RECONOCER A LA MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos I, n. 38)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
Evangelio según san Lucas: 2, 16-21
Encontraron a María, a José y al niño. Al cumplirse los ocho días, le pusieron por nombre Jesús.
«Hijos míos: yo soy la siempre Virgen Santa María, la Madre de Dios y Reina del Cielo. Y, por mi Hijo, soy la Madre de todos los hombres: hijos en el Hijo.
Contemplen en este Niño el rostro de un rey, el más pequeño. No desprecien al más pequeño, porque el más pequeño es el más grande en el Reino de los Cielos. Su nombre es Jesús, y ha nacido para ser Rey, para proclamar la Buena Nueva y establecer su Reino en la tierra.
Si quieren conocer al Hijo, conozcan a la Madre. Mi nombre es María. Soy Reina y soy Madre. Soy Madre de gracia y de misericordia. El Rey que les ha nacido es fruto bendito de mi vientre. Lo he recostado en un pesebre, que es altar y es cruz, que es sepulcro y es gloria de resurrección, que es signo de vida, y es desde donde brilla la luz y llega a todos los rincones del mundo.
Y por este Niño soy Madre de todos los hombres. Yo los abrazo, los alimento, procuro su salud, los protejo con mi manto, los acojo como verdaderos hijos, porque soy verdadera Madre. Los ayudo a perseverar en la fe, en la esperanza y en el amor, y los sostengo para que vivan, para que mueran, para que resuciten por Cristo, con Él y en Él.
Yo los acompaño cuando todos se han ido. Los recibo en mis brazos para que descansen, cuando no tienen un sitio en donde reclinar su cabeza. Los enseño, los aconsejo, los ayudo a reconocer sus errores y a pedir perdón. Los consuelo, los perdono, y les tengo paciencia cuando se equivocan; pero los corrijo con amor, porque conozco su fragilidad, su debilidad, su humanidad. Y oro por ustedes y los ayudo a ser bienaventurados hijos de Dios, para darle gloria a su Padre, recibiendo la misericordia que los hace hijos, para darles su heredad que es el Cielo, el Paraíso, la Eternidad compartida por Cristo, con Él y en Él, con ustedes.
Contemplen a los pastores que vinieron a adorar a este Niño, postrados ante el pesebre, como ante un altar. Yo me maravillé de todo lo que de Él decían. Parecía como si desde antes lo conocieran, como si supieran todo lo que por Él sucedería. Todo hombre, para ser hombre, tiene que ser primero niño, y al hacerse hombre debe hacerse como niño, porque de los niños es el Reino de los Cielos.
Por este Niño las naciones se levantarán una contra otra, y después de la guerra Él traerá la paz. Pero antes, tendrá que padecer mucho y ser reprobado por los sabios y los poderosos. Su nombre es Jesús, tal y como el ángel me lo anunció. Nombre que está sobre todo nombre, y tiene la fuerza para que, al pronunciarlo, toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en todo lugar.
Permanezcan reunidos conmigo, a los pies de este Niño, meditando todas las cosas, como lo hago yo en mi corazón».