26/01/2025

MCM Lc 1, 46-56

PREPARAR EL TRONO DEL REY

Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre

(Fuente: Espada de Dos Filos I, n. 27)

«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19) 

 

Evangelio según san Lucas: 1, 46-56

Ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede.

 

«Hijos míos: proclama mi alma la grandeza del Señor, porque soy testigo de su misericordia, que es más grande que su justicia, que es infinita y llega a todos los rincones de la tierra. Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Porque se ha dignado mirar mi humildad, penetrando su palabra hasta la profundidad de mis entrañas. Por eso desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el que es todopoderoso ha hecho grandes obras por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a todos los que lo siguen, de generación en generación. 

No son sus obras ni su fe, no son ustedes, no son sus méritos ni sus palabras, son los designios de Dios, que, porque así lo ha querido, se ha dignado mirar su humillación y su pequeñez, y ha elegido sus corazones para entregar sus tesoros. Acepten la voluntad de Dios, y en esa voluntad acompáñenme. ¡Y vamos a Belén! Contemplen conmigo el misterio del Hijo de Dios, el Verbo engendrado por obra del Espíritu Santo, la Palabra encarnada, que va a nacer para dar testimonio de la verdad, porque Él es la Verdad; para mostrar el camino al cielo, porque Él es el camino; para darle vida al mundo, porque Él es la Vida, y es por Él que se hacen nuevas todas las cosas. 

Yo les pido que me acompañen, porque en este mundo todos están muy ocupados en las cosas del César, y nadie se ocupa en las cosas de Dios. Yo llevo la luz en mi vientre, y la he traído en medio de la gente, pero nadie se da cuenta. La Palabra es la luz verdadera que ilumina a todo hombre, viniendo a este mundo. En el mundo está, el mundo fue hecho por ella. Vino al mundo, pero en el mundo hay mucho ruido y mucha indiferencia. Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron. Están acomodados en los palacios de la tibieza y la resignación, alimentándose de soberbia y de pecado. Entonces Dios, que busca ser aceptado, ser amado, ser recibido, se manifiesta en la pobreza y en la humillación.

Yo soy María, la esclava del Señor, la Madre de Dios y Madre de todos los hombres, la que es llena del Espíritu Santo, la que reúne a los hijos en el auxilio de Dios, para recordarles su misericordia, para preparar el trono del Rey para cuando Él vuelva».