RESISTIR A LAS TENTACIONES
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos II, n. 5)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Marcos: 1, 12-15
El ayuno y las tentaciones de Jesús.
«Hijos míos: yo los amo con todo mi corazón. El amor, hijos míos, siempre viene de Dios. El amor no es egoísta, no es orgulloso, no es jactancioso, no se alegra con el mal de otros. El amor procura y desea el bien. Lo que diste de esto no es verdadero amor. El amor procura la felicidad del otro, aunque a veces sea a costa del propio sacrificio.
La voluntad de Dios siempre se basa en el verdadero amor. Es así como se discierne. Por tanto, la voluntad de Dios nunca es egoísta, nunca procura placer como único fin; ni tampoco complacer con una felicidad pasajera, porque la voluntad de Dios es eterna.
La voluntad de Dios pacifica la conciencia, alegra el alma, provoca satisfacción del cumplimiento del deber, obedeciendo lo que dice Él.
La ofrenda que implica sacrificio, desprendimiento, trabajo, entrega, donación, fe, esperanza y amor, ofrecida a Dios, unida a la única ofrenda perfecta y agradable, que es el sacrificio de su Hijo y mi Hijo Jesucristo, los fortalece con su gracia para soportar y renunciar a toda tentación. Ese es el fin del ayuno, del sacrificio, de la penitencia, la oración, la limosna, la especial devoción, que pide la Santa Iglesia en tiempo de Cuaresma.
La meditación, la reflexión, unida al sacrificio, conducen a la concientización de lo que cada uno tiene en su corazón, y los lleva al arrepentimiento y a la confesión, que, como sacramento, les da la gracia de una verdadera conversión, para celebrar y participar de la Pascua del Señor.
Por tanto, este tiempo debe ser dedicado a la vida interior, mirar para adentro, remar mar adentro, para ir al encuentro de Cristo, Rey y Señor. Y para eso aquí estoy yo. Para acompañarlos y llevarlos a Jesús.
Ustedes son tan vulnerables, tan débiles, tan indefensos, y están tan expuestos, que pueden perder todas las batallas. Yo siento un profundo sufrimiento y un dolor muy grande en mi corazón al saber la fragilidad del ser humano sin fe, ante la tribulación y ante la tentación, capaz de caer, de dejarse engañar, de ofender y de traicionar, de acostumbrarse a vivir en la oscuridad y en la soledad, que aleja de la vida y lleva a la muerte.
Pero el enemigo sobre el Señor no tiene ningún poder. Por tanto, si están solos pueden perder, pero si es Cristo quien vive en ustedes, Él gana las batallas por ustedes. Pero ante la tentación, se requiere que le entreguen su voluntad para que Él pueda actuar, porque respeta su libertad. Y en esa libertad, es precisamente en donde la tentación tiene lugar, y el enemigo los acecha, los conoce, sabe sus debilidades y sus flaquezas.
Mi oración de intercesión, mi súplica constante, los fortalece, para que resistan a toda tentación y no ofendan a Dios. Fortaleza que viene de la gracia y del don del Espíritu Santo que está conmigo y que se derrama sobre los hijos de Dios, porque los ama.
El demonio no puede acercarse a mí porque yo piso su cabeza. No tengan miedo. Los ángeles y los santos los acompañan. Permanezcan junto a mí, bajo la protección de mi manto, y nadie podrá hacerles daño».