CREER EN MEDIO DE LA PRUEBA
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos II, n. 66)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Juan: 6, 52-59
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
«Hijos míos: crean en las palabras de mi Hijo Jesucristo. Su Carne es verdadera comida y su Sangre es verdadera bebida. Coman su Cuerpo y beban su Sangre, para que permanezcan en Él y Él en ustedes. Y así como Él vive por su Padre, así el que lo coma vivirá por Él. El que vive en Cristo, y Cristo en él, nada teme, y todo espera en la alegría de la comunión y en la confianza de su promesa para la vida eterna.
Ustedes, mis hijos, los que acuden a mi auxilio, son la alegría y la esperanza de mi amor. Son los niños de Dios Padre, por quienes derrama al mundo su bendición; son brillantes preciosos, tesoros valiosos; elegidos para ser los últimos, y por eso los primeros; elegidos para ser el esplendor en la tierra de la gloria del cielo; elegidos para ser buenos; elegidos para ser fieles; elegidos para ser santos.
Yo soy Madre, y yo auxilio y cuido a mis hijos como madre. Los ayudo a levantarse cuando caen, y curo sus heridas con mi amor. Los acompaño para que no vuelvan a caer y no sufran un daño mayor. Mantengo sus corazones encendidos en el mío, y los conservo en la alegría y en el sufrimiento compartido de mi amor, para que compadezcan con Cristo, pues el que es Sumo y Eterno Sacerdote se compadece de sus flaquezas, pues ha sido probado igual en todo, menos en el pecado.
Yo los acompaño, para que ante las pruebas mantengan su fe, para que, en medio de la adversidad, profesen su fe, para que ante Dios, por su fe, se humillen y sean instrumentos fidelísimos del amor de Dios, a través de sus vidas ordinarias, con obras de misericordia, enseñando al que no sabe, aconsejando al que lo necesita, corrigiendo al que se equivoca, consolando al triste, perdonando los errores, sufriendo con paciencia los defectos de los demás, orando por los vivos y los muertos. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia.
Yo auxilio a mis hijos perseguidos y a sus perseguidores, para que abran sus oídos, y sean heridos sus corazones y, al comer el Cuerpo y beber la Sangre del Cordero, sean abiertos sus ojos y convertidos sus corazones, para que sean transformados por el amor, y sean instrumentos misericordiosos fidelísimos de Dios, para que sacien su hambre y sacien su sed, no del mundo, sino de Cristo, hambre de Dios y sed de almas. Yo los enriquezco con el tesoro de mi corazón que yo poseo para ustedes y para su santidad: la humildad».