26/01/2025

MCM Lc 2, 22-40

RECIBIR LA LUZ

Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre

(Fuente: Espada de Dos Filos VI, 15)

«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)

 

EVANGELIO DE LA FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

Evangelio según san Lucas: 2, 22-40 

Mis ojos han visto al Salvador.

 

«Hijos míos: vivir a la luz de Dios es vivir en un constante “sí, hágase en mí según tu palabra”. Guardo en mi corazón este “sí, hágase en mí la luz para el mundo; sí, hágase en mí, Señor, tu voluntad, y sea, a través de mí, tu divinidad y tu humanidad: Dios hecho hombre”.

Dios me hizo pura e inmaculada para engendrar a su Hijo. Pero en esa pureza me hizo mujer humilde y obediente, para cumplir los mandamientos de la ley, para acudir a la purificación como toda mujer, y padecer, para poder compadecer. Y fui humillada en silencio, sabiendo que en mi vientre se había engendrado la pureza. Y ofrecí a mi Hijo a Dios, ante los hombres, en silencio, sabiendo que Él era el Hijo de Dios hecho hombre. Y ofrecí el cuerpo y la sangre de mi Hijo a Dios, de manos de los hombres. Y vi la luz brillar para el mundo, al romperse el silencio en los labios de un profeta. 

Y mi gozo y mi alegría me impidieron entender todas sus palabras. Pero dije “sí”, y me ofrecí con Él en ese cuerpo y en esa sangre, como ofrenda a Dios Padre.

La luz vino al mundo para iluminar la oscuridad de los hombres. Pero los hombres no la recibieron, prefirieron las tinieblas a la luz. Cuando en el Calvario sentí traspasar el dolor en mi alma, recordé ese día, y todas las palabras: signo de contradicción para los tibios, los incrédulos y los cobardes, que no aceptaron que el poder de Dios podía hacerlo tan pequeño como ellos, tan frágil, tan humano, que podía sentir dolor, que podía padecer, para entonces poder compadecer.

Y lo vi entregar su cuerpo y derramar su sangre, ofreciéndose Él mismo, consagrando su carne y su sangre a Dios, como ofrenda de salvación para los hombres. Y lo vi entregarse a la muerte, para destruir la muerte en un único y eterno sacrificio. Y al verlo morir sentí la espada atravesar mi alma, y entendí esas palabras, porque en esa pasión y muerte me entregaba yo, como ofrenda con Él, en esa redención salvífica para los hombres, que ya no eran solo hombres, eran hijos. 

Y lo vi resucitar como pan bajado del cielo para dar vida a todos mis hijos. Y me llenó de gozo y me llenó de alegría. Y vi que era la luz para el mundo, luz para todas las naciones, luz que era cuerpo y sangre, y era hombre, y era alma y divinidad, y era Dios. Y vi que era Eucaristía, para quedarse con los hombres todos los días de su vida, para que se ofrezcan a Dios, con el Hijo de Dios, como ofrenda en cada consagración, en la que el pan y el vino, fruto del trabajo y del sacrificio del hombre, se transforman en el cuerpo y en la sangre de mi Hijo, en su humanidad y en su divinidad, para ser luz en las manos de los hombres, para que, a través de los hombres, sea luz para el mundo».