07/02/2025

MCM Mt 19, 13-15

FORMAR A LOS HIJOS

Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre 

(Fuente: Espada de Dos Filos IV, n. 63)

«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19) 

 

Evangelio según san Mateo: 19, 13-15

No les impidan a los niños que se acerquen a mí porque de los que son como ellos es el Reino de los Cielos.

              

«Hijos míos, padres de familia: no trunquen las vocaciones de sus hijos. Yo quiero mostrarme Madre con mis hijos los más pequeños, mis vocaciones al sacerdocio, para que no les impidan acercarse a mi Hijo, porque Él los llama para que sean como niños, porque de los que son como niños es el Reino de los Cielos. 

Tómense de mi mano, para que sus errores no perjudiquen la salud de los más pequeños, porque todas las vidas son de Dios, tanto la de los padres como la del hijo. Por tanto, que no cargue el hijo con la culpa de los padres, ni los padres con la culpa del hijo. Antes bien, que los padres se encarguen de formar al hijo, para que aprenda a ser un hombre justo, a obrar con misericordia, a observar los preceptos, y cumpla los mandamientos; a ser un hombre de oración, y a vivir en amistad y en comunión con Cristo, para que aprenda que si quebranta alguno de los mandamientos será responsable de sus propios crímenes, y aprenda a humillar su corazón y, arrepentido, pida perdón en el sacramento de la confesión. Ustedes, padres, son responsables de mantener, en cada uno de sus hijos, un corazón de niño. 

Yo les doy este tesoro: la ternura de mi corazón, para que con mi ternura acojan la vocación de cada hijo, y conserven sus corazones siempre suaves, y sus sonrisas de niños. Ternura para que los acompañen en la infancia y en la adolescencia, y preserven su inocencia. Ternura para hablarles de Cristo y enseñarles a perseverar ante las dificultades, como lo hace un niño: confiando en el amor de su padre, esperando en la providencia de su padre, abandonándose en la seguridad del abrazo de su padre, dispuesto siempre a recibir lo que por heredad merece, no porque él lo merezca, sino por la filiación divina a su Padre del Cielo, que le ha merecido mi Hijo Jesucristo por su muerte y su resurrección».