SER APÓSTOLES DE MISERICORDIA
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos IV, n. 15)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según San Mateo: 10, 1-7
Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los Cielos.
«Hijos míos: Jesús los envía a cumplir una misión particular para servirlo, con los dones y carismas que han recibido desde su Bautismo. Hay muchos carismas, pero un mismo espíritu. Hay muchos ministerios, pero un mismo Señor. Hay muchas obras, pero un mismo Dios, que obra todo en todos, y que a cada uno le otorga la manifestación del espíritu para provecho común.
Él los envía para que, con sus dones y carismas, participen de un solo cuerpo, promoviendo la unidad, esforzándose por conseguir un bien mayor para todos, como parte de un mismo cuerpo, en el que todos los miembros se ayudan, pero también todos los miembros se afectan, y del cual Cristo es cabeza.
Ustedes, los que aman a Cristo y lo siguen, han sido llamados como apóstoles de misericordia, para servir a Cristo acompañando a sus apóstoles, los que Él llamó primero y los hizo sacerdotes, animándolos para que cumplan bien con su ministerio, y anunciando juntos el Reino de Dios.
Cuanto más amor pongan en hacer las cosas más pequeñas, lograrán hacer grandes obras que darán mucha gloria a Dios. Pero, si no pueden poner todo su corazón en las pequeñas tareas de cada día, no sirve su esfuerzo, no dará frutos su trabajo.
Aunque tengan muchos dones, y su fe sea fuerte, aunque hagan grandes obras y los siga mucha gente, si no tienen caridad, nada tienen, nada les aprovecha, nada retienen, nada recogen, todo desparraman.
Mi Hijo Jesucristo los ha enviado a anunciar que el Reino de los Cielos está cerca, que está aquí, dentro de ustedes. Lo construyen llevando la cruz de cada día con alegría, haciendo las obras del Señor. Pero deben saber que el Reino de los Cielos se construye con amor.
Él envía a sus apóstoles a buscar a las ovejas perdidas de la casa de Israel, y les ha dado las virtudes de la fe, la esperanza y el amor. Pero de estas tres la más grande es el amor. Porque el amor es Él. Y no los envía solos, Él está con ustedes todos los días de su vida, y les dice: yo te ayudo. Y al que tiene amor nada le falta, porque solo Dios basta.
Yo busco a mis hijos perdidos, a los que han abandonado la cruz, a los corazones más pobres, para reunirlos conmigo. Quiero llevarles la alegría del anuncio del Reino de los Cielos, para que entiendan que ya está aquí y ha venido a traer misericordia.
Acompáñenme, y reparen con su amor y su oración, las heridas más profundas del Sagrado Corazón».