CONVERTIR EL CORAZÓN
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos VI, n. 12)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
FIESTA DE LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO
Evangelio según san Marcos: 16, 15-18
El que crea y se bautice, se salvará.
«Hijos míos: san Pablo recibió la gracia de tomar conciencia y de abrir sus ojos para vencer, primero tomando conciencia de quién era él.
Eso es lo que yo les pido, eso es lo que tienen que hacer. Y para eso hay que tocar el suelo, hay que ser humilde, hay que despojarse de todo para dejarse transformar por el amor de Jesús.
Conviertan su corazón, luchando cada día por santificarse. La conversión es tomar conciencia de quién eres tú y quién es tu Señor, y desear hacer la voluntad de Dios.
Celo apostólico es la gracia que les doy, es lo que necesitan para perseverar, para luchar, para no permitir que nada ni nadie los detenga. Y si un día se han caído del caballo, alégrense, porque solo el que se cae se puede levantar.
El que diga que no necesita conversión es un mentiroso. El sacramento de la confesión es la alegría del cielo, y repara mi Inmaculado Corazón, porque cada corazón arrepentido que pide perdón y que es absuelto, se hace uno con Cristo a través del Espíritu Santo, y es parte de su Sagrado Corazón.
La lucha es constante y la conversión es todos los días, y es la señal triunfante de los guerreros de la batalla. Pero muchos de ustedes están luchando las batallas equivocadas, vestidos de soldados del mundo y no de guerreros del ejército de Cristo. Están vestidos de soberbia y disfrazados de humildad. Llevan en sus pechos corazones de piedra y no se dejan transformar. Porque les falta fe, porque les falta amor, porque les falta disposición y humildad para reconocerse, para humillarse, para entregar su voluntad a la voluntad de Dios. Y les falta valor y fortaleza para amar a Dios por sobre todas las cosas, y para aprender a amar a Dios amando a sus hermanos. Y les falta creer que Dios los ama. Porque les falta orar para pedir fe, para recibir fe, para transmitir esa fe, que santifica y que salva. Fe que por las obras se demuestra y con el amor se manifiesta.
Duele mi corazón y arde en deseo de conversión de los hombres incrédulos, para que sean creyentes; de los hombres tibios, para que sean de corazón ardiente, como yo; de conversión de los que tienen el don de la fe, pero han renunciado a ella; de conversión de los que aún no han sido bautizados, y no pueden ser llamados hijos de Dios; y de sus hijos, y de los hijos de sus hijos, porque un falto de fe daña a toda una generación. Aun así, Dios, que es tan bueno, los llama de muchas y distintas maneras a la conversión y a la unidad, en un solo cuerpo y un mismo espíritu.
Quiero hijos que tengan bien plantados sus dos pies en el Reino de Dios. Que no duden de que han recibido la gracia para no tener un pie en el Reino del diablo. Y que no solo piensen que son buenos, que se han convertido, que tienen amor y dan la vida por Cristo: ¡que lo expresen y lo demuestren!, porque hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión. Mediten esto en su corazón».