PONER TODAS SUS SEGURIDADES EN DIOS
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos V, n. 72)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Lucas: 16, 9-15
No pueden servir a Dios y al dinero.
«Hijos míos: Dios es Padre y es Madre, y como Padre es proveedor, y como Madre es protector. Los ha hecho hijos cuando han sido bautizados en el Espíritu Santo.
Confíen en Dios, y abandónense en la seguridad de saberse sus hijos amados. Hónrenlo con su obediencia y con el santo temor de Dios, y pídanle lo que quieran, que Él, como un buen padre y una buena madre, les dará lo que necesiten. Entréguenle sus ofrendas, agradeciéndole su Divina Providencia, y no se preocupen de nada, vivan en paz, sabiendo que todos sus trabajos y sacrificios Él se los premiará, porque todo obrero merece su salario.
Pero cuidado si están preocupados y si no tienen paz, si no confían, si no creen, si no tienen fe, y si ponen sus seguridades y esperanza en el dinero, porque nadie puede servir a dos amos. Asegúrense que están sirviendo a Dios, que están buscando primero su Reino y su justicia, sabiendo con seguridad que, por añadidura, lo demás se les dará.
Pidan fe, y conozcan a su Señor, que es Padre, que es Madre, es dador, es providencia, es todopoderoso, es omnisciente, es omnipresente y los ama. Demuéstrenle su fe. Oren y laboren, confíen y esperen, y verán qué bueno es el Señor. Y, si un día pareciera que Dios no cumpliera con su paga, recen más, y trabajen más, obren con misericordia, mortifíquense, sacrifíquense, confíen y esperen, porque Él nunca se deja ganar en generosidad.
Hijos míos, las necesidades humanas de ustedes son muchas, porque aún no han alcanzado la perfección y viven sujetos a las carencias de sus propios cuerpos imperfectos y miserables. Pero crean en Cristo, y en que el Padre lo ha enviado para hacerlos parte de su cuerpo resucitado y glorioso, en un mismo cuerpo por un mismo Espíritu, para hacerlos como los ángeles del cielo y sean partícipes con sus almas de la gloria de su resurrección, y después también con sus propios cuerpos gloriosos al final de los tiempos.
Vivan en la alegría de servir a Cristo, y sean fieles en todo, hasta en las cosas más pequeñas, para que permanezcan en comunión con el amor, por medio de la oración constante, en la que se entregan al amor, por el amor, con el amor, en el amor».