03/02/2025

MCM Mc 3, 7-12

APRENDER A INTERCEDER

Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre

(Fuente: Espada de Dos Filos III, n. 13)

«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19) 

 

Evangelio según san Marcos: 3, 7-12

Los espíritus inmundos gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios”. Pero Jesús les prohibía que lo manifestaran.

 

«Hijos míos: Jesús es el Hijo de Dios. Hasta los demonios creen y tiemblan y, echados a los pies de Jesús, no solo lo dicen, lo gritan.

Jesús ruega por los hombres al Padre para que los guarde del maligno. Intercede, porque Él es el Cristo, el único mediador entre Dios y los hombres.

La Santa Iglesia es esa barca desde donde Él predica, se da, reúne, para convencer y atraer a todos los hombres hacia Él para llevarlos al Padre, porque nadie va al Padre si no es por el Hijo, pero nadie va al Hijo si el Padre no lo atrae hacia Él.

Yo soy la Madre de Dios, y por Él soy Madre e intercesora de todos los hombres. Mi intercesión es de Madre, con el amor de mi corazón, con mi oración suplicante y con mi protección constante, para que se dispongan a recibir las gracias que tengo yo guardadas y que ustedes no saben pedir; para que resistan a toda tentación y a los ataques del enemigo; para que sean fortalecidos con los dones y gracias del Espíritu Santo, y sean justos y misericordiosos, como el Padre que está en el Cielo es justo y misericordioso.

Intercedo por ustedes, para que se dispongan a recibir la misericordia y el amor de Jesús con humildad y arrepentimiento, para que Él los transforme, y convierta sus corazones, encendiéndolos con la llama del fuego de su amor.

Intercedo para que conozcan a mi Hijo, para que lo reciban, para que lo amen con su amor; para que sean acompañados por sus ángeles custodios, que los protejan y los asistan en todo momento; para que permanezcan bajo el resguardo y la protección de mi manto; para que me acepten y me amen como Madre; para que sepan permanecer y perseverar en la batalla, venciendo al enemigo con mi amor y con el amor de Cristo; y con ese amor amen a Dios por sobre todas las cosas, amando al prójimo hasta dar la vida. Porque nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Intercedo para que sean santos, para que sean Cristos.

Les enseñaré a interceder como lo hago yo, adorando a mi Hijo en la Eucaristía.

Adórenlo con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente, entregando su amor en cada palabra, en cada acto, en cada oración; pidiendo fe, esperanza y caridad; pidiendo al Espíritu Santo que se derrame en ustedes, ofreciendo los frutos de los dones y las gracias que de Él reciben.

Adórenlo ofreciendo su vida en cada Eucaristía, como reparación de sus pecados, entregando su voluntad en cada Comunión, para que se haga en ustedes la voluntad de Dios, en cada pequeño sacrificio, en su hacer y en su obrar, todos los días de su vida, convirtiendo su vida en oración continua, pidiendo la misericordia de Dios y el auxilio de su Madre, para aquellos que más lo necesitan».