«Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados» (Jn 21, 6)
Madre nuestra: qué alegría habrán sentido aquellos discípulos cuando consiguieron una pesca tan abundante, después de haber obedecido a la indicación de Jesús.
Pero más alegría tuvieron por ver al Señor resucitado, compartiendo luego con ellos el alimento. Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, Pan de vida eterna.
Y a nosotros, que ahora meditamos en las escenas del Santo Evangelio, también nos alegra comprobar una vez más la importancia que le da Jesús al trabajo, a la vida ordinaria. Pero ahora, después de los misterios de su vida, pasión, muerte y resurrección, adquiere todo eso un sentido más grande, si lo hacemos ofrenda en las manos del sacerdote, uniendo todo eso al sacrificio de la Cruz, que se renueva cada día en el altar.
Enséñanos, Madre, a ver en el trabajo un medio de santificación, y a darnos cuenta, al mismo tiempo, que, convertido en oración, es también apostolado, para conseguir para Jesús muchas almas, como esos ciento cincuenta y tres peces grandes, que Dios puso en las redes.
Hijo mío: Dios bendice tu trabajo, pero tú debes santificarlo, para en ofrenda transformarlo, y unirlo a la ofrenda de nuestro Señor Jesucristo, que es su Cuerpo y su Sangre, inmolado en la Cruz.
Es su muerte, para el perdón de tus pecados, y es su Cuerpo y su Sangre resucitados, su alma y su divinidad presente en la Sagrada Eucaristía.
Ofrece todas tus actividades a Dios, por Jesucristo, haciendo lo que Él te dice, para que tu trabajo tenga eficacia. Él te enseña a dar la vida por amor, porque el que no tiene amor, nada tiene, pero el que tiene amor, transforma su vida en oración, y es así como se santifica.
Ofrécele al Señor también tu apostolado, que es un deber de todo cristiano. Sé que estás muy ocupado y dirás: “Si apenas tengo tiempo para mí, ¿cómo voy a tener tiempo para los demás?”
Pero yo te digo, hijo mío, que toda ofrenda que ante el Señor presentas, Él la multiplica, Él te da los medios si tú tienes la disposición para servirlo.
No tengas miedo al compromiso, cumple con tu deber. Comprométete a hacer un apostolado que te haga crecer a ti también, que te ayude a entregar tu vida, a ponerte en manos del Señor, a darte a los demás completamente, sirviendo, porque eso es lo que te enseñó tu Maestro y Señor.
Yo te aseguro que hay más alegría en dar que en recibir. En la medida en que tú des tu tiempo, tu esfuerzo, tu trabajo, tus enseñanzas, a los demás, más feliz serás.
Pero debes hacer lo que el Señor te dice, escuchando el Evangelio y poniéndolo en práctica, cumpliendo los mandamientos, practicando la ley del amor, obedeciendo a Dios antes que a los hombres, echando las redes al mar, para pescar almas en el mar infinito de la misericordia de Dios.
Sumérgete, y tus redes Él llenará. Lleva la Palabra de Dios a todas partes a donde vas, da testimonio de la verdad, y pescarás, y de esa buena pesca, el Señor te dará tu recompensa.
Pero no separes tu trabajo ordinario, tu trabajo profesional, tus deberes familiares, de tu apostolado y tu vida espiritual. Vive en unidad de vida, ofreciendo todo, absolutamente todo lo que haces, a Dios, sabiendo que Jesús te espera en la orilla, que te ha enviado a pescar en medio de lo ordinario de tus deberes, de tu familia, de cualquier ambiente, de tu trabajo profesional, de tu trabajo ordinario, de tu apostolado.
Y te ha dado los medios, pero de todo eso te pedirá buenas cuentas. Él quiere que le traigas las redes llenas, que aproveches cualquier oportunidad, cualquier momento, cualquier lugar, para acercar almas a Él. Esa es la ofrenda que quiere Él.
A veces las palabras sobran. Si tú das buen ejemplo, viviendo con virtud, haciendo la caridad, poniendo tu fe por obra, llevando esperanza a los demás, dejándote transformar en instrumento de luz y de misericordia, darás testimonio de la verdad, darás testimonio de Cristo vivo que obra en ti, y muchos te admirarán, no por tus méritos, sino por lo que Dios ha hecho en ti.
Entonces te seguirán, en tus redes se quedarán, tu ofrenda será, y el Señor te dirá: “Discípulo fiel, toma parte conmigo. Ven, bendito de mi Padre, entra a mi Paraíso”.
El Señor te llama a la santidad. Agradece su elección de predilección y su bondad. Agradece que tienes ojos para ver, oídos para oír, boca para hablar, manos para trabajar, y un corazón como el suyo, para amar.
Orar y trabajar.
No lo separes más.
Únelo, y tu trabajo santificarás.
Yo intercedo por ti para que la divina providencia se derrame sobre tu casa. Confía en mí.
Si me entregas tu corazón, yo me encargaré de ti y de que nada falte en tu familia.
Entrégale tu vida y tu voluntad al Señor, y Él hará contigo maravillas.
Ten ánimo, ten valor. El Señor, tu Dios, te envía. Aliméntate de Él en la Palabra y la Eucaristía, y vivirás.
Solo nunca caminarás, Él estará contigo todos los días de tu vida.
Su gracia te basta.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 16)