NO VOLVER A PECAR
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos II, n. 35)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Juan: 8, 1-11
Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra.
«Hijos míos: la Santa Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, cuerpo crucificado, inmolado, muerto.
Y, al morir Él, destruye todo pecado. En Cristo resucitado viven todos mis hijos en Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia, y ella prevalecerá santa e inmaculada, a pesar de los horrores de los pecados de los hijos que yo tanto amo y que busco para corregirlos. Esos pecados también están destruidos y enterrados, pero ellos deben darse cuenta, deben confesarlos.
El mundo los juzga, y el mundo no está libre de pecado, sino tan solo los hombres que se han arrepentido, que los han confesado, que, por la misericordia de Dios en ellos, con su perdón, han sido purificados. Porque han creído han sido salvados. Pero hay otros que están contaminados de soberbia, y mueren en pecado. Yo intercedo por ellos, para que en su juicio particular la misericordia tenga lugar. Y para que, por los méritos de mi Hijo Jesucristo y de mi maternidad divina, la misericordia esté sobre la justicia. Jesús ha dicho que el que esté libre de pecado arroje la primera piedra. Y también ha dicho que los misericordiosos recibirán misericordia.
Humíllense ante el Señor, con el corazón contrito, dispuesto a recibir su perdón por su misericordia. No juzguen ni condenen. Antes bien, llénense de compasión y perdonen. Arrepiéntanse, y crean en el Evangelio, y practiquen la Palabra, perdonando al que se equivoca y pidiendo perdón, reconociéndose pecadores. Arrepiéntanse por tantas veces que no han perdonado, que han juzgado, que han acusado, porque de eso, también les pedirán cuentas.
Cristo ha traído al mundo su misericordia y su perdón. Humíllense en la cruz con Él, para que, reconociéndose pecadores, no quieran hacer justicia, porque no les corresponde, sino que, unidos con el Amor, lleven su misericordia y su perdón a todo el mundo, acercando a las almas a Dios.
Acérquense al sacramento de la reconciliación, con el corazón contrito y humillado, a pedir perdón y a recibir la gracia, para construir con alegría el Reino de los Cielos en la tierra. Porque Jesús no los condena, les dice: ‘váyanse y ya no vuelvan a pecar’. Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión. Que sean ustedes la alegría del cielo».