«Jesús, notando su hipocresía, les dijo: “¿Por qué me ponen una trampa? Tráiganme una moneda para que yo la vea”. Se la trajeron y Él les preguntó: “¿De quién es la imagen y el nombre que lleva escrito?” Le contestaron: “Del César”. Entonces les respondió Jesús: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Y los dejó admirados» (Mc 12, 15-17).
Madre nuestra: es sabido que el lema del escudo pontificio de San Juan Pablo II era “Totus tuus”, y él mismo explicó que procedía de la doctrina de San Luis María Grignion de Montfort, que se caracterizó por el gran amor que te tenía.
Era frecuente escribir esas palabras con grandes letras, para que las viera el Papa en sus innumerables viajes, y pudiera sentir así la cercanía del pueblo de Dios.
En la consagración a tu Inmaculado Corazón que proponía San Luis María, muy arraigada ya en la piedad popular, el Totus Tuus es parte fundamental: “Soy todo tuyo, oh María, y todo cuanto tengo, tuyo es”. Es un compromiso serio, para toda la vida, con la ventaja de que contamos, al hacerla, con tu especial protección.
El evangelio de hoy nos habla de “dar a Dios lo que es de Dios”, y esa es una llamada para todos. Ayúdanos, Madre, a cumplir eso con exigencia.
Hijo mío: a mí me dicen Totus tuus, María todos aquellos que se consagran a mi Inmaculado Corazón.
Pero ¿realmente son todos conscientes de lo que significa esto?
Ser todo de María significa ser todo de Dios.
Porque todo aquel que viene a mí, y se entrega a mí, se entrega a Jesús. Yo siempre los llevo a Jesús.
Por tanto, debes ser consciente de que ser todo de Dios es cosa seria.
El Señor es exigente. Quien dice ser todo suyo debe del mundo desprenderse, entregarle a Dios su voluntad, vivir para Él, dar su vida por Él, y no voltear atrás.
Jesús ha dicho, usando su infinita sabiduría: “den al César lo que es del César, y den a Dios lo que es de Dios”.
Cuando dice “César” significa el mundo.
Cuando dice “Dios” significa el Salvador del mundo, el que ha venido a liberar a la humanidad, a abolir la esclavitud del mundo, que estaba atado, encadenado al pecado.
Por eso hay que tener cuidado y saber usar bien sus palabras.
Totus tuus, María, no son tan solo palabras de cariño para alegrar mi corazón. Es un verdadero compromiso de entrega total a Dios.
Quien viene a mí yo lo tomo todo, y yo le doy a Dios lo que es suyo.
El pecado es del mundo. Satanás es el príncipe del mundo. Y lo que es del mundo no es de Dios.
¿Y cómo comprenderán entonces que el Señor ha venido a salvar al mundo?
Y es que el mundo tiene dos significados: la humanidad, que es de Dios, porque Él la ha creado para Él. Y lo mundano, lo que aleja a los hombres de Él: los vicios, las tentaciones, las ofensas a Dios, las faltas de amor, la soberbia, el egoísmo, el orgullo, los placeres mal habidos, las obras mal intencionadas, los malos pensamientos, la idolatría; todo lo que destruye al hombre, lo efímero, lo que se acaba, lo que lleva a las almas a la perdición. Nada de eso le pertenece a Dios.
Pero mis hijos sí le pertenecen, porque yo se los he dado cuando le he dado a mi Hijo para ser crucificado, y en esa cruz Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, puso a la humanidad en mis manos. Me hizo Madre de todos los hijos de Dios. No quiso tomarlos por su cuenta. Él quiso que decidiera yo, con mi autoridad de Madre, entregarlos en la cruz, unirlos en Jesús, para darle a Dios lo que es de Dios. En Cristo todos mis hijos mueren. Pero en Él todos resucitan.
Y eso es lo que significa decir: “Totus tuus, María”.
Que el Espíritu Santo mueva a muchos corazones y se consagren a mi Inmaculado Corazón, y así todos los días yo pueda decir: “Iesus: totus tuus”.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 139)