RECIBIR LA ALEGRÍA COMO FRUTO DEL ESPÍRITU SANTO
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos II, n. 86)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón » (Lc 2, 19)
Evangelio según san Juan: 16, 16-20
Su tristeza se transformará en alegría.
«Hijos míos: Cristo es la alegría, el gozo, la plenitud y la paz. Él es la vida, y por eso ha vencido a la muerte. Toda tristeza en el alma proviene de una pérdida, de algo que tenían y se ha ido, de algo que era de ustedes y les ha sido arrebatado. La tristeza proviene de la falta de esperanza, de la fe debilitada y del amor no correspondido, de la oscuridad y del vacío.
Alégrense, porque Cristo, que fue crucificado, estaba muerto, pero ha vuelto a la vida, ha resucitado; se había ido, pero ha regresado; les había sido arrebatado, pero ha vuelto a ustedes, porque no ha sido derrotado. Él ha vencido al mundo, y su presencia viva se los ha demostrado. Él no es ninguna pérdida. Él es don, es regalo, es gracia, es misericordia, es alimento que se da, que llena, que sacia, que desborda, que inflama, que renueva, que ilumina, que fortalece, que une, que perdona, que santifica, porque a través de su cruz redentora justifica.
Alégrense, porque todo lo transforma, todo lo convierte, porque Él hace nuevas todas las cosas.
Alégrense, porque el Señor es Cristo, y vive en ustedes, para colmarlos con el gozo de su presencia, para incluirlos en la plenitud de su existencia, sumergiéndolos en el mar de su misericordia. Él es el Hijo de Dios, y en Él ha puesto sus complacencias, enviándole al Espíritu Santo, el Paráclito, el Consolador.
Abran sus corazones, y reciban al Espíritu Santo, sus dones y sus gracias, sus frutos y sus carismas, y, con docilidad, déjenlo transformar su tristeza en alegría, su vacío en abundancia, y su miseria en gracia, porque la alegría de ustedes proviene de que el Espíritu Santo está con ustedes, y sus nombres están escritos en el cielo.
Yo soy la siempre Virgen María. Reúnanse en oración alrededor de mí, para que cuando venga el Santo Paráclito, el Consolador, el Espíritu de la Verdad, los encuentre reunidos, para que reciban sus dones y su luz. Es el Espíritu Santo quien revela y hace visible para los hombres a Cristo en el mundo, a través de mi Maternidad Espiritual, que los une en un mismo cuerpo y en un mismo espíritu, para transformar su tristeza en alegría».