«Una gran multitud, procedente de Judea y Jerusalén, de Idumea y Transjordania y de la parte de Tiro y Sidón, habiendo tenido noticias de lo que Jesús hacía, se trasladó a donde Él estaba. Entonces rogó Jesús a sus discípulos que le consiguieran una barca para subir en ella, porque era tanta la multitud, que estaba a punto de aplastarlo» (Mc 3, 7-9).
Madre nuestra: era muy comprensible que la multitud quisiera acercarse a Jesús para tocarlo, como señala el Evangelio que hoy contemplamos, sobre todo si sabían que salía de Él una virtud que sanaba a todos. Por eso tuvo el Señor que pedir ayuda para subirse a una barca, y así mantener un poco de distancia.
Al mismo tiempo, esa circunstancia le permitiría predicar más fácilmente a todos, porque para eso había venido, además de curar enfermos y expulsar demonios.
Hay un contraste con lo que sucedió en otra ocasión, cuando sus paisanos, enfurecidos por su predicación, se lo llevaron con la intención de arrojarlo a un precipicio. El texto sagrado dice que Jesús, pasando por en medio de ellos, se marchó.
Es decir, debemos tener una actitud correcta, bien dispuesta, cuando escuchamos a Jesús. Una actitud llena de fe y amor, con deseos de aprender la enseñanza y ponerla en práctica, confiando en que es un alimento que da salud y fortalece el alma. Y si acudimos a Él con fe, también nos dará la salud del cuerpo cuando se la pidamos.
En los sacramentos tocamos a Jesús. Con la Penitencia recibimos el perdón de nuestros pecados, curando así las heridas del alma. Con la Eucaristía alimentamos nuestra alma y se fortalece nuestra fe, adorándolo en su presencia viva.
Madre de la Iglesia: todos los años nos unimos en oración todos los que creemos en Cristo, en el Octavario por la unidad de los cristianos, del 18 al 25 de enero. Le pedimos a Dios que conceda su gracia para que se alcance el día en que tengamos todos una sola fe, y seamos un solo rebaño con un solo Pastor, Jesucristo. Ayúdanos a ser buenos hijos de la Iglesia, permaneciendo muy fieles dentro de la barca.
Hijo mío: cuánta sabiduría manifestó Jesús al fundar su Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica, y reunir en ella a todos los hijos de Dios.
Él fue el primero en promover la unidad de los cristianos a través de una santa doctrina, que revela y enseña la verdad.
Cuánta humildad mostró Jesús cuando rogó a sus discípulos que le consiguieran una barca para subirse en ella, y desde ahí predicar, poniendo un orden a la multitud que estaba a punto de aplastarlo, porque desesperadamente lo querían tocar, no con mala intención, sino por fe, porque creían en Él, en sus milagros, en que tenía el poder para sanarlos tan solo con tocarlos.
Pero, hasta para acercarse a Jesús, es necesario hacerlo de manera correcta, respetarlo.
La barca es figura de la Iglesia. Los sacerdotes son la viva imagen de Cristo que predica en ella. Los fieles deben acudir con fe, pero respetando su doctrina y sus leyes, procurando cuidar lo sagrado y respetar lo santo.
Jesús no necesitaba ayuda. Tenía poder para dispersarlos y salir bien librado del tumulto, sin ser siquiera tocado o lastimado. Pero Él decidió permanecer cercano, asequible, parecer uno más entre la multitud, entregarse en manos de los hombres, y confiar en sus discípulos, hasta suplicarles su ayuda para predicar y atender ordenadamente a todos los que querían acercarse a Él.
Y ahí lo tienes en el sagrario, entregado en manos de los hombres, arriesgándose a ser adorado, alabado, venerado, o maltratado y pisoteado. El mismo Cuerpo, la misma Sangre, la misma presencia viva del Hijo de Dios, está frente a ti en la Eucaristía.
Puedes acercarte, puedes tocarlo, puedes escucharlo y de Él alimentarte, para sanarte, y ahí permanecer a la merced de sus discípulos, sus sacerdotes, suplicándoles que permanezcan dentro de la barca con Él, y que traigan a la barca a la multitud de fieles que desean escucharlo, que desean recibirlo.
Y el deber de ellos es custodiarlo y entregarlo, para que en las almas que lo reciben obren sus milagros.
Acércate con veneración, con respeto, cuidando tus formas, tu vestimenta, tu actitud.
Ponte de rodillas y adora la Sagrada Eucaristía.
Permanece dentro de la barca, llevando desde ahí al mundo su mensaje, a través de la Palabra, dando a conocer sus maravillas, para que todo aquel que te escuche hablar de Él desee con todas sus fuerzas acudir a Él, tocarlo, adorarlo, alimentarse de Él, y aprender de ti a tratar con reverencia y con respeto lo que es santo.
El Señor te pide ayuda a ti, para que promuevas y procures la unidad de los cristianos en la Iglesia, que es su cuerpo místico, del cual Él es cabeza, porque todo el que crea en Él, y en la barca permanezca, se salvará.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 165)