CONOCER A JESUCRISTO: DIOS Y HOMBRE
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos I, n. 22)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Mateo: 1, 1-17
Genealogía de Jesucristo, hijo de David
«Hijos míos: Jesucristo es el Hijo único de Dios, el Hijo del hombre, hijo de David, hijo de Abraham, totalmente Dios y totalmente hombre.
Conozcan la grandeza de la misericordia de Dios, que perdona todas las faltas y los pecados de los hombres en todos los tiempos. El tiempo de Dios no es el tiempo de los hombres. El tiempo de Dios se llama eternidad. No quieran hacerlo todo con prisa, limitando la gracia de Dios a su tiempo. No pretendan dirigir y hacer sus obras como una empresa humana. Que su soberbia no trunque la gracia. No es su capacidad, ni sus fuerzas, ni sus conocimientos, ni su ciencia, ni su inteligencia; no es su tiempo, ni su eficiencia, hijos míos, es su pequeñez, es su fe, es su amor, y es la gracia, y son los tiempos de Dios.
Cuando quieren hacerlo todo por su cuenta, con sus propias fuerzas, entonces limitan la gracia en ustedes, porque no permiten que Dios realice sus planes para ustedes. Humildad es reconocer que solos no pueden, pero también es pedir ayuda y disponerse a recibirla, compartirlo todo, acompañar y dejarse acompañar, depender de los demás, hacerse parte con ellos y hacerlos parte con ustedes.
Dios mismo, ha querido nacer en el mundo, depender de otros y dejarse acompañar, para hacerlos parte. Contemplen en mi vientre a la criatura que llevo dentro, que es el Hijo de Dios, que ha sido engendrado en mí por obra del Espíritu Santo, y que depende totalmente de mí.
Nueve meses de dulce espera, dependiendo de mi cuerpo y de mi sangre; compartiendo, haciéndose mío, haciéndome suya. Doce años de infancia en silencio, dependiendo de los cuidados de sus padres, para vivir su juventud, sujeto a ellos. Cuarenta días en el desierto, en donde fue tentado en medio de la soledad. Tres años de plena madurez, sujeto a la disposición, a la fe y a la voluntad de los hombres, para hacer las obras de su Padre. Más de treinta años del tiempo de los hombres le tomó al Hijo de Dios consumar su misión, muriendo en la Cruz y resucitando de entre los muertos, para subir al cielo y sentarse a la derecha de su Padre, para ser coronado con la gloria que tenía antes de que el mundo existiera, uniendo así el tiempo de los hombres a la eternidad de Dios.
No quieran controlar el tiempo de los hombres. Antes bien, participen de la eternidad de Dios, sujetos a su voluntad, a sus mandatos y a su ley.
Jesús es la Palabra, y si creen que está vivo, entonces creerán que su palabra es viva y eficaz. Escuchen la palabra que sale de la boca del Hijo del hombre, para que conozcan que Él es Dios y hombre. Y luego díganle cuánto lo aman, para que sepan cuánto lo conocen».