RECONOCER LA MISERICORDIA DE DIOS
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos III, n. 28)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Marcos: 5, 1-20
Espíritu inmundo sal de este hombre.
«Hijos míos: el hombre ha sido creado para el bien, porque ha sido creado a imagen y semejanza del que es el Bien. Y el bien hace siempre el bien. Pero el hombre ha sido creado débil, para que su creador, que es todopoderoso, lo llene y lo fortalezca, y juntos sean una sola cosa.
Pero ha sido creado en libertad, y en esa libertad se le ha dado la voluntad y el querer, para que libremente quiera entregar esa voluntad en humildad, reconociendo su pequeñez y su debilidad, para que el que todo lo puede lo haga crecer, fortaleciendo esa voluntad con su luz, cegando los ojos del mundo y develando los ojos del alma.
Entonces, la fortaleza está en la humildad de reconocerse débiles y frágiles, tentados y pecadores, necesitados de Dios, pequeños e indignos, pero como hijos agradecidos y entregados a su bondad y a su misericordia.
La paz es fruto de la misericordia de Dios. Abran sus corazones y reciban su misericordia, para que encuentren la paz interior que lleva la luz a sus almas, para que tengan calma, para que tengan serenidad y confianza, en la seguridad de que aquel que te ha creado para Él, nunca te abandona.
Reconozcan las miserias de sus corazones, la debilidad y la fragilidad de la carne, y no pretendan hacer todo con sus propias fuerzas. Reconozcan al enemigo: está vivo y está a su alrededor, rondando como león rugiente, buscando a quién devorar. Pero no es el demonio el que tiene el poder, ni el dueño de las almas a las que aprisiona. Reconozcan al Hijo de Dios todopoderoso, que, por su propia voluntad, ha entregado su vida para liberarlos y ha vencido al mundo.
Protéjanse bajo mi manto, en donde nadie puede hacerles daño, porque los demonios me temen. Yo soy el fruto del amor. Tengo en mis manos el fruto de la misericordia, porque soy la Reina de la paz, la Reina de Cielos y tierra, la Madre del Señor. Y, a través de mí, reciben la fortaleza y el valor para enfrentar al enemigo, y tienen la garantía de la victoria conmigo.
Yo piso la cabeza de la serpiente, pero ella ya ha regado su veneno. Oren para que Dios aumente su fe y su humildad, para que sepan reconocerse pecadores, se arrepientan, y tengan el valor de acudir a la reconciliación y a la amistad de Cristo, que es la Misericordia misma».