«Jesús les dijo: “¿Por qué están comentando que no trajeron panes? ¿Todavía no entienden ni acaban de comprender? ¿Tan embotada está su mente? ¿Para qué tienen ustedes ojos, si no ven, y oídos, si no oyen?» (Mc 8, 17-18).
Madre nuestra: el Señor les pidió a sus discípulos que se cuidaran de la levadura de los fariseos y de la de Herodes, y ellos pensaron que les reprochaba por no haber traído pan. Tuvo Jesús que hablarles fuerte por tener embotada su mente, ya que, teniendo todo para ver las cosas con visión sobrenatural, sus ojos y sus oídos todavía permanecían cerrados para las cosas divinas.
Ya habían visto milagros, como la multiplicación de los panes y de los peces. Ya habían escuchado muchas veces sus palabras de vida eterna, y aun así seguían viendo todo con ojos humanos, pendientes solo de sus propios intereses. Les faltaba fe, y era necesario fortalecerla para poder cumplir con su misión.
¡Cómo se necesitan ahora en la Iglesia, en la barca de Pedro, almas que tengan una fe fuerte! Que les mueva solo la gloria de Dios, poniendo su mirada en los tesoros del cielo. Que busquen a Cristo, que encuentren a Cristo, que amen a Cristo. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y solo siguiéndolo alcanzaremos la vida eterna.
Para comprender a Jesús hay que conocerlo, y para conocerlo hay que tratarlo, con la oración y los sacramentos. Nos daremos cuenta de que vale la pena seguirlo y dar la vida por Él.
Madre nuestra, ayúdanos a crecer en visión sobrenatural para que podamos comprender mejor a Cristo y vivir en la alegría de servirlo siempre, entregándole nuestro corazón.
Hijo mío: el Señor ha querido reunir a su pueblo en un solo rebaño y con un solo pastor en una sola barca, en donde convivan en comunidad todos los hijos de Dios. La barca, que es una, santa, católica y apostólica Iglesia.
Pero no todos los bautizados practican su fe. Algunos viven como si no tuvieran fe. Algunos presumen de ser católicos, para tener un lugar privilegiado en la sociedad, pero no conocen a Cristo, no acuden a recibir con frecuencia los sacramentos. Son como los ciegos que tienen ojos y no ven, y como los sordos que tienen oídos y no escuchan, y no viven unidos a Cristo.
Aunque estén dentro de la barca, en cualquier tempestad corren el riesgo de caer, porque no están sosteniéndose de la fe. Sus seguridades están puestas fuera de la barca.
Algunos otros se aferran a la barca como fanáticos. Les urge cumplir las reglas, sobresalir en las actividades de la Iglesia, y someter a los demás a muchas reglas impuestas, por las que quieren sacar provecho del lugar que ocupan en grupos, movimientos, apostolados y organizaciones dedicadas a fomentar la fe, pero que no ponen a Cristo en el centro de sus actividades, sino tan solo hablan de Él para demostrar sus habilidades.
Usan su fe para gloriarse a sí mismos. Y el que falta a la caridad no puede llamarse amigo de Cristo, aunque rece y dedique su vida a tantas actividades en la Iglesia como puede.
Otros son indiferentes, les da lo mismo estar dentro o fuera de la barca, y esos tampoco conocen a Cristo.
Muchos no han comprendido quién es Él, para qué fundó la santa Iglesia, porqué deben escucharlo y seguirlo, para qué sirven los sacramentos…
Pero también, dan gloria a Dios aquellos que escuchan su Palabra y la ponen en práctica, que aprenden y viven la doctrina verdadera, que aman a Cristo, lo frecuentan, lo adoran en la Eucaristía, aman a la Iglesia, la sirven y permanecen dentro de ella, dando testimonio de su fe y de su amor con sus obras, haciendo de su vida ordinaria una constante oración, procurando luchar por alcanzar la santidad acudiendo a misa con regularidad, y recibir la gracia y el perdón de Dios en el sacramento de la reconciliación.
Se alimentan de la Palabra de Dios y del Cuerpo y la Sangre de Cristo, porque saben que Él es la vida eterna. Ellos ya han comprendido quién es Cristo el Señor. Ellos tienen fe, la fe de los santos, y ellos verán a Dios.
Hijo mío: para conocer a Cristo, debes acudir al monte alto de la oración, desprenderte de ti mismo entregando tu voluntad al Señor, acudir a Él con confianza, para que sea Él quien maneje el timón de tu vida, y vivir llevando tu cruz de cada día con alegría, encontrándolo en el hermano necesitado, y también en aquel que te brinda a ti la ayuda que necesitas.
Para comprender a Dios necesitas su gracia. El Espíritu Santo te da el don del entendimiento cuando tú dispones tu corazón y tienes visión sobrenatural, para que todo lo que escuchas de Él lo aproveche tu alma.
El que comprende quién es el Señor, no duda, no tiene miedo, tiene confianza; no está triste, sino alegre; no le falta nada, sabe que de él la divina providencia se encarga.
Abre tus ojos y tus oídos. El Señor está en todas partes. Conócelo conociendo tu propio corazón. Rema mar adentro. Él vive en ti, encuéntralo. Y si no sabes cómo hacerlo, déjate encontrar, abre tu corazón, y Él abrirá tu entendimiento para que tu mente embotada tenga claridad.
Ten la seguridad, hijo mío, de que, si tú abres tu corazón, Cristo vendrá a tu encuentro, iluminará tu razón para que le entregues tu corazón.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 174)