MCM Jn 16, 5-11
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CONSERVAR LA ALEGRÍA

Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre

(Fuente: Espada de Dos Filos II, n. 84)

«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19) 

 

Evangelio según san Juan: 16, 5-11

Si no me voy, no vendrá a ustedes el Consolador.

 

«Hijos míos: acudan a la oración y déjense llenar del amor de Cristo, por el Espíritu Santo. Tengan el valor de desnudar sus almas. Expongan sus corazones y descubran lo que hay en su interior, remando mar adentro. Reconozcan sus infidelidades ante la fidelidad del Señor, y la necesidad que ustedes tienen de su amistad. Pidan perdón, acérquense al sacramento de la reconciliación, y reciban su paz, dejándose llenar por el Espíritu Santo que Él prometió enviar, y que vive en ustedes. Déjenlo actuar.

No estén tristes. Rechacen la tentación del miedo y de la duda, que acosan y perturban sus corazones. Y, en cambio, encuentren la alegría del amor de Cristo, que les asegura que el príncipe de este mundo ya está condenado. Porque Cristo ha vencido al mundo y ha destruido la muerte con su vida, para darles vida en su resurrección.

Pídanle al Espíritu Santo, que es el Consolador, que los vacíe de ustedes, y que llene y desborde de Él sus corazones, porque Él es el espíritu de amor, y al que tiene amor, nada le falta. Pídanle humildad para recibir, y generosidad para entregar todo lo que Él les quiere dar. Déjense amar por Él, y abran sus corazones, con la disposición de recibir. Entonces, llenos de Él, caminen con valor, siguiendo a Jesús, para que lleven su luz y su paz al mundo, sabiendo que no todos los escucharán, y algunos los perseguirán –porque ustedes no son del mundo–, pero conservando la alegría de mirar con visión sobrenatural, viviendo con los pies en la tierra, pero con el corazón en el cielo.

Acompáñenme. Caminen con el Espíritu Santo, tomados de mi mano, y yo los mantendré en el camino seguro, no los dejaré caer, los llevaré a Jesús, mientras Él escucha sus corazones, como un susurro entre las olas del mar, diciendo:

”Divina soledad, que anhelo para buscar, para encontrar, para contemplar.

Eres tú, Jesús, mi único deseo, mi sueño, mi alegría, mi principio y mi destino.

Eres luz, vida y camino.

Eres la única verdad en la que creo, a la que adoro, en la que espero, a la que amo.

Eres tú, Jesús, la máxima expresión del amor que poseo, que vivo, que amo.

Profundo dolor causa la ausencia de la presencia con la que tú me sacias, que todo mi ser se debilita y mi alma se entristece, esperando el momento de poseer tu divinidad en Carne, en Sangre, en alimento.

Que no sea esta angustiosa espera la que me consuma, sino el calor ardiente de tu amor, y el deseo de poseerte como me posees tú, amado mío, totalmente».