26/01/2025

MCM Lc 2, 1-14

ADORAR AL DIVINO NIÑO QUE NOS HA NACIDO

Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre

(Fuente: Espada de Dos Filos I, n. 30)

«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19) 

 

EVANGELIO DE LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Evangelio según san Lucas: 2, 1-14

Hoy nos ha nacido el Salvador.

 

«Hijos míos: “¡Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres de buena voluntad!”

Escuchando este canto de alabanza a muchas voces de ángeles, en medio de una luz muy fuerte, como de relámpago, y un estremecimiento de toda la tierra, un instante tan rápido, casi imperceptible, en el que se unió la tierra con el cielo, bajaron todos los ángeles para adorar y para llevar adoradores a los pies del Hijo de Dios.

Jesús nace de la oración. Yo estaba en profunda y perfecta oración. También José. Y el llanto del Niño nos “despertó” de ese estado. el Niño estaba desnudo junto a mí y su rostro era brillante como el sol. Nuestros vestidos se pusieron blancos, y resplandecían como la luz. El cielo estaba abierto y miles de ángeles estaban junto a nosotros adorando al redentor que acababa de nacer.

El llanto de Dios, soplo de vida, elixir de Dios, canto del cielo, dulce melodía, respiración divina por vez primera, que aspira en el oxígeno del mundo la miseria de los hombres, transformándola en vida, es el llamado a través del ser que ha sido engendrado en vientre puro de mujer, Palabra divina, el Verbo hecho carne, que ha nacido al mundo por voluntad Divina para habitar entre los hombres. El llanto de Dios, ese es el llamado, la primera expresión del Dios humano.

Yo miré al Niño, y el Niño me miró. Tenía sus ojos abiertos y veía el mundo que no lo conocía y no lo recibía, pero entonces lo recibieron los brazos de su Madre, cuando lo tomé y lo abracé. José estaba atónito al darse cuenta del milagro que acababa de suceder, envuelto en el misterio. Él era testigo de que la Luz había venido al mundo, porque sabía que en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre, viniendo a este mundo y en el mundo estaba. Y viendo mi instinto natural y maternal de Madre, guardó silencio y lo adoró mientras yo lo alimentaba y lo envolvía en pañales. Luego se lo di. Él lo abrazó, haciéndolo suyo, sintiendo su presencia viva entre sus brazos. Lo besó y lo recostó en el pesebre, que estaba preparado para ser su morada de descanso.

Hijos míos: dejen todo para ir presurosos al encuentro con el Hijo de Dios que ha nacido, y los ángeles les han anunciado que lo encontrarían recostado y envuelto en pañales en un pesebre. Vengan guiados por la luz, al encuentro de la Luz, y póstrense para adorarlo, mostrando al mundo su asombro y su alegría, alabando y bendiciendo a Dios, para luego ir a anunciar al mundo todo lo que han visto y han oído. 

Yo guardo todo esto en mi corazón. Estos son mis tesoros que yo pongo en su corazón, como si fuera un pesebre, que es en donde se une el cielo con la tierra, porque ahí descansa el Hijo de Dios, que es el único Mediador. Mis tesoros son el tesoro de Dios: es el Verbo hecho carne, que es Palabra y es Eucaristía.

Contemplen a Jesús, que acaba de nacer, y nació sin nada. Su cuerpo está desnudo, y envuelto en pañales, totalmente entregado en las manos de los hombres, recostado en un pesebre. 

Contemplen y miren que la Vida tiene rostro. Reúnanse con los pastores, adorando y anunciando la Buena Nueva a los pueblos dispersos.

Contemplen el rostro de Dios en este Niño. Anuncien con gran alegría que el Mesías ha llegado, porque ustedes son testigos de la verdad, la Palabra hecha carne, la alegría del Señor manifestada en el nacimiento de un niño. 

En este alumbramiento reciban la luz de Jesús para que la lleven a todos los corazones, para que nazcan a la luz y al amor de Cristo, participando en este ágape del banquete celestial, en reunión fraterna, en alegría compartida, en Eucaristía. 

Que sea el nacimiento del Divino Niño en sus corazones la expresión de la alegría y la paz de Dios, que tanto amó al mundo, que le dio a su único Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna, y sea su llanto un canto de esperanza, de paz y de vida, motivo de eterna alegría».