LEVANTARSE POR LAS LÁGRIMAS DE INTERCESIÓN DE LA MADRE
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos VII, n. 19)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
FIESTA DE SANTA MÓNICA
Evangelio según san Lucas: 7, 11-17
Joven, yo te lo mando: Levántate.
«Hijos míos: compartan mi sufrimiento por cada hijo muerto, pero también compartan mi alegría, porque mi Hijo ha vencido a la muerte. Dios lo resucitó y lo exaltó como el Salvador, para conceder a su pueblo la conversión y el perdón de los pecados. Y el mismo que vivió entre los hombres murió entre pecadores, resucitó de entre los muertos, y ha subido al Cielo.
Las voces de las mujeres con corazón de madre son escuchadas con especial atención por Dios. Pero las lágrimas de sus ojos, que provienen del amor, de la ternura de su corazón, unidas a las mías, son irresistibles para Él. Son ofrendas unidas a los méritos de mi omnipotencia suplicante, por la que nada me niega Dios.
Y especialmente las madres espirituales de sacerdotes, que han sido llamadas para acompañarme, entregando su vida a Dios en medio del mundo, para que su vida, que es como perfume valioso, sea una ofrenda para mi Hijo, derramando sobre Él sus lágrimas, que son como ungüento para sus heridas, y nunca un despilfarro, sino una ofrenda de amor al Padre. Yo las ofrezco con mi oración suplicante y mis lágrimas de intercesión, por la renovación de las almas de mis hijos sacerdotes y su conversión, para una vida en santidad, a través de la entrega de esas madres por sus hijos espirituales, y con ellos por el cuerpo de Cristo, que es la Santa Iglesia, del cual Él es cabeza, y todos y cada uno son sus miembros. A cada uno lo ha puesto en su lugar, según la vocación y los dones que les ha dado.
Mi Hijo quiere derramar la gracia, y guiar y acompañar a sus miembros más sagrados: los sacerdotes y las madres de familia, de quienes depende la unidad y la armonía de todo el cuerpo, porque las gracias se derraman de arriba hacia abajo.
Escuchen la Palabra del Señor, que les dice ‘¡levántate!’. Y si sintieran que no pueden resistir a la tentación que los ata a las cadenas de la muerte, acudan a mí que soy su Madre, con el corazón contrito y humillado, y pídanme mis lágrimas de intercesión, que son irresistibles para Dios, y que les conceden la gracia, y del Espíritu Santo el don, para tener la fuerza y obedecer cuando el Señor los encuentre caídos, desvalidos, abatidos, con el alma muerta y les diga: ‘Yo te lo mando, ¡levántate!’.».