GANAR EL CIELO
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos II, n. 16)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Lucas: 16, 19-31
Recibiste bienes en tu vida y Lázaro, males; ahora él goza del consuelo, mientras que tú sufres tormentos.
«Hijos míos: la caridad es derramar el amor de Cristo a través de obras de misericordia.
A ustedes, mis hijos, que procuran vivir con rectitud de intención y se esfuerzan en practicar la caridad con obras de misericordia, Dios, que es tan bueno, les concede la gracia para perseverar y vivir en santidad, luchando cada día, y ganando con esa gracia todas las batallas. Ustedes son la alegría de mi corazón, mi consuelo y la esperanza de llenar el cielo, y son ejemplo y modelo.
Pero algunos no aceptan la gracia. Solo con la gracia de Dios se puede vivir en santidad y en la pureza del corazón. Y pierden la virtud, y pierden la fe, y pierden la esperanza, pero, sobre todo, pierden la caridad. Y se dejan arrastrar por la mundanidad, convirtiéndose en ovejas perdidas.
Pero yo soy Madre, y ellos son mis hijos. Y yo los amo a todos, aunque se porten mal. A ellos quiero encontrar, para reunirlos con el rebaño, para brindarles mi auxilio, mi consuelo y mi amor de madre, para que, en su juicio, ganen el cielo.
Ellos son el dolor de mi corazón al verlos caídos, sufriendo el castigo del tormento eterno del infierno, a donde yo ya no puedo llegar, y donde hay llanto y rechinar de dientes, en medio de fuego que sí quema y tormentos que no terminan, mientras levantan los brazos clamando al cielo, porque ahora creen, ahora tienen fe. De ellos oigo sus lamentos pidiendo misericordia, pero no les es concedida, porque ellos no fueron misericordiosos. Y no son escuchados porque ellos no escucharon a los profetas y no cumplieron la ley. Los miro con el corazón herido, derramando abundantes lágrimas de mis ojos en un último acto de caridad, para calmar la sed de mis hijos, mientras se cierran para ellos las puertas del cielo.
Ruego al Padre pidiendo gracias para que las ovejas perdidas y heridas se dejen encontrar, se dejen curar, se dejen convertir y se dejen transformar, a través de las obras de misericordia de las almas santas que viven la caridad.
Hijos míos, está escrito que los misericordiosos serán bienaventurados y recibirán de Dios su misericordia. Cada obra de misericordia y cada acto de amor, háganlo en el nombre Santo de Jesús, y Él, que es Rey de reyes y Señor de señores, Dios todopoderoso, se los concederá.
Ustedes, a los que les ha sido dada la riqueza de la fe, úsenla bien y llévenla hasta los corazones más pobres, para que llegue a ellos la luz del mundo, el fruto bendito de mi vientre, que es la misericordia misma».