23/01/2025

MCM Jn 3, 31-36

DAR TESTIMONIO CON LAS OBRAS

Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre

(Fuente: Espada de Dos Filos II, n. 58)

«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19) 

 

Evangelio según san Juan: 3, 31-36

El Padre ama a su Hijo y todo lo ha puesto en sus manos.

 

«Hijos míos: la fe es un tesoro que Dios regala a los hombres, para que crean en Jesucristo y cumplan sus mandamientos, para que tengan vida eterna.

Poner la fe por obra es creer y obrar con misericordia y con la fe, para dar testimonio del amor de Dios con su vida en medio del mundo. Las obras que son de Dios implican un abandono total del hombre en sus manos, para que, por su fe, lo dejen obrar. 

La verdadera fe implica amar a Dios por sobre todas las cosas y hacer su voluntad, cumpliendo sus mandamientos, amándolo a través del prójimo.

La verdadera fe implica generosidad, y rechazo total al egoísmo, para poderse abandonar en Dios.

Yo les pido que se mantengan en la disposición de hacer la voluntad de Dios, porque es así como fortalecen su fe, para que, con esta fe, den testimonio de que Dios ha hecho morada en ustedes, que Él obra en ustedes y a través de ustedes. 

Crean en Jesucristo. Dios les da la fe, pero se requiere la voluntad para creer. La gracia del querer, eso es lo que yo pido para cada uno de mis hijos, porque esa fe se alimenta de los sacramentos, se fortalece cuando se pone por obra, y eso es mostrar el querer, practicar el querer, dando testimonio de que ese querer también viene de lo alto. Por eso hay que pedir la gracia del querer. Fortalezcan su fe, cada día, acudiendo a mí, para fortalecer el querer. Yo siempre los llevo a Jesús.

El demonio es el padre de la mentira, y busca engañar, complicar, desanimar, desalentar, envolverlos en tinieblas, para que no pidan lo que necesitan. Por tanto, es un ladrón del querer. Lo único que no es de Dios, por propia voluntad de Él, es la libertad de la voluntad de ustedes, que depende de su querer.

No confíen nunca en sus propias fuerzas, porque el demonio es astuto. Por tanto, lo que hay que hacer siempre es un justo discernimiento en la oración, sabiendo, por la fe, que frente a la presencia de Cristo vivo, alimentados y fortalecidos por los sacramentos, invocando al Espíritu Santo, por la disposición de un corazón abierto, contrito y humillado, mantienen al demonio alejado.

Pídanle al Señor que aumente su fe, para que crean en Él y en que ustedes tienen el poder de dar testimonio de Él, porque no son ustedes sino es Cristo quien vive en ustedes, y quien da testimonio de sí mismo».