07/09/2024

Lc 8, 19-21


«La madre y los parientes de Jesús lo andaban buscando, pero no pudieron llegar hasta él a causa de la multitud» (Lc 8, 19).

 

Madre nuestra: cómo sería de intensa la actividad de Jesús durante su vida pública, que hasta su propia Madre y sus parientes tuvieran que buscarlo. Él estaba completamente dedicado a atender las cosas de su Padre, que no tenía ni tiempo para comer, y seguramente ni tiempo para descansar.

No me extrañaría que esa era precisamente tu preocupación, y por eso lo buscabas. Te dabas cuenta de que había que atender aquellas necesidades propias de cualquier hombre: comer y descansar. Y es que tú pensabas también en que Jesús necesitaba recuperar sus fuerzas, para poder llevar a término su misión.

Pero el santo Evangelio es Palabra viva de Dios, y nos transmite un mensaje mucho más grande, para nosotros, ahora, que lo meditamos, como tú, en nuestro corazón.

El pasaje es muy breve, y podemos decir que tiene dos partes: la búsqueda de Jesús, y la respuesta de tu Hijo. Y las dos están muy relacionadas. Podemos decir que buscar a Jesús implica escuchar su Palabra. Es ahí donde lo encontramos. Y si lo buscamos es porque lo necesitamos. Y nuestro corazón encuentra la paz cuando cumplimos su Palabra.

Madre: ayúdanos a encontrar esa paz.

 

Hijo mío: vamos a meditar en estas palabras del Santo Evangelio: “la Madre y los parientes de Jesús lo andaban buscando”.

¿Qué te quiere decir el Señor con estas palabras, y te quiere enseñar?

Buscar a Cristo es hacer oración.

Es desear sentir su presencia, llenarse de Él.

No es buscarlo porque andaba perdido.

Es buscarlo porque tienes necesidad de Él.

Es disponer tu corazón para que Él te llene de su misericordia.

Es sentir hambre y sentir sed de su Palabra.

Sentir como si muriera el alma por estar lejos de Él.

Buscar a Jesús es buscar tu propio bien.

Es encontrar la vida, el amor, la alegría, la paz, la verdad, el camino de eterna felicidad.

Quien ha descubierto el beneficio de vivir con Cristo, no puede separarse de Él.

Quien ha experimentado su presencia viva, quien ha recibido con verdadera fe la Sagrada Eucaristía, no puede vivir sin Él.

Lo busca todos los días para alimentarse de Él, para recibir la fuerza que sale de Él, para sentirse vivo, con el corazón inflamado del amor que solo puede dar Él.

Buscar a Jesús es tener la necesidad de alabarlo, de adorarlo, de glorificarlo.

Quien lo ha conocido, quien ha tenido un verdadero encuentro con Él, desea, por sobre todas las cosas, permanecer postrado ante Él, recitando salmos, oraciones, jaculatorias, canciones y toda clase de palabras que lo alaben; porque, al decirlas, al rezar, al alabar, el corazón vibra con gran emoción, se dona al Amado, se goza en darse, se alegra el alma, se crece en gracia y se perfecciona.

Buscar al Señor, hijo mío, es un estilo de vida.

La vida de los santos en medio del mundo.

La vida de las almas que peregrinan en búsqueda del amor divino todos los días, deseando alcanzar el cielo.

Una búsqueda continua, que no quiere decir que quien lo busca es porque no lo ha encontrado, sino exactamente lo contrario.

El que ha encontrado a Jesús dedica su vida a buscarlo, para encontrarlo una y otra vez, llamándolo, acercando a otras almas a Él, llevándole ofrendas, alabándolo, en una dinámica de amor, jugando con Él.

Tú lo buscas, Él te encuentra.

Él se da, tú te das.

Pareciera que se va, tú lo vuelves a buscar, y Él te vuelve a encontrar.

Eso es vivir transformando todo en oración, pensando siempre, en todo momento, en tu Señor.

Dedicándole todo tu tiempo y toda tu atención.

Tomándolo en cuenta para absolutamente todo lo que haces, lo que dices, lo que piensas.

Consciente de que en ti ha puesto su morada, y basta navegar mar adentro, hacia tu interior, para buscarlo, sabiendo que Él ya te ha encontrado.

Tener conciencia de que Cristo vive en ti y buscarlo constantemente, para decirle: “Señor, mírame, estoy aquí. ¿Qué necesitas?, yo lo haré. Envíame a mí. Yo soy tu siervo, tu esclavo, tu familia. Aquí estoy para hacer tu voluntad, para escucharte y poner en práctica tu Palabra”.

Entonces te encontrará, en ti confiará, y glorificará a su Padre con tu vida.

Te enviará, y tú lo servirás, haciendo lo que Él te diga.

Y ese encuentro te hará feliz, una y otra vez, toda tu vida.

Yo te aconsejo, hijo mío, que busques a Jesús.

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

 

(En el Monte Alto de la Oración, n. 53)