«Cuando Jesús desembarcó, vio una numerosa multitud que lo estaba esperando y se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas» (Lc 13, 19).
Madre nuestra: hay un salmo que dice que el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en perdón. Y el santo Evangelio menciona que Jesús se compadecía de la muchedumbre. Se dio cuenta muchas veces de la gran necesidad que tenían de sus cuidados de Buen Pastor.
Él es nuestro modelo, y en su predicación habló muchas veces de amar a Dios y al prójimo, y demostrarlo con obras, como en la parábola del buen samaritano, que se desvivió por atender a aquel hombre malherido que se encontró en el camino.
Tú también nos diste una buena lección de amor al prójimo cuando estuviste atenta en el servicio, en las bodas de Caná, y conseguiste el favor de tu Hijo para resolver aquella necesidad. Y es lo mismo que sigues haciendo ahora desde el cielo, recordándonos continuamente que nosotros debemos hacer lo que Jesús nos diga.
Madre, ¿en qué consiste ser compasivos y misericordiosos?
Hijo mío: el camino a la cruz es un camino de compasión para llevar al mundo la misericordia. La compasión precede a la misericordia. El que es misericordioso debe ser también compasivo.
El que es compasivo comparte los mismos sentimientos de Cristo. Por tanto, tiene un corazón semejante al suyo: un corazón suave, un corazón de carne, un corazón encendido de celo apostólico, un corazón que ama, que siente, que sufre, que goza, que se alegra con la alegría de los demás, que se duele de los sufrimientos y miserias de los demás.
Todo aquel que acepte el llamado del Señor y decida tomar su cruz y seguirlo, debe tener el corazón bien dispuesto para cumplir con su compromiso cristiano: en todo momento imitar a Cristo, hacer sus obras, cumplir su ley, amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, trabajar para el Señor y descansar en el Señor.
La compasión virtuosa y santa es aquella que te mueve a hacer la caridad en cualquier momento, en cualquier lugar, a quien sea, tan solo porque te necesita. Siempre es tiempo de hacer la caridad, siempre es tiempo de misericordia.
El que es compasivo se olvida de sí mismo cuando se trata de ayudar a alguien más, y no importa si sea su hora de comida, su hora de descanso, su hora de trabajar. Antepone siempre la caridad, obra el bien, hace lo que puede y reza también para que el necesitado alivie su dolor, su pena, su sufrimiento, su necesidad, su miseria.
El compasivo no se tiene compasión a sí mismo, se olvida de sí mismo para servir a los demás.
Yo te animo, hijo mío, a ser compasivo y misericordioso, para que tengas un corazón siempre unido al corazón de Cristo, bien identificado con Él, y bien dispuesto a recibir la compasión y misericordia de Él.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 55)