ACEPTAR LA INVITACIÓN Y ACUDIR AL BANQUETE
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos V, n. 37)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Mateo: 22, 1-14
Conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren.
«Hijos míos: todo ha sido preparado, muchos han sido llamados, todo está dispuesto para servir a los invitados, la mesa está lista, el banquete está servido. El Cordero de Dios es el banquete, y nadie ha venido a cenar.
Yo soy Madre, soy anfitriona, y por eso, servidora de todos. Yo misma invito, recibo, acojo, sirvo a los invitados, y ceno con ellos. Yo me encargo de que lleguen las invitaciones a todos los invitados; de que la fiesta esté preparada, el banquete listo y los lugares en las mesas llenos; de que se honre al festejado; de atender y servir a los invitados, para saciar su hambre y saciar su sed; de procurar que vengan vestidos de fiesta, para que puedan entrar. La Palabra de Dios es la invitación, pero el vestido de fiesta depende de cada uno.
Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.
Ser llamado a dejarlo todo para tomar la propia cruz y seguir a Jesús, eso es estar invitado al banquete.
Permanecer al pie de la cruz, adorar y alabar al Cordero de Dios, eso es acudir al banquete.
Alimentarse del Cuerpo y la Sangre de Cristo, eso es participar del banquete celestial.
Pero, para ser parte, no basta la invitación, es necesario el vestido de fiesta. Por eso son muchos los llamados, pero pocos los elegidos.
Solo será servido el que sea digno. La dignidad se las ha conseguido el Cordero de Dios, el mismo que se hace banquete, en el único y eterno sacrificio, por el que se entrega para hacerlos a todos hijos y, como hijos, a todos dignos.
Dignidad que cada uno es responsable de conservar, como el vestido de fiesta, que, con el Bautismo, les ha sido dado, de una vez y para siempre; pero que, por los sacramentos, puede ser renovado, si su blancura se pierde por las manchas del pecado.
Yo los invito a la fiesta, hijos, y les insisto una y otra vez, porque mi Hijo es banquete para muchos, y merece ser honrado, alabado, adorado, recibido por todos los invitados. El que coma su Carne y beba su Sangre tendrá vida eterna.
El llamado es hoy y es todos los días, porque el banquete está servido. Escuchen mi llamado».