«Los perseguirán y los apresarán, los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto ustedes darán testimonio de mí. Los traicionarán hasta sus propios padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes, y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida» (Lc 21, 12-13.16-19).
Madre nuestra: sabemos que no han faltado las contrariedades y persecuciones contra la Iglesia desde sus inicios, y de eso dan testimonio tantos mártires, que han ofrecido su vida por fidelidad al Evangelio, alcanzando así la santidad.
También sabemos que todos debemos buscar la santidad, independientemente de si tenemos más o menos dificultades para lograrlo. Pero es bueno estar advertidos de que el enemigo de Dios puede poner obstáculos en nuestro camino, y hay que superarlos.
Un obstáculo podría ser que el demonio nos sugiera que la santidad es exclusiva de personas especiales, con alguna misión en el mundo para la que necesita talentos especiales, con lo cual la mayor parte de los cristianos quedarían excluidos de esa meta y no tendrían motivación para superar las dificultades.
Otros obstáculos son nuestras limitaciones personales o nuestras caídas, que pueden desanimarnos para luchar. O también las persecuciones y traiciones de las que habla Jesús, que hay que sufrir con paciencia y confiando en Dios.
Ayúdanos, Madre, a superar todo eso. Sabemos que siempre nos proteges y estás a nuestro lado. Que no se nos olvide nunca, porque tú quieres nuestra santidad, pero esperas nuestra correspondencia.
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Hijo mío.
Todos están llamados a la santidad.
Tu deber es ser santo, perfecto, como el Padre del cielo es perfecto, porque te creó a su imagen y semejanza.
Yo ruego para que crezca cada día más en tu corazón el deseo de alcanzar la santidad, por tu determinación para luchar y vencer la batalla de cada día, llevando tu cruz con paciencia, con amor, con alegría.
Yo ruego porque mantengas tu firmeza en el tiempo de la prueba, y nunca desfallezca tu fe.
Yo ruego por ti, para que, en el camino hacia la santidad, el Espíritu Santo te conceda la gracia de la perseverancia final.
Yo conozco tu corazón.
Sé que amas a Dios.
Sé que deseas alcanzar la dicha del Paraíso.
Sé que crees en Jesucristo.
Sé que tienes fe.
Sé que, a pesar de tantas dificultades que has vivido, has superado tantas pruebas, has tropezado, te has equivocado, pero te has arrepentido y has vuelto al camino.
Sé que has llorado.
Sé que has sufrido.
Sé que has sido fuertemente tentado.
Y, sin embargo, aquí estás, hijo mío. Has perseverado, porque en ti ha triunfado el amor.
Pero aún te queda mucho camino por andar, muchas dificultades que superar, una pesada cruz que debes cargar. Y yo estoy aquí para decirte: yo te ayudo.
Conozco los sentimientos de tu corazón.
Conozco tus sueños e ilusiones.
Soy testigo de tus esfuerzos, de tus pasiones, de tus luchas, de tus buenas intenciones, y de tu gran disposición.
Pero también de tu cansancio, de tus distracciones, de tus errores, de tus debilidades y de tus pocas fuerzas.
¡He visto tu preocupación por tantas cosas!
Y, en medio de tu aflicción, he venido a decirte: ¿de qué te preocupas, hijo mío? ¿Qué no estoy yo aquí, que soy tu Madre?
Confía en mí. Toma mi mano, camina conmigo. Permanece junto a mí. Permíteme cuidarte, protegerte bajo mi manto.
Hazte pequeño, como niño, y déjame tomarte en mis brazos cuando estés cansado y no puedas caminar. Yo te llevaré, te cuidaré, te protegeré, y te ayudaré a continuar tu camino, para que perseveres, hijo mío, y alcances la santidad, porque ese es tu destino.
Confía en el Señor, que te dará los medios para que, en el momento en que frente a ti no veas luz, sino oscuridad en medio de la noche, sea yo el faro que veas brillar y que te lleve a puerto seguro, para que en el Señor puedas descansar.
Yo he venido a decirte: ¡ten ánimo fuerte, hijo mío! ¡Persevera, todo pasará! Pero la Palabra de Dios no pasará, hasta la última letra se cumplirá.
Y está escrito que Él es tu Padre, tú eres su hijo. Y por Cristo, quien te ha hecho justicia con su sacrificio en la cruz, eres heredero del Reino de los Cielos, y vida eterna tendrás.
Persevera firme en tu fe.
Persevera en la esperanza y en el amor, y lo verás.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 154)