HUMILLARSE PARA GLORIFICAR A DIOS
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos IV, n. 8)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Mateo: 9, 9-13
No son los sanos los que necesitan de médico. Yo quiero misericordia y no sacrificios.
«Hijos míos: la perfección solo se alcanza en Cristo, y Cristo es misericordia.
“Sean perfectos, como mi Padre del Cielo es perfecto”. Eso es lo que manda Jesús. Él es el Maestro, y vino a enseñarnos un nuevo mandamiento: que se amen los unos a los otros como Él nos amó.
Ustedes, mis hijos, necesitan humildad. Pidan la gracia de la misericordia de los humildes, y de la caridad de los que se reconocen pecadores y se acercan a pedir perdón al único Juez, que es el Hijo de Dios. Nadie más ha de juzgar ni juzgarse a sí mismo. Estarían en un error. El que se juzga perfecto por hacer muchos sacrificios está perdiendo su tiempo, si no expone su alma, abriendo su corazón, pidiendo y recibiendo la misericordia de Dios, para sanarla.
“Yo he venido a buscar no a justos, sino a pecadores”. Esa es Palabra de Dios. Y “el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”. Esa es Palabra de Dios. A Él no le agradarían holocaustos y sacrificios si no están unidos en el único y eterno sacrificio del Hijo de Dios. Pero un corazón contrito y humillado Él no lo desprecia. Lo toma, lo hace suyo, lo transforma, lo perfecciona, y lo hace digno del Paraíso.
El Hijo de Dios, el Cordero de Dios, fruto bendito de mi vientre, no merece ni siquiera el menor de los pecados. Lo que Él merece es ser amado y glorificado. Él vino al mundo, no a ser servido, sino a servir, no a enaltecerse, sino a humillarse, para ser enaltecido en la cruz, y ser glorificado en cada uno de los hombres, con la gloria que Él tenía con su Padre, antes de que el mundo existiera.
Hijos míos, glorifiquen a Dios, y humíllense sirviendo a sus hermanos, porque grande es el poder de Dios y es glorificado en los humildes».