«Si un reino está dividido en bandos opuestos no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin» (Mc 3, 24-26).
Madre nuestra: cuando tu Hijo Jesús se reunió con los Apóstoles en la Última Cena, en aquella plática de despedida, pronunció su oración sacerdotal, pidiendo al Padre especialmente por sus discípulos, diciendo expresamente: “Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí” (Jn 17, 22-23).
Sabía Jesús la importancia de que aquellos hombres se mantuvieran muy unidos entre sí para que su Iglesia, que había fundado sobre la roca de Pedro, se mantuviera también unida con Dios. Si no se mantenía esa unidad no sería posible difundir el Evangelio por todo el mundo. Ellos debían predicar “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre” (Ef 4, 5-6).
Y, aunque se ha mantenido esa unidad en la Iglesia, sostenida por el Romano Pontífice, no han faltado en su historia divisiones que seguramente han supuesto un fuerte dolor para ti, Madre de la Iglesia, sobre todo cuando sucedieron los grandes cismas de oriente y de occidente. Hoy pedimos, unidos en oración, por la unidad de todos los cristianos en una sola Iglesia.
Qué importante es que todos nosotros amemos y fomentemos la unidad en la Iglesia, en nuestra familia y en todos los ambientes en que nos movemos, llevando por todo el mundo “el buen olor de Cristo” (2 Cor, 2, 15). Es el diablo el que fomenta la falta de unidad, porque conoce el grave daño que la división puede causar en las almas y en toda la Iglesia.
Madre: ¿qué debemos hacer para fortalecer esa unidad en la Iglesia, con el Papa y con todos nuestros hermanos?
Hijo mío: Jesucristo es el Hijo de Dios todopoderoso que ha sido enviado a este mundo para nacer, morir, y resucitar como hombre y Dios, de manera que, adquiriendo la naturaleza humana para ofrecer su vida en manos de los hombres, derrotara a satanás, destruyendo el pecado, consiguiendo la libertad para toda la humanidad, que estaba condicionada a la muerte por el pecado original.
El Señor permanece como hombre y Dios, una sola persona, dos naturalezas distintas, único mediador entre Dios y los hombres, para llevar a todos los hombres a Dios.
Cuán grande es el sacrificio de Dios por los hombres, que se abajó, se anonadó a sí mismo, arriesgándose a ser en todo como los hombres, menos en el pecado, pero permitiendo ser tentado, para mostrar al mundo y a satanás el dominio de sí mismo que un hombre como todos puede lograr, ayudado por la gracia de Dios para no pecar. Y llegado a la perfección en la cruz, con su muerte, satanás ha sido derrotado.
El Señor vino a mostrarles el camino para alcanzar la perfección. El camino es Él. Y, para seguirlo, deben escucharlo a través de la Palabra de Dios, y practicarla, viviendo en el Reino de los Cielos en la tierra, que es el Reino que el Hijo de Dios vino a instaurar, edificando sobre roca la Santa Iglesia Católica, dejando como legado a toda la humanidad la posibilidad de pertenecer a su Reino no como siervos, no como esclavos, sino como hijos de Dios.
Y tú, hijo mío, al haber sido bautizado, ya no eres de este mundo en el que te tenía sometido el diablo, sino que eres un ciudadano del Reino de los Cielos, para que vivas, para que obres, para que hables en el nombre de Dios, permaneciendo en unidad con Cristo, colaborando en la extensión de su Reino, luchando por alcanzar la perfección ayudado por la gracia del Espíritu Santo, para un día ser llevado a la patria celestial, y eternamente participar de la gloria del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
Pero, a la vez, has adquirido una gran responsabilidad. Es tu deber promover, fomentar y luchar por la unidad del Reino de Dios, porque el diablo tiene permiso por un tiempo de seguir rondando como león rugiente, buscando a quién devorar.
Es el padre de la mentira, que engaña y causa división. Y un reino no puede estar dividido, porque la división lleva a la destrucción.
Permanece alerta ante la tentación, rechazando toda ocasión de pecado, asistido siempre por la gracia del Espíritu Santo a través de los sacramentos, de la Palabra de Dios, cumpliendo los mandamientos, fortaleciendo la unidad en tu persona, procurando obrar en congruencia a tu conciencia, a tus principios y a tu fe, y luchando, orando, promoviendo, procurando la unidad de los cristianos, para que sean todos reunidos en un solo pueblo y con un solo pastor: el Papa, a quien el Espíritu Santo eligió para ser la roca sobre la que se construye en la tierra el Reino de Dios.
El Señor te ha salvado, te ha rescatado de las garras del enemigo. Yo piso la cabeza de la serpiente cerrando sus fauces, para evitar que seas devorado.
Yo te protejo, hijo mío, hasta que seas por tu Señor llamado y llevado a la eternidad de su Paraíso, pero tú conservas la libertad que Dios te ha dado, porque tanto te ama, que a pesar de haberte salvado derramando su sangre por ti en la cruz, acepta que tienes voluntad y libertad para elegir, y tienes capacidad para amar y fomentar la unidad, o para rechazar el amor y causar división.
Yo te aconsejo que permanezcas unido a la Santa Iglesia, porque la división te llevaría a tu propia destrucción y a la muerte.
Pisa fuerte con tus dos pies en el Reino de los Cielos, y tendrás vida en Cristo eternamente.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 167)