HACER LA VOLUNTAD DE DIOS
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos I, n. 17)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Mateo: 21, 28-32
El segundo hijo se arrepintió y fue.
«Hijos míos: Dios ha hecho su voluntad en mí, desde mi concepción inmaculada, haciendo de mí un modelo de hija, de mujer, de madre, de fe, para vivir en el mundo siendo ejemplo de lo que quiere Él, de lo que espera Él, de lo que enseña Él, para que ustedes hagan lo mismo. Imítenme en la virtud, en el silencio, en la vida de servicio y en mi entrega a Cristo al pie de su Cruz. Él es el modelo de vida para llegar a Dios a través del servicio. Porque Él no ha venido a ser servido sino a servir, y ha sido obediente hasta la muerte. Imítenlo, y sean humildes, obedientes, pacientes, prudentes, piadosos, perseverantes, justos y misericordiosos.
La voluntad es el don más grande de Dios para el hombre. Es el poder que le da Dios al hombre, porque lo ama tanto, que le da la libertad, a través de esa voluntad, de amarlo o rechazarlo. Ese es el verdadero amor, un amor libre, que se arriesga a perder al ser amado, pero se goza cuando ese ser amado le corresponde.
Dios hace al hombre libre, dueño de una voluntad que no merece, pero que está sujeta a la miseria, que es parte de la naturaleza de los hombres, y que requiere la gracia de su creador para perseverar en la fidelidad de la correspondencia de ese amor, que se entrega por libre voluntad.
Por tanto, Dios todopoderoso queda sujeto a la voluntad de la miseria de los hombres, en una entrega constante de sí mismo al hombre, a través de su misericordia, para que en esa correspondencia, por la libre voluntad del hombre, sea unido el hombre con su Creador, por misericordia. Y le da la gracia a través de los sacramentos, para fortalecer, para dirigir, para orientar, para educar hacia Él esa voluntad, sin alterar su libertad. No lo obliga, porque el amor nunca obliga. Es en esa voluntad en la que el hombre elige con libertad amar o rechazar, ser parte o no ser parte, corresponder o despreciar, dándose o no a sí mismo, uniendo o no su voluntad a la voluntad de Dios.
Ese es el poder de la voluntad, el poder del don que por amor Dios entregó a los hombres para amarlo o rechazarlo, para corresponderlo o despreciarlo, o para aceptarlo y cumplir su voluntad, y así los haga partícipes de su paraíso en la eternidad».