28/01/2025

MCM Lc 8, 1-3

ACOMPAÑAR A JESÚS

Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre 

(Fuente: Espada de Dos Filos V, n. 8)

«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19) 

Evangelio según san Lucas: 8, 1-3

Los acompañaban algunas mujeres, que los ayudaban con sus propios bienes.

     

«Hijos míos: la misión de la mujer en la Iglesia es ser madre -biológica o espiritual- y ser santa, a mi imagen y semejanza, y la de aquellas mujeres, con corazón de madre, apóstoles de los apóstoles, que siempre acompañaban a Jesús y a sus discípulos, y los ayudaban con sus propios bienes.

Pero algunos de mis hijos se han olvidado de que Dios es Padre y es madre al mismo tiempo, y han sacado esa maternidad de la Iglesia, y no han dejado a la Madre mostrarse como madre.

Yo quiero renovar la maternidad de la Santa Iglesia, a través de la restitución de la mujer como era desde un principio. No solo como mujer, sino como madre, teniendo como modelo a la Madre de Dios, porque la madre da vida a la Iglesia.

Las mujeres con corazón de madre ayudan con sus oraciones y obras de misericordia a mis hijos sacerdotes, para que se configuren con Cristo resucitado y vivo, en el altar y en toda su vida. Rezan por las almas de todos los sacerdotes en la tierra, para que fortalezcan su fe con la fe de ellas, e iluminen su entendimiento con la luz de la Palabra. Rezan también por las almas de los sacerdotes del Purgatorio, para saciar su sed de Dios con sus oraciones. 

Mi Corazón Inmaculado se llena de dolor por no poder llenar los tronos de los sacerdotes en el cielo, porque no hay quien ore por ellos. 

Yo quiero compartir mi maternidad, para que cuando las vean a ellas me vean a mí, ofreciendo su vida por la Santa Iglesia, a través de su servicio a mis hijos sacerdotes, mis servidores, mis Cristos, para llevarle vida al mundo, aprendiendo a ser madres como yo, en medio del mundo, para acompañar a mi Hijo en cada sacerdote.

Yo ruego por ellas, para que permanezcan al pie de la Cruz de Cristo, que es un único sacrificio eterno, siendo madres espirituales, como las mujeres que desde un principio acompañaban a mi Hijo siempre para servirlo, porque tenían un corazón igual al mío».