SER UNO CON CRISTO
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos II, n. 70)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Juan: 10, 22-30
El Padre y yo somos uno.
«Hijos míos: el Padre y el Hijo son uno. Y el Hijo lo demuestra con las obras, que dan testimonio de Él.
El Hijo de Dios se muestra al mundo como cordero, pero obra como pastor. Él es el cordero de Dios que quita los pecados del mundo, que se humilló hasta hacerse nada, caminando en medio del mundo como un hombre, porque, siendo Dios, se anonadó a sí mismo, adquiriendo la naturaleza humana. Y aunque no creían en Él, sabía que su Padre, que lo había enviado, daría testimonio de Él, para que los que no creyeran por la fe, al menos creyeran por las obras.
Ustedes son una obra de Dios, que Él ha puesto en las manos de su Hijo, para que sean uno con Él. Y nadie los arrebatará de su mano, porque nadie puede arrebatar nada de las manos del Padre. Y Él y el Padre son uno. Que esa sea su confianza y su esperanza.
Y si alguno se resiste a creer esto, que abra su corazón, levante sus manos, eleve sus ojos, alce su voz al cielo, y diga “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Y luego, que se deje amar por Él, se deje llenar de Él, de su gracia y de su misericordia, y acepte con docilidad los dones y gracias del Espíritu Santo.
Es orando como se recibe el amor, y se expresa la fe en obras de amor: adorando, contemplando, alabando. Obras de amor que se manifiestan en las acciones ordinarias, y que el amor las transforma en acciones extraordinarias y en obras de misericordia, con las que se glorifica a Dios, convirtiendo la vida entera en oración: adorando, contemplando, alabando.
Transformen su vida en adoración, contemplación y alabanza continua, a través de una vida convertida en oración, ofreciendo los deberes, sacrificios y placeres de su vida ordinaria, convertidos en extraordinaria oración, pidiendo a Dios su disposición a recibir su amor y su misericordia. Los ángeles y los santos los acompañan, interceden y ayudan.
La misericordia de Dios ha sido derramada en la cruz, para que el amor, que es derramado en los corazones por el Espíritu Santo, sea recibido y correspondido con una vida en santidad.
Yo los acompaño y pido para ustedes esa disposición, para que el Espíritu Santo viva, obre y actúe en ustedes, y sea para todos un eterno Pentecostés, que los fortalezca y conduzca a la eterna gloria».