de Dios.
En el mundo hay mucha tribulación, pero Cristo ha vencido al mundo. Avancen sin detenerse, y sin resignarse a quedarse a medio camino. El camino es Cristo, y ha de llevarlos a la plenitud de su encuentro para la vida eterna, en el sí constante de la entrega confiada, abandonada y obediente de la voluntad de ustedes, por su divina misericordia.
Cristo es la vida, y con su vida ha destruido la muerte, para darles a ustedes vida para siempre».