ACOMPAÑAR A MARÍA EN NOCHEBUENA
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos I, n. 30)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Lucas: 2, 15-20
Los pastores encontraron a María, a José y al niño.
«Hijos míos: los vientos son suaves, el mar está en calma, el día llama a la noche, las estrellas tienen un brillo especial. La luna esplendorosa ilumina al mundo con el reflejo del sol. El camino es seguro. Todo está dispuesto para que en el Hijo de Dios se cumpla toda profecía. Y le sea otorgado el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre.
En esta dulce espera no estoy sola, ustedes me acompañan, y también todos los ángeles de Dios, que han bajado del cielo para ver nacer en el mundo a su Señor. Para recibirlo y adorarlo. Para contemplar en un niño el rostro de Dios. Me acompaña también José.
En la eternidad de Dios esta noche es Nochebuena, y nacerá para el mundo la Misericordia, para ser derramada en el mundo para todos los hombres que ama Dios, para iluminar a los que viven en tinieblas y guiarlos por el camino de la paz.
Y así vendrá después con su anhelada justicia, porque justo es que los hombres amen, alaben y adoren a Dios. Compartan conmigo y con José esta dulce espera, y tengan estos mismos sentimientos, y la experiencia de paz, ilusión, esperanza, alegría, calma, luz, gratitud, fe, amor, responsabilidad, humildad, admiración, pureza, deseo y anhelo de ver a Dios, de contemplarlo, de abrazarlo, de servirlo, de adorarlo.
Manténganse como nosotros en profunda oración, y mediten este gran misterio en sus corazones, y descubran que la morada que Dios dispuso no es lujosa ni cómoda, sino pobre y humilde. Los ángeles se han encargado de hacerla digna. Ha sido limpiada y renovada para recibir al Hijo de Dios.
Jesús nace para habitar en los corazones de todos los hombres, pero depende de la voluntad de los hombres que esa presencia permanezca. La luz que nace, y que es fruto bendito de mi vientre, ilumina y fortalece los corazones de los hombres, para que reciban, para que amen, para que alaben, para que adoren al Hijo de Dios, que siendo Dios se hace hombre.
Alaben esta noche al Hijo de Dios, que está a punto de nacer, por los que no lo alaban.
Adórenlo por los que no lo adoran. Ámenlo por los que no lo aman. Y contemplen el misterio mientras me acompañan, por todos aquellos que están dispersos, distraídos en el mundo, ciegos, sordos y mudos.
Permanezcan atentos, que así como el sepulcro quedará vacío e intacto cuando resucite lleno de vida el Hijo de Dios, de esta misma manera quedará intacto mi vientre cuando nazca al mundo el Hijo de Dios. En este vientre llevo al hombre y Dios, en el que se reúnen todas las naciones en un solo pueblo, todas las ovejas con un mismo Pastor, formando todos parte de un mismo cuerpo y un mismo espíritu, del cual Él es cabeza.
Para resucitar, primero hay que morir; pero, para morir, primero hay que nacer. De eso se trata el misterio. De eso se trata la Navidad».