«Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: “No teman; soy yo”» (Lc 24, 36-38).
Madre nuestra: Jesús vuelve a aparecerse a sus discípulos, confirmando la verdad de su resurrección. Era importante que hubiera testigos de haberlo visto vivo, porque el mensaje del Evangelio que ellos iban a predicar son palabras de vida eterna, y la resurrección de tu Hijo confirmó la verdad de esas palabras.
Seguramente tú fuiste la primera en ver a Jesús resucitado, pero habrás sido suficientemente discreta, y esperaste a que fueran llegando las noticias, primero por parte de las mujeres, y luego de los demás discípulos.
Llama la atención lo que dice el evangelista de que “no acababan de creer de pura alegría”. Puede pasar que la visión humana impida ver las cosas con los ojos de la fe. Ellos vieron y tocaron a Jesús, comieron con Él. La fe la necesitaban para creer en la importancia de que sucediera su pasión, su muerte y su resurrección, y en que ese misterio se iba a renovar todos los días en la celebración de la Eucaristía, manteniendo así su presencia viva entre nosotros, hasta el fin del mundo.
Madre nuestra, Maestra de fe, ayúdanos a creer firmemente, como creíste tú.
Hijo mío: ven, vamos a contemplar al Señor resucitado.
Reconócelo, ¡está vivo!, es verdadera carne, verdadero alimento, verdadera sangre, verdadera bebida de salvación. Ya no es tan solo un trozo de pan lo que ves: es tu Dios. ¡Adóralo!
Que la alegría de estar frente a Él no te nuble la vista. No tengas dudas en tu interior, sino paz, la paz de Cristo, que te ha traído; la paz de saber que el Hijo de Dios, que crucificado murió, está vivo, ha resucitado con el poder de Dios, y vive y reina por los siglos de los siglos.
Y aunque te cueste creer, convéncete. Verdaderamente es Él. No desees ver su rostro humano para creer.
En la cruz su rostro estaba desfigurado, pero seguía siendo Él.
En las especies del pan y del vino su rostro está glorificado: es Él.
Él nada ha cambiado. Él es el mismo ayer, hoy y siempre. Si pones atención lo escucharás, y experimentarás su presencia viva en tu corazón. Y, aun así, si no sintieras nada, si no escuchara nada tu corazón, ten la firme determinación de creer que frente a ti está presente tu Señor, y adóralo, porque está escrito que serán dichosos los que crean sin haber visto.
No quieras entender con la razón. Jesús, tu Señor, te abre el entendimiento del corazón, porque la fe no se entiende con la mente, sino que, por la fe, el corazón comprende el lenguaje del amor de Dios.
Cree que se ha hecho alimento para entrar en ti, en tu persona, de una forma sensible. Y, una vez dentro de ti, hará maravillas el que todo lo puede. Te transformará en Él. Se hace alcanzable para que puedas llegar a Él.
En cada Eucaristía el Señor te anuncia la buena nueva de su victoria sobre el mundo, y te hace una invitación a caminar con Él, para prepararte, para que entres con Él a su Paraíso.
Si tú crees, te salvarás, vida eterna tendrás. Depende de ti, porque Él te ha salvado ya, te ha abierto las puertas de su cielo, te ha mostrado el camino. Él se ha hecho camino y desea que creas, para que puedas seguirlo.
Contempla la divinidad y la humanidad del Hijo de Dios en la Eucaristía. No es un pedazo de su Corazón Sagrado, no es una parte de Él, no es un trocito de pan en donde vive Él. Es el Hijo de Dios sacramentado. En cada partícula es todo Él.
Así como crees que hay oxígeno en el aire que respiras, y te da vida, pero no lo ves, así cree que se hace presente Él, que es el pan vivo bajado del cielo y que, al comerlo, te da vida eterna. Siente su paz como sientes el aire que respiras. Déjate llenar de su gracia y adóralo.
Él sale a tu encuentro y te pide que creas en Él, y que lleves tu testimonio de fe a otros, teniendo como testigo vivo al mismo Cristo, en la Palabra de boca de los evangelistas, de los salmistas y de los profetas. Porque si alguien no cree por la fe, al menos que crea por las obras.
Anuncia la necesidad de conversión, porque solo el que crea en que Jesucristo es el Hijo de Dios, que vino al mundo como hombre y Dios, y murió crucificado, por el perdón de los pecados de los hombres, y al tercer día resucitó, como lo dicen las Escrituras, se salvará.
Recibe su paz.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 80)