HONRAR AL REY
Meditando el Evangelio desde el Corazón de la Madre
(Fuente: Espada de Dos Filos II, n. 40)
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19)
DOMINGO DE RAMOS
Evangelio según san Mateo: 21, 1-11
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
«Hijos míos: Cristo es Rey. Fue un honor para el burrito ser elegido para llevar tan preciosa carga y ser el altar del Rey.
Es un honor conocerlo y creer en Él. Es un honor reconocerlo en el vino y en el pan, consagrados en el altar. Es un honor entregar su vida para seguirlo. Es un honor ser hijos de Dios, y ser salvados por el Hijo primogénito de Dios, permanecer junto a Él, y acompañar a su Madre al pie de la cruz, como lo hizo Juan, el discípulo amado.
Sírvanlo, ámenlo, contemplen su pasión, su muerte y su resurrección. Cristo está vivo y es un Rey, el único Rey verdadero. Pero su Reino no es de este mundo.
Alábenlo, no se callen, hijos míos, porque si ustedes callan, gritarán las piedras. Toda gloria es para Dios.
Glorifiquen al Señor, y acepten también que Él no elige carros de hermosos caballos, ni maquinarias de último modelo. No elige instrumentos ricos ni poderosos. Elige a los sencillos y humildes, porque para Él son los más valiosos. Ha elegido un burrito de carga para entrar a Jerusalén con sus discípulos, sus sacerdotes, los que gritaban de júbilo alabándolo, pero luego lo abandonaron. Solo uno se quedó con Él.
Contemplen la gloria de Dios a través de la cruz, en la que es crucificado y muerto el Hijo de Dios. Permanezcan junto a mí, contemplando mis lágrimas. Lágrimas de dolor, del dolor de mi alma. Lágrimas que en esta corredención tienen una gran participación, unidas a la sangre y al agua derramada del costado abierto del Hijo de Dios muerto, que purifican, protegen y salvan. Cada una es derramada para la gloria de Dios. Cada una consigue salvar muchas almas, porque ante ellas Dios no se resiste. Lágrimas que expresan los sentimientos de mi corazón, sentimientos de madre, unidos a los sentimientos de Cristo, y a los méritos de su pasión.
Acompañar a la Madre es compadecer conmigo, teniendo mis mismos sentimientos y, como fruto, recibir la gracia del poder de mis lágrimas, para conseguir la atención de Cristo, y permitir que glorifique a su Padre en ustedes mismos.
Siéntanse honrados, hijos míos, porque por ustedes será exaltado el nombre de Jesús crucificado, muerto, resucitado, vivo, glorioso, atrayendo a todos a Él, elevando la voz al cielo, cantando con alegría:
¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR! ¡VIVA CRISTO REY!».