05/02/2025

MCM Mt 9, 1-8

SANAR PARA ALCANZAR LA PLENITUD DEL AMOR

Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre 

(Fuente: Espada de Dos Filos IV, n. 7)

«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)

 

Evangelio según san Mateo: 9, 1-8

Al momento el hombre quedó curado.

 

«Hijos míos: Jesús les dice: “levántate, toma tu camilla y anda”. Que es lo mismo que decir: renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sígueme.

La renuncia es a uno mismo. Se lo dice al que vive en el mundo en medio de la comodidad, del placer, de la mundanidad, de los apegos, de las ambiciones del poder, del egoísmo, de la avaricia, de las tinieblas, de la mentira, de las tentaciones y del pecado.

Renunciar a ustedes mismos es vaciarse de sí mismos para llenarse de Cristo, aun en medio de la duda, de la tribulación, de las tinieblas, de las comodidades, de los placeres, de las tentaciones, de los pecados, de los apegos y de las ataduras del mundo, y sumergirse en el conocimiento de la verdad, a través de su misericordia, para romper las cadenas que los atan al mundo, y puedan ser verdaderamente libres.

Tomar la cruz es abrazar la vocación que Dios les da en medio del mundo, para que alcancen la santidad, abrazando sus miserias, transformadas por el Señor en su misericordia. Es la salud de sus enfermedades, es el perdón de sus pecados, es la curación de sus iniquidades y de su impiedad, es la perfección de sus defectos, son sus ofrendas y es su fe puesta en obra, son sus trabajos, son sus sacrificios, son sus quehaceres, son los medios que el Señor les ha dado para llegar a Él, y también son sus alegrías y los placeres del espíritu, al unir su cruz a la de Él, para alcanzar la plenitud del amor a través de su entrega de vida por su propia voluntad, amando a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ustedes mismos. La cruz se carga todos los días, también en sábado, porque todos los días son días del Señor, también el sábado.

Levántate, toma tu camilla y anda, es el llamado de Dios a escuchar su Palabra, para hacer lo que Él les diga, para que, siguiéndolo a Él, sean ejemplo con su vida y testimonio de fe, de esperanza y de amor, viviendo en la alegría de servir al único Dios verdadero, por el que vale la pena entregar la vida. 

Cristo ha obrado milagros para que el mundo crea, y lo sigue haciendo para que conste que Él está vivo, que habita entre los hombres, y obra cada día ante sus ojos un milagro patente, transformando un trozo de pan y un poco de vino, fruto del trabajo de los hombres, en su Cuerpo y en su Sangre, en su Alma, en su Divinidad, que es don, alimento, comunión, gratuidad, ofrenda y vida, elevada en el altar: la presencia de Dios en la Eucaristía.

Él es la vida. Él es la plenitud del amor. Él no impone, invita a participar de su banquete celestial en su eternidad, cuando le digan: “sí, estoy dispuesto, renuncio a mí, tomo mi cruz y te sigo, para amarte, para adorarte, para bendecirte, para glorificarte, porque creo en ti y en que tú eres el único Dios verdadero, mi Creador, mi Amo, mi Maestro, mi Señor”. Entonces quedarás sano, y habrás alcanzado la plenitud del amor».