23/01/2025

MCM Jn 6, 51-58

REZAR POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre

(Fuente: Espada de Dos Filos VII, n. 39)

«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19) 

 

CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS

Evangelio según san Juan: 6, 51-58 

El que coma de este pan vivirá para siempre y yo lo resucitaré el último día.

               

«Hijos míos: si por un hombre vino el pecado al mundo, por un hombre vino la salvación. Agradezcan conmigo al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por amarnos tanto, y extender su misericordia a todas las almas del mundo, a través de una muestra tan grande de misericordia y de amor como lo es el Purgatorio. 

Casi nadie agradece a Dios por haber pensado para las almas la oportunidad de alcanzar la eternidad, aun sin estar totalmente purificados a la hora de la muerte. Cristo murió. El Hijo de Dios se despojó de sí mismo, de su carne y de su sangre, entregándose a la muerte, para descender a los infiernos a anunciar su victoria sobre la muerte, y después resucitar en Él a todas las almas.

El Purgatorio también es Cielo, porque todo el que crea y acepte la gracia va al Cielo, y el Padre espera con paciencia a los que necesitan limpiar sus culpas, para ser dignos de vestirse de fiesta, para ser parte de la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Vivan en la comunión de los santos, en la que los vivos interceden por los muertos, para que limpien sus almas. Ofrezcan cada sacrificio, cada trabajo, cada alegría, y únanlos en el altar a la ofrenda del vino y el pan, y coman y beban de ese vino y de ese pan vivo bajado del Cielo, que los hace parte del Paraíso, que es la presencia viva y constante de Cristo. Aléjense de la vida de pecado y de mentira que los conduce a la muerte, y acérquense al trono de la gracia que les da la vida aun después de la muerte; aliméntense del Hijo de Dios en la Eucaristía, para que tengan vida, y Él los resucite en el último día.

Duele mi corazón por los que purgan sus almas, pero alégrense en la seguridad de que ellos verán a Dios. Tengan esa esperanza, hablen con ellos, pídanles que les ayuden. Los muertos viven y tienen el poder de interceder por ustedes, y les ayudan, y los necesitan. Tengan compasión, recen por ellos y aprovechen su ayuda, que es un regalo de Dios».