03/02/2025

MCM Mc 1, 40-45

PEDIR LA SALUD DEL ALMA

Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre

(Fuente: Espada de Dos Filos III, n. 4)

«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19) 

 

Evangelio según San Marcos: 1, 40-45 

Si tú quieres, puedes curarme.

 

«Hijos míos: Dios es Omnipotente, Omnipresente y Omnisciente. Y con ese poder, siendo Dios, se hizo hombre, para morir por ustedes crucificado, y perdonar sus pecados, porque era necesario para darles vida.

Dios es compasivo y misericordioso. Él dijo: “sí quiero, sana”, y obró milagros, y derramó su misericordia sobre el mundo entero. Pero la lepra del pecado ha permanecido en los hombres, porque no han creído que el Hijo de Dios sí puede sanarlos. Mi Hijo ha perdonado sus pecados y ha sanado sus almas, pero también ha sanado tantas veces sus cuerpos, para que se note su poder, porque el Hijo del hombre tiene el poder sobre la tierra de perdonar los pecados, de sanar el alma y de sanar el cuerpo.

Den testimonio exponiendo sus corazones, para que se vea lo que hace mi Hijo con un corazón que está dispuesto: lo convierte y lo hace suyo, porque así lo quiere. Porque ¿de qué sirve un cuerpo sano si el alma está enferma? La manifestación de la salud del alma está en la entrega de vida y en el amor a Cristo, que lo demuestran cuando ponen su fe por obra, dando testimonio de mi Hijo con sus obras de misericordia.

Es necesario conocer cuál es la meta, para querer llegar y recibir el premio. Pero es una meta muy grande, para que una mente tan limitada, como la de los hombres, la pueda comprender. No hay palabras para describir el cielo. Pero se puede captar con los ojos del alma, y así pueden ver el premio que mi Hijo le tiene prometido a los que creen en Él, y lo aman, y lo obedecen. Entonces entenderán que la meta no es la cruz. La cruz es el medio para llegar a la meta. La meta es Cristo, y en Él está el cielo.

Que sus almas deseen el cielo. Ese debe ser su único anhelo, para que vivan con los pies en la tierra, pero con el corazón en el cielo. Es maravilloso amar a Dios por sobre todas las cosas, y dejarse amar por Él, abriendo el corazón a la gracia y a la misericordia con docilidad, para que el Espíritu Santo actúe, convierta, una.

Reconózcanse pecadores, examinen sus conciencias, y, sostenidos por la fe, acudan a Él, con el corazón contrito y humillado, que Él no desprecia. Pidan perdón en su presencia, diciendo: “Señor, sí quiero”, y Él les dará su cielo».