CREER EN LA EUCARISTÍA
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos II, n. 64)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Juan: 6, 35-40
La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna.
«Hijos míos: permanezcan abandonados en las manos de Dios, que es a quien ustedes pertenecen. No pertenecen al mundo. El diablo es el príncipe de este mundo, y se le ha permitido tener dominio y poder sobre el mundo, pero sobre mi Hijo no tiene ningún poder. Cuidado, porque puede disfrazarse de hermosura, y ofrecerles cosas maravillosas, pero nunca olviden que es el rey de la mentira y de la oscuridad, y vive en el mundo, pero conduce a la muerte.
Hay muchos que viven encadenados al mundo, sometidos al pecado, y viven como enemigos de la cruz de Cristo. Pero ustedes han entregado su vida y su voluntad a Cristo, y Él, que tiene poder de someter todas las cosas, les pide que sean fuertes y valientes, que no tengan miedo y no se asusten, porque Dios está con ustedes, no los dejará ni los abandonará. Él los llevará de su mano y los transformará, para que participen de su gloria. Porque la voluntad del Padre, que ha enviado a mi Hijo, es que no se pierda nada de lo que Él le ha dado, sino que lo resucite el último día.
Examinen su conciencia. Sean honestos con ustedes mismos y descubran si verdaderamente creen en la presencia viva de Cristo en la Eucaristía. Descubran si sus corazones están llenos, o si les falta amor.
Acérquense al trono de la gracia que les da la vida aun después de la muerte. Crean en el poder de las manos de los sacerdotes, que ofrecen pan y vino a Dios, fruto del trabajo de los hombres, y que, por la bendita transubstanciación, se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. Y luego coman y beban, para que permanezcan en Él, y Él en ustedes, para que vivan por Él y digan: “ya no soy yo, sino es Cristo quien vive en mi”.
Vivan la Misa, porque es real lo que ocurre allí. Es el sacrificio único, pero incruento, del Hijo de Dios, en el que conmemoran su vida, su pasión, su muerte y su resurrección, por la que se queda en presencia viva, en Cuerpo, en Sangre, en Divinidad, y es Eucaristía, para alimentar y dar de beber a su pueblo, para que tengan vida, y Él los resucite el último día.
Reciban las gracias y la misericordia que brota de la cruz, para que hagan sus obras. La magnitud de las obras de ustedes es tan grande, como la gracia que se les ha dado, porque cuando Dios les pide algo, antes les ha dado la gracia para poder hacerlo.
Confíen en mí, y en que yo los guío y los mantengo en el camino, para que no se pierda ninguno, porque los amo».