07/09/2024

Lc 6, 36-38

AHOGAR EL MAL CON EL BIEN 


«No juzguen y no serán juzgados; porque así como juzguen los juzgarán y con la medida que midan los medirán» (Mt 7, 1-2)

 

Madre mía: son muchas las advertencias que nos hace Jesús en el Santo Evangelio sobre las consecuencias de un mal comportamiento y, particularmente, sobre las faltas a la verdad.

Dios quiere que todos los hombres se salven, y lleguen al conocimiento de la verdad. De modo que, un comportamiento que se aleje de la verdad se aleja también de la salvación. Son ofensas muy directas al Hijo de Dios, porque Él es la verdad, y nos dijo que la verdad nos hará libres. La mentira, los falsos juicios, encadenan al hombre, y el demonio ataca de manera especial con esas tentaciones, porque él es el padre de la mentira.

Es muy difícil conocer el alcance que puede tener una mentira, una calumnia, una difamación, un chisme, una crítica…, sobre todo ahora, con la difusión tan grande que tienen las redes sociales. Ojalá se utilizaran siempre bien, para difundir la verdad, la Buena Nueva que nos trajo Cristo.

¿Qué nos aconsejas, Madre, para vivir en la verdad?

 

Hijo mío: meditar el Evangelio te debe llevar a vivir con una buena conducta.

A vivir de acuerdo a lo que quiere Dios.

A cumplir sus mandamientos, viviendo la ley del amor, cumpliendo con la regla de oro de la caridad.

El Evangelio te enseña que no debes juzgar a los demás. Y te advierte que, con la misma medida que tú midas a los demás, serás medido.

Es Palabra de Dios, y se cumplirá hasta la última letra. Por tanto, usa tu inteligencia y trata a los demás como quieres que ellos te traten a ti.

Antes de ofender a Dios juzgando a otro, criticándolo, difamándolo con chismes y habladurías, sella tus labios con el silencio característico de los santos.

Rechaza todo pensamiento vano e impertinente. No consientas juzgar a nadie, ni siquiera en tu corazón. Antes bien, mírate a ti mismo y date cuenta de que has cometido, o eres capaz de cometer, el mismo error.

¡Cuánto placer causan a los hombres las conversaciones de crítica, de chismes, y de calumnias a los demás! A veces ni siquiera los conocen y cometen la injusticia de juzgarlos y difamarlos.

Buscan la paja en el ojo ajeno, como si no tuvieran nada más importante de qué hablar. A veces solo por hacerse los interesantes y darse a notar entre los demás, con risas y burlas, pero no se exponen a sí mismos, esconden la verdad.

¡Cuánto ensucian sus corazones en esas vanas conversaciones, y cuánto daño hacen al nombre de otros y a su imagen!

No encuentran otra manera de darle sabor a su vida, porque eran sal de la tierra, pero han perdido su sabor, y desean salar a base de calumnias, chismes y mentiras, porque no tienen nada más que decir, que contar, que enseñar.

Viven tropezándose en su propia oscuridad. Envidian la luz de los que brillan con la luz de la verdad, que los compromete a mirarse a sí mismos y a darse cuenta de que están sucios por dentro, aunque por fuera parezcan limpios.

Ten cuidado, hijo mío, de caer en el pecado del mal juicio, de la injusticia, de la calumnia y la difamación, y de la podredumbre de la mentira, que mata tu alma arrastrándote a la perdición.

Escucha la Palabra de Dios, medita el Evangelio. Haz lo que Jesús te dice, ve a su encuentro. Calla las voces de aquellos que con la lengua dañan, hablando de Cristo, y de la vida y ejemplo de los santos.

Estudia, fórmate, lee el Evangelio y la vida y obra de los santos. Entonces tendrás siempre una buena conversación, para hacer bien en todo momento y en cualquier lugar.

Practicarás la justicia con la evangelización.

Llenarás de paz todos los ambientes a los que vas.

Y, con tu ejemplo de vida y tu virtud, aquellas heridas que has causado con tus mentiras, con tus juicios, con tus chismes y calumnias, al Sagrado Corazón de Jesús repararás.

Lleva el amor de Cristo a los demás, a través de tu palabra.

Antes de pensar siquiera en los errores de los demás, mira la viga en tu propio ojo, mira hacia adentro, examina tu conciencia, y si te has equivocado, pide perdón, pide ayuda al Señor y agradece, porque Él cuida y purifica tu corazón.

Hijo mío: ¡cuánto daño puede hacer un hombre con su lengua!

Tanto, como empezar una guerra.

Confundir y engañar a muchos para que luchen entre sí y se destruyan. Más les valdría cortarse la lengua y estar mudos el día en que su Señor vuelva.

Pero el mal debe ahogarse con el bien. ¡Habla de Cristo! Él es el bien. No juzgues a los demás. Él es el único justo Juez.

Si alguien comete un error, discierne en tu corazón y vive con él la corrección fraterna con caridad, obrando siempre con amor.

Recuerda que la boca habla de lo que hay en el corazón. Revisa en tu interior y descubre qué dirá tu boca. Decide entonces si es mejor callar y no hablar, para no pecar, o si eres de los que se atreven a gritar al mundo la verdad:

¡Cristo es el Señor para gloria de Dios Padre!

Haz lo correcto, y tu conciencia estará en paz.

 

¡Muéstrate Madre, María!