SEGUIR AL PASTOR
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos I, n. 42)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Juan: 1, 35-42 (I)
Éste es el Cordero de Dios.
«Hijos míos: Jesús, Buen Pastor, es la revelación del amor de Dios hecho hombre. El que tiene a Dios nada le falta, solo Dios basta.
Ámense los unos a los otros, como Jesús los amó, con el amor de Dios, porque el que tiene amor nada le falta. El que tiene a Dios tiene amor, porque Dios es amor.
El que está lleno de Dios ha seguido al Pastor y nada le falta.
El que sigue a Jesús verdaderamente ama y tiene a Dios en él, permanece en el amor de Dios, y Dios permanece en él.
A un pueblo con sacerdotes nada le falta, porque el sacerdote es el que lleva a los hombres a Dios. Es a través de los sacerdotes que los hombres alcanzan la salvación, el amor, la misericordia, la gracia y el don de Dios, para que nada les falte.
Y el que cree que Jesucristo vivo está presente en la Eucaristía, también debe creer que el sacerdote es, en configuración con Cristo, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, y el Buen Pastor. Por tanto, debe creer que el sacerdote es la misma persona de Cristo, su Cuerpo y su Sangre, para la vida del mundo, y debe ser reconocido, respetado, dignificado, para que el Nombre de Jesús sea sobre todos elevado.
Mi Hijo, desde pequeño, fue discípulo y fue maestro. Él aprendía con humildad a ser como los hombres. Y Él enseñaba con sabiduría la ley de Dios a los hombres. Él fue mi maestro. Todo lo que guardo en mi corazón lo aprendí por Él, y yo lo podía atesorar y entender, porque el Espíritu Santo estaba conmigo.
Vivimos en completa comunión. Él en mí y yo en Él. Y en esta comunión entendí que el Padre es uno, y el Hijo es uno y el Espíritu Santo es uno, y los tres son Dios, que es uno. El Dios por el que se vive, al que se glorifica y se ama.
Entonces supe que en mi corazón no cabía otra voluntad más que la voluntad de Dios. Y a esa voluntad debía llevar a mi Hijo, y por Él a todos los hombres. Y supe que Él debía predicar y enseñar y dar ejemplo, y yo debía alentarlo a continuar, a pesar de su cansancio y la fatiga, y a pesar de la indiferencia, del rechazo y de las miserias de la gente.
Y sus discípulos lo siguieron, y lo aceptaron, y aprendieron palabras de vida, y se alimentaron de Él. Pero eso no era suficiente: cumplir la voluntad de Dios era dar la vida. Y también daría yo mi vida para la salvación de lo que Dios más quería: las almas de todos los hombres. Y las hizo mías, haciéndolos hijos, haciéndome Madre, para continuar alentando a mis hijos a cumplir esa voluntad, para su salvación y la gloria de Dios».