07/02/2025

MCM Mt 18, 1-5. 10. 12-14

SER COMO NIÑOS

Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre 

(Fuente: Espada de Dos Filos IV, n. 59)

«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19) 

 

Evangelio según san Mateo: 18, 1-5. 10. 12-14

Si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos.

              

«Hijos míos: para ser grandes, primero deben hacerse pequeños, humildes y sencillos de corazón, como los niños, porque el que no se haga como niño no entrará en el Reino de los Cielos, pero el que se haga como niño será el más grande en el Reino de los Cielos. Busquen la santidad haciéndose pequeños, abandonando su voluntad a la voluntad del Padre, y su vida en los brazos de su Madre, haciendo de manera extraordinaria las cosas más pequeñas y ordinarias, siendo sencillos, humildes, alegres, como niños.

Cada niño es una nueva oportunidad, un nuevo inicio en la humanidad, un nuevo comienzo para amar, para transformar el mundo para darle gloria a Dios.

El corazón de un niño es corazón de carne, suave, puro. Un niño es un libro sin escribir, una historia sin comenzar, un regalo sin terminar, entregado por las manos de Dios a los hombres, para enseñar, para aprender, para hacer crecer, para construir con Él y hacer más grande su Reino. Un niño es semilla plantada en la tierra, que es la familia. Es oportunidad para el hombre de hacer que la tierra sea fértil y la semilla dé fruto bueno para ofrecer a Dios, para agradar a Dios, para unirse en Dios. Es en el niño en donde se manifiesta la obra maestra de la creación de Dios.

Yo los llamo para que abran su corazón, para que entreguen su voluntad y vuelvan a ser como niños, siguiendo el modelo del Niño Jesús, para crecer en virtud, humilde, sencillo, alegre, sincero, fiel, obediente, paciente, inocente, que confía, que aprende, que padece y compadece, que juega, que ríe, que da, y que pide, y con insistencia consigue, que ama y se sabe amado, que llora y agradece, que busca hacer el bien, que sabe ser amigo y sabe compartir y ser correspondido. 

Cada niño, cada bebé, es mi cordero. Yo lloro por mis hijos, sufro por mis corderos, oro para que los dejen nacer, para que los hagan crecer, para que se mantengan unidos en el rebaño y nunca se pierdan, y para que, si un día se perdieran, vean la luz y encuentren el camino de vuelta a la casa del Padre.

Vengo a traerles mi auxilio y mi misericordia, para que todos ustedes se salven, porque el Padre que está en el Cielo no quiere que se pierda ni uno de sus pequeños. 

Yo les doy este tesoro: la inocencia de mi corazón, para que tengan un corazón de niño, y sean la alegría del cielo».