SER GRANDES EN EL AMOR
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
Jueves III de Adviento
(Fuente: Espada de Dos Filos I, n. 19)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Lucas: 7, 24-30
Juan es el mensajero que prepara el camino del Señor.
«Hijos míos: yo soy la esclava del Señor. En mi vientre ha sido engendrada la luz, para ser llevada a todas las naciones del mundo. Es por esta luz que ha nacido Dios en el mundo, siendo Dios y siendo hombre, conteniendo toda la grandeza del único Dios verdadero en la fragilidad de la humanidad, para redimir, para salvar, para restablecer la paz en el mundo por su infinita misericordia.
Cualquier momento y cualquier pretexto es bueno para actuar manifestando el amor de Dios, porque todos los días son días del Señor, y el Señor es bondad y es misericordia. El Hijo de Dios justifica al hombre a través del amor, para unirlo al Padre en filiación divina, para darle su heredad, que solo el amor puede ganar.
Siendo un gigante se ha hecho pequeño, por amor, porque tanto amó Dios al mundo que envió a su único Hijo, que siendo Dios se hizo hombre, para salvar a los hombres, haciéndose como ellos, pequeño, salvándolos en lo ordinario, en lo pequeño, por amor, muriendo como un miserable, el más pequeño entre los pequeños, en una cruz, para perdonarles todos sus pecados. Y desde esa humillante inmolación de su pequeña humanidad, ha vencido todas las batallas en un único y eterno sacrificio, por amor. Haciéndose pequeño, ha vencido al gigante de la muerte, para demostrar que el más pequeño es el más grande en el Reino de los Cielos, porque en él se contiene todo el poder del amor.
Ustedes tienen la capacidad de tener un amor tan grande como el que tiene Cristo, porque Él vive en ustedes, está vivo. Él es el amor. Solo tienen que abrirle sus corazones de piedra para que los convierta en corazones de carne, y venzan al mundo ganando todas sus batallas.
Yo intercedo para que la luz, que es fruto bendito de mi vientre, nazca en el corazón de cada uno de ustedes, mis hijos, para que se mantengan pequeños y, a través de ustedes, ilumine a todo el mundo y permanezca para siempre».