PRACTICAR LA CARIDAD
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos IV, n. 1)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
Evangelio según san Mateo: 10, 37-42
El que no toma su cruz, no es digno de mí. Quien los recibe a ustedes me recibe a mí.
«Hijos míos: la caridad es derramar el amor de Cristo a través de obras de misericordia. Tengan caridad. A mis hijos que procuran vivir la pureza y se esfuerzan en sus acciones, practicando la caridad con obras de misericordia, Dios, que es tan bueno, les concede la gracia para perseverar y vivir en santidad, luchando cada día y ganando con esa gracia todas las batallas. Ustedes son la alegría de mi corazón, mi consuelo y la esperanza de llenar el cielo. Acompáñenme y pidan las gracias para que las ovejas perdidas y heridas se dejen encontrar, se dejen curar, se dejen convertir, y se dejen transformar a través de las obras de misericordia de las almas santas que viven la caridad.
Yo soy Madre y ustedes son mis hijos, y yo los amo a todos, aunque se porten mal. Es a los que se portan mal a los que quiero encontrar, para reunirlos con el rebaño, para brindarles mi auxilio, mi consuelo y mi amor de madre, para que en su juicio ganen el cielo. Compartan conmigo el dolor de mi corazón al ver a mis hijos caídos que sufren el castigo del tormento eterno del infierno, a donde yo ya no puedo llegar. Suplican con lamentos pidiendo misericordia, pero no les es concedida, porque ellos no fueron misericordiosos. Y no son escuchados porque ellos no escucharon a los profetas y no cumplieron la ley. Yo los miro con mi corazón herido, derramando abundantes lágrimas de mis ojos en un último acto de caridad, para calmar su sed, mientras se cierran para ellos las puertas del cielo.
Me duelen mis hijos caídos, los que prefieren vivir encerrados en su egoísmo, los que teniendo la riqueza en sus corazones prefieren buscar otras riquezas en el mundo, los que enfrían sus corazones porque no confían en el Señor, los que desprecian mis tesoros y empobrecen su corazón.
Tengan ustedes el mismo sentir de Cristo, un mismo amor, un mismo ánimo, para que su alegría sea colmada, considerando con humildad a los demás como superiores de uno mismo, buscando no su propio interés sino el de los demás, teniendo entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo que, siendo de condición divina, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de esclavo, haciéndose hombre, rebajándose a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.
Mis hijos sacerdotes son Cristo que pasa, profetas de las naciones, apóstoles, discípulos, guerreros incansables que pierden su vida por su Señor para encontrarla. Son hombres de Dios. Él ha puesto su palabra en sus bocas, y les da autoridad sobre las gentes y sobre los reinos, para destruir y para derrocar, para reconstruir y para plantar. Los envía a predicar su palabra, pero también a cumplirla, para que no solo sean profetas, sino que también sean justos; para que no solo sean sacerdotes, sino que sean sacerdotes santos. Pero deben reconocer con humildad que ellos también tienen necesidad de comer, de beber y de descansar; que sufren las miserias y las debilidades de su humanidad y de sus pocas fuerzas. Y aceptar la ayuda del pueblo santo de Dios, recibir con humildad su generosidad, y la misericordia de Dios, que a través de ellos les da, para reparar sus fuerzas. Ellos son mis hijos predilectos, los elegidos de Dios para guiar a su pueblo santo. El que los reciba, y el que les dé de beber, aunque sea un vaso de agua fresca solo por ser sus discípulos, no quedará sin recompensa, porque los misericordiosos serán bienaventurados y recibirán de Dios su misericordia».