ORAR POR LOS SACERDOTES
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos VI, n. 38)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
FIESTA DE JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE
Evangelio según san Lucas: 22, 14-20
Hagan esto en memoria mía.
«Hijos míos: adoren el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y su presencia real y substancial en la Eucaristía, desde el preciso momento en que el sacerdote pronuncia las palabras con las que Jesús instituyó el sacerdocio: “Este es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. Palabras que pronunció el mismo Cristo, compartiendo la mesa con los que Él llamó, eligió y ordenó, para ser configurados y ser igual en todo a Él, Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Y los hizo uno con Él, dándoles su poder, configurándolos con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma, con su Divinidad, y con sus mismos sentimientos, para ser sacerdotes para siempre.
Para continuar su misión y su obra redentora, conquistando los corazones de los hombres con el amor de Dios, para que acepten en libertad y por su propia voluntad la salvación que Él les ha venido a ganar.
Para administrar su misericordia derramada en la cruz.
Para que todos los hombres sean iluminados con la luz del Evangelio, se arrepientan y crean.
Para darle vida al mundo a través de los sacramentos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; confirmándolos en la fe, perdonando sus pecados, alimentándolos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y con su Palabra, uniéndolos en matrimonio, reuniendo a las familias en un solo pueblo santo de Dios, ungiendo a los enfermos para darles su fuerza y su paz.
Para reunirlos con la Madre de Dios, para ir al encuentro de Jesús.
Para transmitir el amor del Señor por su pueblo, y enseñarlos a amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismos.
Es muy grande la misión de mis hijos sacerdotes. Aquí estoy yo para mostrarme Madre. Que sea mi auxilio para ustedes, para que, a través de ustedes, llegue a mis hijos sacerdotes, aquellos a los que el demonio les hace la guerra.
Mi auxilio llega a ellos, a través de la oración de intercesión de ustedes y la meditación de los misterios del Santo Rosario. El Espíritu Santo, que está siempre conmigo, cuando lo rezan, se siente muy halagado. Se desborda sobre ustedes con regalos.
Recen el Rosario y vivan lo que ahí meditan: la vida, la pasión, la muerte y la resurrección de mi Hijo Jesucristo, y mi alegría por haber sido sin pecado concebida y elevada al cielo, coronada con doce estrellas sobre mi cabeza, y haberme concedido el poder de proteger a mis hijos y pisar la cabeza del enemigo.
Yo los protejo y los bendigo. El sacerdote es el mismo Cristo, el Sumo y Eterno Sacerdote, que reina por los siglos».