ADORAR A JESÚS EN LA EUCARISTÍA
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos I, n. 44)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
EVANGELIO DE LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
Evangelio según san Mateo: 2, 1-12
Entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron.
«Hijos míos: los magos de Oriente fueron los primeros adoradores de la Eucaristía. Este es el tesoro de mi corazón: el Cuerpo y la Sangre de Cristo que permanece para siempre en Eucaristía, en amor entregado hasta el extremo, para quedarse, para donarse para siempre en Cuerpo, en Sangre, en Alma, en Divinidad.
Guardo en mi corazón las palabras de amor, las alabanzas y los signos de adoración que reconocían en este Niño al Mesías, al Salvador. Y mientras adoraban al Niño daban gracias a Dios, porque los pueblos cautivos serían liberados, porque la alegría había llegado al mundo y la salvación a todos los hombres. Hablaban de la luz que brillaría para el mundo y de las bienaventuranzas, de llevar al mundo la buena nueva, anunciando haber visto al tesoro más grande: el Salvador.
Y lo abrazaron, y lo arrullaron, y lo alabaron. Luego lo recostaron en el Pesebre, y lo adoraron dando gracias a Dios. Le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Los pastores le ofrecieron corazones contritos y humillados. Y todos daban gloria a Dios.
Y entendí que serían adoradores para siempre los que buscaban y encontraban la luz, y reconocían a la Madre de Dios: se reunirían siempre conmigo, para adorar al Niño, que es el Hijo de Dios. Adoradores del Verbo hecho carne, al pie del Pesebre y al pie de la Cruz, en el altar en la Eucaristía: resurrección, presencia, gratuidad y vida, alimento, don, comunión y ofrenda. Adoradores del amor encarnado, que es misericordia que se derrama para acoger a todos los hombres en el Hijo, para hacerlos hijos de Dios, herederos del Reino de los Cielos.
Hoy es la Epifanía del amor. Mi Hijo presente en el altar, en cuerpo y espíritu, es el mismo presente en el Pesebre. Vengan a adorarlo, como los magos de Oriente, a traer regalos, ofrendas y súplicas. Así como ellos, también ustedes están ante la presencia del Hijo de Dios, que nace en cada uno.
Ofrézcanle tres regalos: el oro, el incienso y la mirra, que son: oración, consagración y penitencia. Son los tesoros de la Iglesia más preciados para Dios, porque en estos se manifiesta el Salvador.
Ofrézcanle en estos tres regalos sus obras, sus trabajos, sus sacrificios, sus ofrendas, su agradecimiento, su voluntad, su vida. Háganlo cada día. Yo los recibo y los bendigo.
¡Ha nacido el Señor!, ¡ha traído la paz!, ¡ha venido el Señor! ¡Crean, honren, amen, adoren al Hijo de Dios! ¡Que lo alaben Cielos y tierra! ¡Ha nacido el Salvador! ¡Alégrense, ha venido a buscarlos!».
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