RECONOCER AL VERDADERO REY
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos III, n. 77)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Marcos: 12, 35-37
¿Cómo dicen que el Mesías es hijo de David?
«Hijos míos: yo amo con amor de madre, que es el amor con el que amo a mi Hijo, el amor con el que amo a todos mis hijos. Pero el amor de mi Hijo es más grande, es amor de Dios. El amor de Dios ama y sufre como Dios. Por eso mi dolor es infinito, porque aun cuando yo no puedo amar ni sufrir como Él, es amor y sufrimiento maternal. Yo gozo de la presencia de mi Hijo, y gozo de mi amor maternal, que es el amor más grande que hay después del amor de Dios. El entendimiento no lo alcanza a comprender, sino solo un corazón puro, dispuesto y entregado.
El amor de Dios es tan grande, eterno, infinito, que aun a costa de su misma gloria hace justicia y se entrega a sí mismo por amor. Él es el amor. Yo detengo esa justicia, porque ¿quién no hace caso a las peticiones de su madre? Y Él me ha concedido este tiempo que yo le he pedido para conseguir la obra grande que Él ha deseado: el retorno de todos sus hijos a Él, la eternidad con todas las almas en la misma gloria, en alabanza y adoración, que solo entienden los que han recibido la gracia de la oración plena, de la unión con Él, de la entrega del corazón en unión con el corazón de mi Hijo Jesús.
Él ha subido al cielo a sentarse a la derecha de su Padre, y ha sido coronado como Cristo Rey del Universo. Y le ha sido otorgado todo el honor, el poder y la gloria, porque Él fue enviado al mundo y, siendo Dios, se anonadó a sí mismo, y se hizo hombre, nacido de una mujer de la estirpe de David, para ser llamado Hijo de Dios, Hijo de hombre, Hijo de David; para ser coronado con la corona de la burla, y ser crucificado, para ser llamado Rey de los Judíos, cumpliendo con su misión, derramando su sangre hasta la última gota, para el perdón de los pecados de los hombres.
Ustedes son sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido en propiedad, para que pregonen las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz».